La causa, para ellos, no es la pobreza, la desigualdad, la urgente necesidad de repartir los beneficios de la Nación entre las mayorías. La causa, para ellos, no ha sido vencer la violencia y preguntarse qué la provoca…Su causa es el odio y por eso no hay un proyecto de Nación.
Por Alejandro Páez Varela
El 5 de noviembre pasado, en un evento con diputados del PAN, Pedro Ferriz de Con, Macario Schetinno, Luis Pasos y Gustavo de Hoyos pronosticaron el fin del llamado súper peso. “Luego de un profundo análisis económico […] podemos proyectar un desliz del peso a 25 por dólar para 2023. La deuda escala, el sector económico espera y la inversión no confía”, escribió el primero. Estamos en el sexto mes y la moneda estadounidense se ha construido bandas entre los 17 y los 18, con episodios de presión que, al menos en las últimas semanas, tienen que ver con las negociaciones para el techo de deuda en Washington.
Nadie, por supuesto, ha corregido su proyección, producto, supuestamente, de un “profundo análisis económico”. Por fortuna sus pronósticos no se cumplieron y para mayor fortuna aún, hay muy pocos que puedan considerarlos serios. Los inversionistas, a juzgar por los resultados, no los toman en cuesta para decidir; los mercados se han vuelto inmunes a pronósticos similares porque si hicieran el más mínimo caso estaríamos ahora mismo en 22, 23 pesos por dólar, es decir, entre 4 y 6 pesos arriba del cierre del viernes pasado. El cálculo es de hace casi siete meses. A menos de que la economía mexicana se enfrente a un imprevisto –que no es considerado en su análisis–, el dólar no superará los 20 pesos este año y el análisis de Ferriz, Schetinno, Pasos y De Hoyos no se cumplirá.
La Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado que publicó Banxico el 2 de mayo pasado calculaba un cierre de año en 19.13, y para 2024, en 20.00. Pero si uno revisa la serie, es decir, los pronósticos mensuales acumulados de esas más de 30 casas de análisis, sus cálculos son más o menos los mismos desde el Primer Trimestre de 2022, aunque han venido mejorando la posición del peso. ¿Por qué, entonces, invitaría el PAN a una mesa de análisis sobre la economía a estos cuatro personajes? Porque si uno revisa los pronósticos que varios de ellos han hecho a lo largo de los meses –e incluso desde antes de que asumiera Andrés Manuel López Obrador la presidencia–, es claro que se han equivocado. Si fueran, digamos, directores de planeación financiera de cualquier empresa grande ya los habrían despedido: habrían llevado a tomar posiciones en dólares para saldar deuda futura o para prever compras en el extranjero, y habrían provocado enormes pérdidas a los socios.
De hecho, el periodismo económico y financiero especializado que se cultivó desde la década de 1980 y floreció en la de 1990 se ha venido extinguiendo o, mejor dicho, se ha transformado. Por supuesto que queda todavía algo de aquello, por allí, y se demostró con el episodio de Germán Larrea, Grupo México y Banamex. Pero el periodismo que especula con los datos e inventa cifras, situaciones y escenarios, es el más aplaudido y el más común.
Lo mismo ha pasado con los analistas del sector: los que son marcados críticos políticos del Presidente se han abierto espacios en casi todos los medios –quizás el mejor ejemplo sea Gabriela Siller, de Banco Base, fuente obligada de la agencia española EFE o de Carlos Loret– mientras que la revisión fría de los números y las tendencias, que ayudan a tomar las decisiones, han terminado como folletos internos para inversionistas.
La política ha consumido capacidad de análisis. A la mayoría de los periodistas ya no les importan los hechos sino lo que quieren decir sobre los hechos. Germán Larrea, un depredador sin un ápice de solidaridad social, fue declarado “víctima” en segundos por la intervención federal de 120 kilómetros de vías de las más de 11 mil que tiene concesionadas, sin importar que el proyecto para el que se requiere ese tramo beneficiará a miles y miles de ciudadanos. Se odia al Presidente y entonces se le da la razón a un empresario con una terrible historia de abusos y de avaricia. Se odia a López Obrador y entonces se le da la razón a un depredador social, un avaro, un individuo sin pizca de humanidad.
Pocos hablaron de cómo el 19 de febrero de 2006, 65 mineros murieron por falta de medidas de seguridad en Pasta de Conchos. Pocos refirieron el derrame de 40 mil metros cúbicos de sulfato de cobre sobre dos ríos, Bacanuchi y Sonora, que siguen inservibles; de su intento por influir en los trabajadores de Grupo México para que no votaran por AMLO; de su participación en la guerra sucia e ilegal contra López Obrador, financiando grupos dedicados a generar noticias falsas; de cuando, en julio de 2019, derramó más de tres mil litros de ácido sulfúrico al mar de Cortés, nuestro acuario natural y acuario del mundo. Pocos recordaron que ese individuo, Germán Larrea, siempre ha salido impune de todas las tropelías que comete. Pocos recordaron que apenas pierden atención sus atropellos, retira sus promesas a los afectados.
El argumento para defender a un depredador que es cuestionado incluso dentro del sector empresarial es la “certeza jurídica”. Claro, porque hay certeza jurídica cuando el Gobierno les entrega concesiones para que exploten territorio nacional por apenas unos cacahuates, pero no la hay cuando el mismo Gobierno le pide que regrese un pedacito de todo lo que se le dio en préstamo para obras de beneficio social. Claro, porque hay certeza jurídica cuando el Estado pide dinero prestado a las instituciones extranjeras para rescatar a esos empresarios voraces de sus deudas, pero no la hay cuando se les pide que retribuyan en impuestos al Estado, que es retribuir a la sociedad, apenas un mínimo porcentaje de lo mucho de sus abundantes utilidades. Te odio, Andrés Manuel: eres un peligro para México.
El odio, evidentemente, no calcula riesgos. Los cuatro que pronostican un peso debilitado para 2023 son de la misma especie de los que calcularon que, unidos, todos los partidos de oposición iban a derrotar a López Obrador. Enormes cantidades de odio llevaron a intelectuales, periodistas, académicos y empresarios a convencer a PRI, PAN y lo que queda del PRD que la causa era derrotar a Morena juntos, pero no les dieron herramientas para hacerlo. No hay un proyecto de Nación para esas tres fuerzas. Hay sólo deseos de venganza. La causa, para ellos, no es la pobreza, la desigualdad, la urgente necesidad de repartir los beneficios de la Nación entre las mayorías. La causa, para ellos, no ha sido vencer la violencia y preguntarse qué la provoca; no ha sido ponerle freno a la avaricia sin sentido de depredadores como Germán Larrea. Su causa es el odio y por eso no hay un proyecto de Nación. El odio no genera proyectos de Nación. El odio reúne a los derrotados por la Historia, pero el odio no los junta por deseos de mejor educación, hospitales dignos y un país con justicia social.
Si Ferriz, Schetinno, Pasos y De Hoyos son tan buenos con los números, ¿por qué sus amigos no los ponen a dirigir sus empresas? Porque no están locos. Porque saben qué son, en los hechos. Podrán invitarlos a dar seminarios entre sus empleados sobre “cómo odiar al populismo”, “por qué odiar a la izquierda” o para dar un curso de “diez razones para odiar al que piensa distinto”, pero nunca les entregarán los planos de un puente, de un rascacielos, de una carretera. Estoy seguro que nadie ha escuchado a Lilly Téllez hablar sobre cómo recaudar más impuestos, qué hacer con el estrés hídrico o cómo sacar a tantos mexicanos de la pobreza más allá del discurso rancio de “enséñales a pescar, no les des pescado”; pero aplauden hasta el desvarío y la levantan en hombros cuando vocifera que llevará a López Obrador a prisión.
Claudio X. González empezó a redactar en 2021 un proyecto de Nación, según había dicho. Es hora que no lo presenta. Tampoco han presentado algo parecido los intelectuales, periodistas, académicos y empresarios que odian a López Obrador; o el PRI, el PAN o lo que queda del PRD. Quizás porque eso no vende y lo que convoca es el odio. Pero el odio no levanta un cerco, no alimenta una vaca, no fertiliza un campo de sorgo o de maíz ni hace menos rudas las jornadas en la maquiladora. El odio que los lleva a defender al depredador Larrea no levanta un país y definitivamente no acaricia a un obrero cansado o a un campesino que ha perdido todo en la sequía. Y el odio, por supuesto, no elabora un proyecto de Nación o a menos de que sea abiertamente fascista.
Pienso que el país necesitará, en algún momento, a una oposición realmente responsable. Una que sea capaz de ver hacia adelante y que no vea la toma del poder como lo más urgente; que no recurra al odio como inspiración y trabaje en proyectos para impulsar a México. Que sea capaz de presentarse como una alternativa y no como un club –por cierto, cada vez más mermado– de odiadores hasta el infinito.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx