Opinión

Candidatas




mayo 17, 2023

Han querido magnificarles ser mujeres, una madre, la otra ‘humilde’, ’emanada del pueblo’; como si esas meras características las volvieran representantes legítimas, aliadas de facto. Nosotras nos preguntamos, ¿de quiénes? ¿Con ello nos van convencer?

Por Celia Guerrero
Tw: @celiawarrior

Quizá en otro país, en otro tiempo, las candidatas que ahora se disputan la gobernatura del Estado de México —el más poblado del país con casi 17 millones de habitantes— podrían fingir demencia como lo hacen para tantas cosas y saltarse en la discusión el tema más apremiante para unas 8 millones 741 mil mujeres, niñas y adolescentes que habitan esta entidad: la violencia en su contra. Pero en este contexto más vale a las contrincantes electorales mostrar interés, aunque sea el mínimo, en LA gran problemática mexiquense.

Para quienes no tenemos otra alternativa que seguir las noticias de la infructuosa contienda electoral, no pasó desapercibido que en el primer debate entre Delfina Gómez y Alejandra del Moral uno de los bloques o temas a abordar fue el combate a la violencia de género. Otra cosa es que las candidatas tengan nivel menos cero de exposición, ya no digamos discusión. El punto es que fue y —muy probablemente, por el bien y supervivencia del sistema— seguirá siendo tema.

Y cómo no va a ser tema, oigan, ¿acaso tenemos que certificar su importancia a partir de cifras, de la exposición de datos, o de las opiniones o dichos de alguna organización o académica que analice o busque explicar la realidad violentísima de las mexiquenses? ¿Aún hay necesidad de compararla con otras entidades también violentas, decir: ‘Acá las matan más que allá’, o rememorar las alertas de género declaradas en sus municipios: no solo por feminicidio, también por desaparición?

No mal interpreten la ironía. No tengo nada en contra de seguir difundiendo la violencia que enfrentan millones de mujeres, adolescentes y niñas. Es más bien que considero que la narrativa implantada hasta el momento sobre la violencia de género en el Estado de México está siendo utilizada como una bandera hasta por quienes la promueven estructuralmente.

Ya sé, no es la primera ni última vez que utilizan la tragedia —y no solo la de las mujeres y no solo en el Edomex— para beneficio político de las y los mismos que la sostienen. Pero sí diría que se torna un poquito relevante en una contienda electoral entre dos mujeres, de las cuales una se convertirá en la primera gobernadora de la entidad que recibe el mayor gasto federalizado (recursos que el gobierno federal entregan a los estados y municipios para temas de salud, educación, infraestructura social, seguridad) y con el conocido capital electoral del que otros periodistas se explayan mejor en análisis.

Para muchas puede resulta inverosímil que los discursos de estas personajas, a todas luces títeres políticos, sean convincentes. Han querido magnificarles ser mujeres, una madre, la otra ‘humilde’, ’emanada del pueblo’; como si esas meras características las volvieran representantes legítimas, aliadas de facto. Nosotras nos preguntamos, ¿de quiénes? ¿Con ello nos van convencer? Me encantaría que la respuesta mayoritaria fuera un rotundo “no”, “nunca». Pero luego, ¿de dónde sacamos las alternativas?

Para el segundo debate entre las candidatas, el próximo 18 de marzo, la organización Amnistía Internacional reactivará su campaña #HastaSerEscuchadas y realizará un acto simbólico y una conferencia en las inmediaciones del Instituto Electoral del Estado para exigir a las candidatas “acciones y compromisos para la disminuir y erradicar el feminicidio en la entidad”.

También las mamás pertenecientes a colectivos locales de personas desaparecidas, como Deudos y Defensores por Dignidad de Nuestros Desaparecidos y Uniendo Esperanzas, han formado una alianza con la que pretenden que las candidatas escuchen sus demandas de justicia y se comprometan a cumplirlas cuando lleguen al poder.

A eso se han reducido las campañas electorales en este país de esperanzas cansadas: a la búsqueda de promesas que —eso sí, con una razonada estrategia y empuje de quienes las demandan— puedan llegar a ser concesiones de títeres políticas que han aprendido a utilizar la agenda política de las mujeres cuando les conviene y, cuando no, también.

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