Hoy tenemos un presidencialismo exacerbado que crece en facultades desproporcionadas y de facto, que se asume no formando parte de una división de poderes, sino como el poder eje y único de la nación, con todas las instituciones a su servicio
Por Jaime García Chávez
El próximo año 2024, la Unión federal mexicana cumplirá dos centurias. Con esa fecha de partida nos llegó la idea de la república y la democracia. Los primeros mexicanos empezaron a barruntar un país, no sin grandes contingencias discrepantes, a preverlo, conjeturarlo, para dar inicio a la aplicación de un modelo que permitiera dejar atrás la Colonia y la dominación monárquica novohispana.
Podemos afirmar que quedó atrás toda pretensión de monarquía, y nuestras dos constituciones, la de 1857 y 1917, fueron más que claras al marcar el porvenir nacional en este aspecto. Claro que hubo los paradigmas que nos llegaron de Francia y del naciente Estados Unidos, pero creo más en lo que dice Daniel Cosío Villegas, que arribamos a una idea de Estado nuevo más por los agravios que por los sueños idealistas, a veces convertidos en señuelos.
Se puede afirmar que la construcción del estado moderno en México ha sido terriblemente larga, ya no digamos tan sólo acompasada. Después de la etapa armada de la Revolución mexicana, y a partir de 1929, se inauguró una hegemonía que, medida en mandatos presidenciales, se rompió el año 2000, con el triunfo del PAN y de Vicente Fox.
Ya antes habían aparecido los síntomas de una sociedad plural y un proceso de liberalización que permitió plantear propuestas de reforma política para abrir al régimen autoritario y cerrado. De entonces data la propuesta de transitar a la democracia, emprender la sustitución del régimen autoritario del PRI, y de entonces data, también, visualizar que en estos ciclos el manejo de las normas, las reglas y las leyes era incierto.
Una verdad se impuso y se documentó en los estudios de política comparada, que buscar la democracia no es, necesariamente, que la encontremos, y al paso del tiempo consolidarla como régimen.
Con estos cuantos antecedentes –hay más, desde luego–, es válido que nos preguntemos: ¿ha colapsado todo esto en nuestro país, y el puerto de destino que tenemos a la vista es una variedad de neoautoritarismo?
Parto de la idea de que la democracia está ahí donde el poder del Estado se ha reformado sustancialmente, dándose en paralelo la construcción de una ciudadanía siempre viva y actuante. Quiero decir que la democracia no sólo se trata de elecciones periódicas y de la existencia de partidos políticos. A su modo, el PRI tuvo ambas cosas, como lo registra la historia. El problema va mucho más allá, y el caso mexicano puede llegar a ser más que aleccionador al respecto.
Hoy tenemos un presidencialismo exacerbado que crece en facultades desproporcionadas y de facto, que se asume no formando parte de una división de poderes, sino como el poder eje y único de la nación, con todas las instituciones a su servicio; un Congreso obsequioso, que no le puede corregir ni una coma a las iniciativas de ley del Ejecutivo, y que subestima la autonomía del Poder Judicial, lo que es grave por el carácter que este tiene de tribunal constitucional y de único intérprete de la Carta Magna.
También tenemos que se ha empoderado a las fuerzas armadas más allá del estatuto constitucional, que viene de 1857 y que significa un riesgo para el porvenir del ejercicio civil del poder.
A esto hay que agregar que tiene de hecho un partido de Estado desplegando una hegemonía polarizante, que desprecia el derecho pero dice amar la justicia, como un antídoto a las desviaciones que sólo el presidente se arroga como facultad de calificar. Ejerce un poder renuente a los contrapesos.
La seguridad ciudadana, además, está en riesgo, como lo hemos visto en toda la república, y cobra otra magnitud en el secuestro chiapaneco de los últimos días. Esto es así porque se ha tolerado a la delincuencia organizada de alto nivel, con mecanismos de modus operandi con los que se engorda el poder de la jerarquía mayor que encabeza el presidente y que se ha propuesto aniquilar las autonomías constitucionales que resisten a su despotismo.
Buena parte de nuestra transición se cifró en tener un órgano electoral autónomo, que se pretende regresar al interior del Poder Ejecutivo.
Podría enumerar más signos, pero creo que son suficientes para problematizar la afirmación de que nuestro puerto de destino, que fue la democracia, está en riesgo.
Desde luego pienso que no todo está perdido, pero como se dice en la jerga política, eso está en veremos, y esto es grave. Lo germinal de nuestra democracia, para emplear el término de José Woldenberg, está en que haya elecciones periódicas, competitivas y blindadas, con sólidas seguridades para producir las alternancias que el cuerpo ciudadano avale.
Eso tenemos ahora, pero convive, de manera inequívoca, con el despliegue de una simulación, que ahora es evidente, mañana será alarmante y más adelante inevitable en la configuración de un autoritarismo que se instaló para frustrar el anhelo democrático y coartar el ejercicio de las libertades públicas.
Por otra parte, la llamada alianza opositora no tiene ni un elemental abecé. La apuesta es, pues, por un despertar ciudadano.
29 junio 2023
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.