Ecuador ha dado a toda la humanidad una lección de responsabilidad, de innovación y de compromiso con las generaciones futuras y con las especies con las que compartimos el planeta. Es hora de avanzar hacia un mundo en el que el petróleo se quede para siempre bajo tierra
Por Eugenio Fernández Vázquez
Tw: @eugeniofv
En este tiempo de crisis climática, de tormentas en el desierto y de sequías terribles, desde Ecuador llegan noticias maravillosas: las consultas realizadas este domingo a la par de las elecciones dieron un rotundo respaldo a no dar nuevas concesiones mineras en el distrito del Chocó y el pueblo ecuatoriano votó por desmantelar las instalaciones petroleras de Yasuní, en plena Amazonía, y dejar el petróleo que iban a extraer donde está: bajo la tierra. Ecuador ha dado al mundo una lección de valentía y de responsabilidad, de amor por el planeta y por las generaciones futuras, que haríamos bien en seguir. Desde México deberíamos pensar en qué nos ata al petróleo y cómo hacemos para salir de este camino que no lleva a ninguna parte.
De entrada, saltan tres situaciones que se deben empezar a corregir de urgencia, porque tomarán mucho tiempo y mucho esfuerzo. La primera es que los ingresos petroleros son fundamentales para el presupuesto del Estado y la deuda de Pemex es un pasivo que cae sobre los hombros de todos en el país. La segunda es que la matriz energética mexicana sigue estando muy petrolizada y no se han dado los pasos necesarios para cambiar las cosas. La tercera es que en el imaginario popular —construido durante ocho décadas y reforzado en este sexenio con ahínco— el petróleo parece ser un componente esencial de la soberanía y de la identidad nacionales.
Los ingresos petroleros representan alrededor del 20 por ciento de los ingresos presupuestarios del país. Al mismo tiempo, Pemex tiene una deuda de 110 mil millones de dólares, lo que la convierte en la petrolera más endeudada del mundo. Así las cosas, la transición fuera del petróleo se hace enormemente complicada. La solución pasa por el mismo camino que se ha señalado para otro montón de problemas de escasez de recursos del Estado mexicano: hay que hacer una reforma fiscal agresiva y progresiva, que cobre más impuestos a los más ricos —y no, no basta con cobrar lo que deben, aunque ése sea un paso fundamental—.
México es uno de los países de América Latina con la taza de recaudación más baja: apenas 16.7 por ciento del producto interno bruto, cuando la media en la región es de 21.7 por ciento. Los únicos países de la zona que cobran impuestos peor que México son Guatemala, Paraguay, Panamá y República Dominicana. Mientras esta situación no se resuelva el país no podrá romper con el petróleo porque las finanzas del Estado dependen de él.
Por otra parte, el balance nacional de energía está enormemente cargado a los hidrocarburos y de ellos sale más del 80 por ciento de la producción de energía primaria del país. Entre tanto, la mitad de la producción de energía primaria mexicana se debía al petróleo. Esta situación se agrava porque la intensidad energética del producto interno bruto se ubica hoy en los mismos niveles que hace diez años: no sólo no mejoramos en este sexenio, sino que retrocedimos una década.
Mientras no se reduzca el consumo de energía y no se emprenda un proceso profundo de inversión en energías renovables, de producción descentralizada de energía y de articulación de redes comunitarias de generación y consumo México seguirá dependiendo del petróleo.
A su vez, ninguna de estas dos tareas tendrá el respaldo popular necesario mientras el petróleo siga viéndose como pilar de la nación y componente esencial de la identidad nacional. Por ejemplo, habría que olvidar o por lo menos resignificar la conmemoración de la expropiación petrolera el 18 de marzo y festejar otros elementos mucho más trascendentes del cardenismo y de los esfuerzos nacionales por la justicia y contra el imperialismo. ¿Por qué no festejar el esfuerzo de conservación que impulsó Lázaro Cárdenas? ¿O su compromiso con el campo y con la educación?
Ecuador ha dado a toda la humanidad una lección de responsabilidad, de innovación y de compromiso con las generaciones futuras y con las especies con las que compartimos el planeta. Es hora de seguir ese camino, de reinventarnos y de construir una nueva economía más justa y más respetuosa con el planeta. Es hora de avanzar hacia un mundo en el que el petróleo se quede para siempre bajo tierra.
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Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.