Opinión

Ante el calorón, o actuar o perecer




junio 14, 2023

El calor de nuestros días ya se había anunciado desde hacía meses, tras la llegada del fenómeno El Niño. Ahora, hace más calor que nunca y todavía no llegamos a la mitad del año. Esta es la nueva realidad, el nuevo régimen climático en el que vivimos y que, más que soñar, hay que enfrentarlo, adaptarse a él y remediarlo con urgencia

Por Eugenio Fernández Vázquez
Tw: @eugeniofv

Hay algunos entre nosotros —sobre todo los políticos— que siguen pensando que las altísimas temperaturas que se registran en México estos días son algo pasajero. No quieren ver que ésta es la nueva realidad, el nuevo régimen climático en el que vivimos y que, más que soñar, hay que enfrentarlo, adaptarse a él y remediarlo con urgencia. Eso pasa, entre otras cosas, por apostar por una verdadera transformación de fondo tanto de las ciudades como de nuestra relación con los recursos naturales, porque ya no basta con dejar de dañar la naturaleza: hay que restaurarla y regenerarla.

La situación actual ya se había anunciado desde hacía meses: la llegada del fenómeno del Niño —un fenómeno climático por el que se calientan las aguas del Pacífico americano—, exacerbado por el calentamiento global y la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera, traería temperaturas récord al planeta. Así ha sido: hace más calor que nunca y todavía no llegamos a la mitad del año. Esto va acompañado de múltiples desastres paralelos: la capa de hielo de la Antártica es la más pequeña que se ha registrado, se acidifican más los océanos, se marcan más las sequías. No todo, sin embargo, son desastres inexorables: hay muchas medidas que se pueden tomar para que la vida humana en el planeta siga siendo posible.

La primera y la más urgente es frenar la emisión de gases de efecto invernadero, y eso implica una transición energética a cabalidad, un cambio radical y de fondo en nuestros patrones de consumo y la restauración de bosques y selvas que hemos perdido. No basta con reducir el impacto de la energía: hay que usar mucho menos de ella. No alcanza con consumir mejor, hay que consumir mucho menos y reciclar y reducir mucho más, empezando por las grandes corporaciones. No es suficiente con bajar las tasas de deforestación: tienen que llegar a cero y se tiene que emprender un esfuerzo de fondo —y no programas sociales meramente pintados de ambientales— para regenerar lo perdido.

Esto puede verse también en las ciudades, pero con los matices que les da el asfalto tanto al desastre como a las soluciones. Uno de los más impactantes es el de las islas de calor. En entornos donde no hay vegetación, donde no hay más que negro pavimento y azoteas oscuras, las calles y los edificios absorben el calor y lo van liberando poco a poco, haciendo que la temperatura a su alrededor sea varios grados centígrados mayor que en zonas donde sí hay arbolado. Por dinámicas económicas y políticas ya muy añejas, pero que se mantienen, esas islas de calor suelen corresponder con los barrios y colonias más pobres de una urbe, lo que se añade a la injusticia climática. Mejorar la provisión de infraestructura verde y azul, recuperando canales y sembrando parques, por ejemplo, es fundamental.

También se debe mejorar la capacidad instalada y pública para propiciar una economía circular —y no caer en trampas como las que desde el Senado y liderados por Ricardo Monreal nos han querido tender a todos—. Apoyarse en los trabajadores de la basura y formalizar lo mejor de esas economías, favoreciendo la formación de cooperativas y sumando sus fuerzas a los esfuerzos del Estado, combatir a las plastiqueras, fomentar la innovación y la inversión en nuevos productos, además de reducir nuestro desaforado consumo de desechables, sería tomar el buen camino.

Consumir menos y cuidarnos más, construir economías que presionen menos a los territorios y permitan que la tierra descanse y las comunidades locales y las autoridades la regeneren, emprender con redoblada ambición la transición energética son todas claves para pasar de la queja permanente a la acción —una acción de la que, además, depende nuestra propia vida sobre el planeta—.

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Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.

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