López Obrador enruta hacia la locura política, enajenado ahora como líder que ha perdido su aliento original de inaugurar una democracia, al caer en la testarudez y querer que las cosas sean a su capricho, abandonando la pauta constitucional que obliga
Por Jaime García Chávez
Siempre ha llamado mi atención el cómo los enemigos del lopezobradorismo se convierten en el ingrediente complementario que lo sostiene. Paradójicamente, le dan el aliento para poner en manos del propio Presidente al simétrico monstruo al que se debe liquidar en calidad de mafia del poder. Algo así como lo que se dice de San Jorge con el dragón.
Y creo que vale la metáfora porque los dragones serían Claudio X González, “Alito” Moreno, Santiago Creel y Ricardo Anaya, por ejemplo, que prácticamente son inexistentes, precisamente como el mítico animal, en calidad de bloque opositor pri-pan-perredista, que ni más ni menos representan un pasado que nadie quiere que regrese y que se obstinan en reproducir tozudamente.
En esto no van solos. En escala mayor, el Presidente López Obrador hace lo propio, y si bien el balance coyuntural de sus fuerzas lo coloca a la cabeza de un futuro triunfo en 2024 (dato que hay que apreciar con una dosis de escepticismo inteligente), se empeña en actuar políticamente contra sus propios intereses. Al igual que los anteriores, emprende su propia marcha demencial.
Esto se ve claramente si no tamizamos el análisis de los hechos, a partir únicamente del calendario electoral, con sus ciclos rígidos. Lo electoral es una arena, pero no es la única, y López Obrador, su movimiento, y los gobiernos que se han integrado en su derredor, se la tendrán que ver en otros espacios de contradicción y confrontación, con otros movimientos cívicos favorables a una democracia avanzada. Es un camino difícil, pero fecundo y al que hay que apostarle.
Para este texto, comparto las brillantes ideas expuestas por Bárbara W. Tuchman en sus obras La marcha de la locura y La torre del orgullo. Una premisa de la autora, avalada por la historiografía, es el atraso milenario en el “arte” de gobernar, muy rezagado si lo contrastamos y comparamos con el resto de las actividades humanas.
Ella resalta en esto el “peor desempeño”, y respalda sus investigaciones históricas, harto convincentes, como la aceptación de los troyanos el regalo equino que produjo su propia desgracia y derrota. No es el mejor ejemplo a mi juicio expuesto por la autora, pero sí de gran utilidad para comprender sus puntos de partida. Acontecimientos contemporáneos demuestran con mayor tino sus investigaciones.
Así, con otros ejemplos, con mayor detalle, demuestra cómo existen “gobiernos que siguen una política contraria a sus propios intereses”, en razón de la existencia de gobernantes insensatos y perversos en los que “no funciona el proceso mental inteligente”. Así sucede en los gobiernos encabezados por narcisistas y personalistas como el de López Obrador.
Esto vale para todos los tiempos. La experiencia dice que la personalidad la debe amoldar el gobernante al grupo (al menos al gabinete), para que no domine el sello del más encumbrado en la jerarquía, y aconseja, entonces, que las decisiones se deben tomar para persistir “más allá de cualquier vida política”, de un López Obrador u otro personaje análogo, que se autocontemple como demiurgo de la historia, reencarnado, en el caso que me ocupa, para una transformación que hasta número se le ha puesto.
López Obrador enruta hacia la locura política, enajenado ahora como líder que ha perdido su aliento original de inaugurar una democracia, al caer en la testarudez y querer que las cosas sean a su capricho, abandonando la pauta constitucional que obliga.
En una sociedad tan dolida y enferma, su intransigencia en violentar el marco constitucional tiene muchos adeptos, sin duda, pero el puerto de todo esto será contrario a su proyecto de poder, insoportable a la larga, hacia el 2024, y no se diga después. Es una ruta equivocada y está en craso error si cree el Presidente que es la única ruta.
Esta insensatez se advierte en su confrontación enfermiza contra el Poder Judicial de la Federación, en particular en contra de su Suprema Corte de Justicia de la Nación, a la que ahora reta, desacata y tilda de podredumbre.
Como abogado postulante y opositor por más de medio siglo, soy consciente de que el país ha de renovar a ese importante poder de la tríada clásica, más no de avasallarlo y ponerlo de rodillas a capricho del Presidente actual y cualquier otro, menos cuando dicta sus sentencias con apego a la ley y en protección de las normas constitucionales, como ha sucedido en esta coyuntura.
Al final de su sexenio, López Obrador aspira a que su arrogancia se imponga de todo a todo. Debe entender que eso es imposible. Para él, esta Corte sería histórica, transformadora y revolucionaria si hubiera emitido su aval al Plan B, a sus decretos en materia de transparencia, que resultaban absurdos, y otras sentencias en las que la Presidencia o el Congreso son cuestionados por sus actos de autoridad, actos que son reprochados porque se emitieron con desaseo, contraviniendo leyes, y sobre todo a la Constitución que se protestó cumplir y hacer cumplir. En otras palabras, la Corte está podrida por no claudicar ante el capricho presidencial.
López Obrador sabe que no podía esperar fallos diversos y obsequiosos. Sus consejeros, si es que se los permite, debieron advertirle, precisamente para que no impere el sello de la insensatez, la intransigencia y la perversidad. Pero para él, hay que desafiar y ponerse al filo de la navaja, que habla claramente de que se puede caer en una especie de neoautoritarismo, jamás buscado por las metas que se propuso la transición mexicana a la democracia. No está de más decir que López Obrador está muy por abajo, pero muy por abajo, de la sagacidad que tuvo Benito Juárez para lidiar con estos problemas, empleando la ley y las armas de la política.
Ahora que al Presidente le dolió la sentencia de la Suprema Corte, que obliga a transparentar las grandes obras que había catalogado como de seguridad nacional, ha vuelto a dictar un decreto igualmente inconstitucional, en clara réplica y desafío a la institución judicial federal, violentando la división de poderes, piedra angular de la normatividad estatal. Pero no sólo eso, actúa con premeditación, alevosía y ventaja porque antes se le clavó un puñal por la espalda al INAI. Casi, casi, lo veo como empachado por el recuerdo del desafuero.
El poder de López Obrador tendrá que ceder y entender que a fuerza ni los zapatos entran, y eso prevalecerá más temprano que tarde, antes o después de 2024. Su marcha a la locura es, ni más ni menos, la mejor aliada que hoy tiene el antilopezobradorismo.
19 mayo 2023
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.