A la necesidad y marginación de pronto se unió otro fenómeno social que rápidamente se posicionó entre los principales factores para desplazar a los habitantes de sus territorios: la violencia se convirtió así en un motor que aceleró la migración. Y eso es lo que ha vivido Tuxtepec y la Cuenca del Papaloapan en los años recientes
Por Antonio Mundaca / El Muro Mx
Tuxtepec, Oaxaca— Una mañana de enero de 2017, Trinidad salió de la Colonia Siglo XXI con el miedo entre los dientes. Una semana antes de tomar el autobús para irse a Ciudad Juárez, Chihuahua, desde Tuxtepec, Oaxaca, y viajar 40 horas inflamado por el calor de atravesar el país, cerró su pequeña tienda de abarrotes y su esposa tuvo que huir con rumbo a Piedra Quemada, un paraje ubicado a 6 kilómetros, de su casa en la región de la Cuenca del Papaloapan.
Trinidad llevaba años pensando en que llegaría a la edad de 60 y no tenía dinero para jubilarse. Pensaba en Juárez como una tierra inhóspita que imaginaba llena de fábricas y torres gigantes. Por años había oído historias de jóvenes que emprendían el viaje y con 2 mil pesos y un par de contactos, se iban y casi nunca volvían a saber algo de ellos.
Trinidad no conocía nada del desierto, había oído de cárteles del narco con nombres famosos peleándose esas tierras del norte. Un fantasma que creía lejano de su comunidad pero llegó a su puerta en el año 2016, cuando grupos criminales locales le pidieron cobro de piso durante seis meses como condición para no quemarle el negocio. Por entonces las ventas no alcanzaban para su familia y los nuevos “jefes de la plaza” que él llama “las serpientes”.
Él llegó a la Colonia Siglo XXI en 1994 cuando las cosas eran muy diferentes. Su familia fue de las fundadoras de un asentamiento de 28 hectáreas donde hoy viven en condiciones mayormente de pobreza alrededor de 4 mil personas. Lotes que entregó el gobierno de Oaxaca a centenares de familias que durante más de 20 años vivieron en predios a la orilla de la Carretera Federal 182. Otras, como la familia de Trinidad, llegaron de San Felipe Jalapa de Díaz, un municipio chinanteco localizado a 61 kilómetros en la montaña alta, a invadir las orillas del río Papaloapan y fundar asentamientos de alto riesgo por las inundaciones anuales de la región rivereña. El gobierno reubicó a todas las familias en la Siglo XXI, incluida la de Trinidad.
“El gobierno prometió en ese tiempo que nos daría un fraccionamiento con todos los servicios, pero nunca desincorporó la colonia del ejido, y las promesas sólo alcanzaron para una electrificación que tuvimos que pagar entre todos los colonos y un tanque de agua en 1996”, recuerda Trinidad.
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“Mi miedo era que mataran a mi esposa, me dejaron recados en la puerta. Tuvimos un problema grande muchos en la colonia, nosotros por eso cerramos la tienda, ya me estaba afectando mi salud. Le dije a mi esposa vete al rancho y yo salí pa´l norte, lo poco que ganaba era para comer, ni modo que se lo diera a esos cabrones”, relata.
Trinidad ahora trabaja en una maquila en Ciudad Juárez. Además de la inseguridad de su municipio de origen, dice que se fue a Chihuahua porque su salud está grave y en las maquilas contratan a personas mayores, de hasta 65 años. Además les dan seguro social, una prestación que nunca tuvo cuando vivía en el norte de Oaxaca y que para él es vital en estos momentos que necesita un seguimiento médico.
“Tengo 53 años y no estoy en Juárez por gusto. Mi salario lo utilizo para lo básico, la renta, el agua, la luz, igual que yo hay muchos de mi colonia que nos fuimos porque en Tuxtepec no hay trabajo y llegó mucha gente mala en los últimos años”, cuenta.
Trinidad llevaba años pensando en que llegaría a la edad de 60 y no tenía dinero para jubilarse. Pensaba en Juárez como una tierra inhóspita que imaginaba llena de fábricas y torres gigantes. Por años había oído historias de jóvenes que emprendían el viaje y con 2 mil pesos y un par de contactos, se iban y casi nunca volvían a saber algo de ellos.
Es un hombre desconfiado que no sabe que forma parte de los miles de chinantecos que llevan años sufriendo desplazamiento forzado interno por la pobreza y la violencia en un municipio oaxaqueño como el de Tuxtepec, que durante los años 2017, 2018 y 2019 fue considerado uno de los 50 más violentos del país y el más violento de Oaxaca, con un promedio de 500 asesinatos en vía pública por año, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Una demarcación oaxaqueña en la frontera con Veracruz de 160 mil habitantes que recibe entre remesas de familias que viven en Estados Unidos y los estados del norte de México, alrededor de 766 millones 83 mil 73 pesos, según datos del Banco Central de México (Banxico), cifra que duplica los 353 millones 437 mil 402 pesos que recibe el ayuntamiento de Tuxtepec en Aportaciones de Infraestructura Social y del Fondo de Aportaciones para el Fortalecimiento de los Municipios, por parte del Gobierno del Estado de Oaxaca.
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Trinidad se ve mayor de la edad que dice tener. Habla con cautela. Se asegura de saber que el contacto que facilitó la entrevista sea alguien cercano. No quiere fotos, apenas accede a ser grabado. Durante los seis años que lleva en la colonia Allende de Ciudad Juárez, cuenta que ha visto la violencia levantarse de las calles polvosas. Por momentos alza la voz y lamenta que no pueda, como otros de sus paisanos, comprar un terreno para una casa y quedarse definitivamente a radicar en el norte. Llevarse a su esposa es algo imposible, su vida sencilla no alcanza.
Piensa que llegó muy viejo a la ciudad fronteriza. Dice que la colonia donde vive ahora también es insegura, pero cree que a los viejos que trabajan en la maquila los malandros norteños no tienen nada que robarles y las pugnas que también hay en su nuevo vecindario son un asunto entre ellos.
“Yo, como los otros de mi pueblo, quisiera llegar a los 60 y regresarme”, insiste. La rutina y la falta del verde en el paisaje es algo a lo que Trinidad no se acostumbra. Extraña la lluvia tropical del sotavento oaxaqueño y la selva exuberante que rodea a la Colonia Siglo XXI.
Dice que las calles de su casa en Chihuahua son tan amplias que caben tres patrullas cuando los narcos locales las usan como tiraderos, pero a diferencia de la colonia oaxaqueña, en el norte puede mantenerse anónimo.
Él sale a trabajar todos los días a las 5 de la mañana para entrar a las 6 en punto de lunes a viernes y es por eso que casi no coincide con sus vecinos de la Siglo XXI, porque viven en colonias distintas. Como un ritual que nunca cambia, cada año vuelve a Oaxaca para ver cómo está su casa y cada mes envía dinero a su familia, que tampoco ha vuelto a habitar la vieja colonia donde vivieron por 23 años antes de las amenazas.
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La casa que Trinidad tiene en la Siglo XXI es un mortero de calor de muros de cemento pintados de blanco y rosa. Sobre los cimientos hay laminas viejas que cubren la casa de un solo piso. La calle donde él vivió, está sobre una loma que nunca fue pavimentada. Los ventanales de los pequeños cuartos tienen mallas de acero y doble protecciones, algo muy necesario. El 6 de julio de 2019, a dos calles de su casa, fue asesinado un menor de 14 años que conoció cuando era todavía más niño.
“Yo tenía ya un par de años de haberme venido a Juárez cuando mataron a Jair. En la Siglo XXI no tienen mucho a donde ir, la mayoría de los jóvenes no pueden estudiar ni trabajar, luego llegaron esos cabrones y los reclutaban para cosas malas”.
—¿Usted se fue por la violencia, entonces?—, se le pregunta. Hace una pausa demasiado larga. No hay nubes. La humedad se pega en la ropa y el calor se expande en una colonia con decenas de casas vacías. Camellones enmontados, calles sucias, puertas de rejas, rejas en las ventanas, lotes con hierbas crecidas y alambrados con poca luz en las esquinas.
“Sí, me fui por la violencia. Esos que llegaban a extorsionarnos no saben lo que cuesta ganarse el dinero y lo quieren todo fácil, la última vez que vine a ver la casa fue en septiembre pasado, revisé que no se hubieran robado nada, vi a mi mujer y me jalé otra vez pa´l norte”.
“Yo tenía ya un par de años de haberme venido a Juárez cuando mataron a Jair. En la Siglo XXI no tienen mucho a donde ir, la mayoría de los jóvenes no pueden estudiar ni trabajar, luego llegaron esos cabrones y los reclutaban para cosas malas”.
El centro de Tuxtepec queda demasiado lejos de la colonia Siglo XXI. Los camiones que salen al norte son una opción más rápida: 7 kilómetros y 25 minutos en autobús para llegar a la colonia Grajales y subirse al “Martha Tours”; una línea de carros blancos de segunda clase y sin baños que tiene 25 años llevando chinantecos a las maquilas del norte.
Trinidad piensa, cada vez que vuelve, que puede ser la última. En la Siglo XXI el calor en la noche levanta una bruma y un silencio muy nítido que únicamente se interrumpe por el ruido de jóvenes en motocicletas. Sus motores rompen la quietud, la normalidad de niños jugando en la tierra. Trinidad se va del otro lado de la calle donde mataron a Jair. Hasta la parada del autobús hay muchas tiendas de abarrotes y comedores económicos con las puertas cerradas definitivamente.
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*Esta crónica forma parte de la investigación Border Fronterizos, historias de migración y violencia indígena de Oaxaca y Chihuahua, en Ciudad Juárez, realizada por Raíchali, ElMuroMx y El Universal Oaxaca con el apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR), liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).