Los ríos de México atraviesan una situación terrible. Se calcula que más de dos terceras partes de ellos están muy contaminados y que la mitad de los que ya presentan una situación delicada están, en realidad, en situación crítica
Por Eugenio Fernández Vázquez
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México es un país rico en ecosistemas acuáticos y en biodiversidad, pero siempre ha visto lo que pasa bajo el agua como algo ajeno, enemigo, y gobiernos de los tres órdenes y empresas de todos los tamaños reproducen y empeoran esta dinámica. En días recientes, en el marco de una iniciativa de la Universidad de Guadalajara, se liberaron doce mil alevines de tilapia —una especie altamente invasora— en el lago de Chapala, donde de cualquier forma el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, ya había prometido liberar un cuarto de millón de individuos de varias especies que nada tienen que hacer en esa cuenca. En realidad habría que estar haciendo lo contrario que ellos y, en vez de parchar una situación ambiental y económica complicada agravando los problemas de la biodiversidad, trabajar con visión de futuro para restaurar esos ecosistemas.
Los ríos de México atraviesan una situación terrible. Se calcula que más de dos terceras partes de ellos están muy contaminados y que la mitad de los que ya presentan una situación delicada están, en realidad, en situación crítica. Es el caso, por ejemplo, del río Sonora que un derrame de Grupo México dejó inhabitable para la biodiversidad e inútil para toda actividad humana hace ya ocho años, sin que nadie haya tenido que responder por el desastre. Es el caso, también, del río Santiago, contaminado por el vertido de drenajes de los poblados cercanos y de las decenas de empresas químicas y maquiladoras en sus riveras. Las aguas que antes fueron fuente de vida hoy, al contrario, enferman a quien se les acerca.
A pesar de esta terrible situación, en el grueso de los ecosistemas riparios y lacustres la situación está lejos de ser irreversible. Todavía se pueden recuperar ríos que parecerían más allá de todo remedio. Para ello hace falta, en primer lugar, hacer valer la ley y fortalecer la capacidad de los organismos gubernamentales para detectar y sancionar los vertidos ilegales, así como construir alternativas para la gestión de aguas residuales y el abasto sustentable de agua limpia, coordinando esfuerzos de los tres órdenes de gobierno. Remediar esos ríos impulsando soluciones basadas en la naturaleza, apostando por recuperar la biodiversidad que los animaba y vinculando a ellos actividades productivas inscritas en cadenas comerciales cortas sería, asimismo, fundamental.
Sin embargo, las autoridades se esmeran en dejar estas posibilidades de lado, metiendo más fuerza y presupuesto en una forma de habitar el planeta y usar sus recursos que ya mostró que no solamente no sirve, sino que hace daño. El presupuesto de la Comisión Nacional del Agua y sus proyectos, por ejemplo, siguen centrados en tubos, represas y revestimientos, en vez de en la recuperación de los recursos hídricos del país. Mientras tanto, los gobiernos estatales insisten en prescindir de la biodiversidad local, de la gestión de los recursos naturales para su conservación y uso sustentable, y emprenden acciones como las de Alfaro y los representantes de la Universidad de Guadalajara que apuestan por la tilapia y sacrifican todo lo demás —y, con ello, nuestros paladares, nuestra salud y nuestro futuro—.
El caso de la tilapia, además, es ilustrativo por lo grave. La Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad la considera una especie no solamente invasiva, sino muy peligrosa para la biodiversidad local, porque se alimenta de los juveniles de otras especies, acaba con la flora y es enormemente resiliente, de forma que tiene grandes ventajas locales sobre todo lo demás. Es además elocuente que se justifique una acción ambientalmente devastadora diciendo que tendrá grandes beneficios sociales, cuando la tragedia social es, en gran medida, consecuencia de la destrucción del ambiente.
Urge que los gobiernos de todos los colores y niveles actúen para defender los ríos y lagos del país. Lo pueden hacer con la ley en la mano, y de hecho la ley misma los obliga a hacerlo. Urge también que dejen atrás ese paradigma tan destructor al que todavía se aferran y que vuelvan a poner los pies en la tierra, el lodo y el agua, porque si no acabarán con todo.
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Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.