Desde hace décadas la mirada feminista nos aporta una necesaria reconceptualización que vale la pena atraer al presente para pensar la salud mental en términos distintos a los patriarcales y neoliberales
Por Celia Guerrero
Tw: @celiawarrior
Deslizo y deslizo el dedo sobre la pantalla del teléfono, disociada mentalmente, con la nimiedad de quien sabe que no sabe lo que busca y ha perdido la esperanza de encontrar un contenido gratificante en un universo digital restringido. Por azar o por destino o porque el algoritmo funciona a la perfección, me detengo en la publicación de Maynné Cortés, una psicóloga a la que sigo en @laboratorio_afectivo. En un meme, un tlacuache con la mirada encendida como un rayo láser y el hocico abierto, asemejando que grita, anota: “Tocar pasto no es suficiente, necesito dinero”. Deslizo a la siguiente imagen —mismo meme—, el texto cambia: “Tocar pasto no es suficiente, necesito acceso a vivienda digna”.
El planteamiento de la psicóloga es obvio, por lo menos para mí y para otras personas que comentan la publicación: el bienestar es un estado al que no llegamos solas —en el carácter individual— ni solo —en la acepción de únicamente— buscando estados de relajación. Nos lleva a cuestionarnos, ¿de dónde proviene tanto malestar? Si no es solo —de nuevo, de únicamente— interior, ¿cuáles son los factores estructurales que lo generan?
A estas alturas, un necesario disclaimer: no pretendo hacerme la psicóloga, soy de hecho todo lo contrario, una reportera que escucha generalmente las desgracias de otras y otros sin capacidad alguna de aportar contención emocional. Pero me gusta disertar al rededor de la salud mental propia y colectiva, sobretodo de otras mujeres, y de lo que detecto en mi entorno respecto al tema.
También sucede que, recientemente, en terapia han surgido temas relacionados a la sensación de condicionamiento de la salud mental propia y de algunas mujeres cercanas, por lo que he comenzado a ¿investigar? No. A divagar en lecturas, conversaciones y en el teclado sobre la depresión, la ansiedad, la medicalización, la industria farmacéutica y otras cositas de las que también pueden leer en la entrega anterior de esta Igualada.
Con E, mi terapeuta, he platicado en específico de la feminización de la depresión. Por ella es que me enteré de lo que algunas psicólogas han reconceptualizado y estudiado desde el feminismo como malestar(es) —de nuevo, en específico, el depresivo—, dejando atrás los términos clínicos de “trastorno” o “síndrome” que pueden llegar a ser patologizantes.
El malestar como categoría de análisis de la salud mental de varones y mujeres, precisa la doctora en ciencias sociales Guadalupe Cantoral Cantoral, se compone de vivencia y manifestación, y eso me parece hermoso. En la noción de malestar hay reconocimiento de “una sensación subjetiva de padecimiento psíquico” —como lo definió antes la psicóloga feminista Mabel Burín— que lo coloca entre la salud y la enfermedad; es decir, que rompe con la dicotomía.
Una vez aportada la distinción conceptual, el foco está en la causa. La manifestación del malestar —plantea Cantoral, retomando a Burín— tiene como eje las desigualdades de género. Dicho esto, podemos identificar las circunstancias individuales, pero sobre todo colectivas, causantes de los malestares depresivos de las mujeres en relación a su contexto.
En Mujeres y salud mental Burín señala una “compleja trama” que puede llegar a construir el malestar femenino: la división sexual del trabajo y las relaciones de poder entre varones y mujeres; y entre mujeres, la imposición de los roles femeninos, la separación de los ámbitos público y privado. Mientras, destaca los estados depresivos como el “fenómeno paradigmático del malestar femenino” y propone como alternativa a los psicofármacos la creación de grupos terapéuticos y de autoayuda, y eso también me parece hermoso.
“Si analizamos la especificidad femenina en los modos de registrar su malestar es porque consideramos que existe una psicopatología de la diferencia sexual basada en la construcción social de la subjetividad femenina”, apuntó Burín en el artículo publicado en 1995.
Así, desde hace décadas la mirada feminista nos aporta una necesaria reconceptualización que vale la pena atraer al presente para pensar la salud mental en términos distintos a los patriarcales y neoliberales.