“Los tíos, los abuelos, los papás se han ido a Estados Unidos y la mujer ha quedado al frente de las familias… tenemos que comprometernos con la vida del campo. Lo traemos en la sangre el estar en este camino”, dice una de las promotoras de la organización comunitaria desde la agreste tierra del Noreste de Guanajuato
Por Melissa Esquivias | POPLab
Fotos: Juan José Plascencia
Intervención ilustrada de las fotos: Jengibre Audiovisual
Sin imaginarlo, las hermanas Tere y Chela Martínez, y la michoacana Lucha Rivera, que hizo propias las afrentas que padecen las comunidades indígenas y campesinas de la región noreste de Guanajuato, han empapado a muchas mujeres con un profundo sentido de arraigo por su territorio, por defenderlo, por cultivarlo, por cosechar lo que la tierra les da contra todo pronóstico.
Desde su labor, las tres se han convertido en referentes para otras mujeres, cientos de ellas, a través de su labor en el Centro de Desarrollo Agropecuario de Dolores Hidalgo, mejor conocido como Cedesa.
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Esta organización se acerca a conmemorar 58 años. La labor de las mujeres que han formado parte de distintas etapas de su historia, ha colocado a Cedesa como un ejemplo de organización comunitaria, resistencia ante los embates del poder y de lucha por la autonomía.
El camino de resistencia inicialmente trazado por el sacerdote “Memo” Dávalos en la comunidad dolorense de La Grulla a finales de la década de los cincuentas, ha trascendido hasta nuestros días gracias al amor y el liderazgo de tres mujeres que arroparon a cientos de habitantes de aquella región históricamente olvidada por el Estado. Y de aquellas que han tomado la batuta para continuar.
Más allá de su existencia terrenal, Lucha y Tere -que fallecieron en 2006 y 2013 respectivamente- transmitieron no sólo conocimientos y habilidades que van desde la apicultura hasta la creación de sistemas de captación pluvial en los suelos áridos del noreste. Chela que se mantiene cercana a los procesos de Cedesa a sus 70 años.
Las comunidades de los municipios de la región de la Cuenca de la Independencia han sido el escenario de cientos de historias de transformación personal, familiar y comunitaria. Pero las dificultades de estas poblaciones han sido apenas visibilizadas desde el estado, que ha permitido la sobreexplotación de pozos por la agroindustria -principalmente de empresas extranjeras- y ahora con la amenaza de la minería a cielo abierto.
Mujeres que de otra manera habrían permanecido limitadas a las labores de sus hogares, se han convertido en campesinas y apicultoras, productoras de sus propios alimentos desde sus parcelas, sus traspatios, constructoras de cisternas en las que cosechan agua de lluvia contra las severas sequías y las aguas contaminadas que les ha dejado la sobreexplotación por la agroindustria.
Otras se han especializado y compartido los saberes de ecotecnias como el baño seco, que les ayuda en el cuidado de un recurso tan indispensable como el agua. Aquéllas que vivieron las primeras décadas de Cedesa, sufrieron también la represión del gobierno estatal y municipal durante actos de protesta en la capital de Guanajuato.
Lo que comenzó a mediados de la década de los sesentas como una “revolución de conciencia” entre las comunidades indígenas y campesinas para rebelarse ante los terratenientes de quienes recibían pagas paupérrimas por trabajar las tierras, ha mutado a otras formas de defender el territorio, el agua y la soberanía alimentaria de toda una región.
Estas son las historias de ellas, defensoras y lideresas comunitarias que han sembrado semillas que germinan para florecer.
Bienestar, armonía y tranquilidad
Al conformarse el Centro de Desarrollo Agropecuario como asociación civil a principios de la década de los setentas, Chela, Tere y Lucha Rivera -quien llegó desde tierras michoacanas por convocatoria del padre Memo Dávalos- detonó el trabajo de base de la organización. Pasaba el tiempo y cada vez eran más las comunidades indígenas y campesinas que se acercaban a Cedesa para aplicar nuevos conocimientos en sus parcelas y viviendas.
Aunque en la década de los ochentas el problema de la falta de agua fue apenas subsanado por el estado con la perforación de más pozos en la región, la llegada de la agroindustria trajo nuevas complicaciones al poco tiempo. Mientras las comunidades subsistían apenas con un pozo de agua, los grandes productores tenían cuatro, cinco, diez perforaciones para extracción.
Al menos durante la administración de Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, el apoyo para el campo guanajuatense se ha traducido en permisos y concesiones que han abierto la puerta a corporaciones españolas, chinas y de medio oriente. Cuando visita la región en eventos oficialistas, el mandatario no repara en mencionar que Guanajuato “es el refrigerador de México”, pese a que el producto que aquí se cosecha es destinado para la exportación.
Entre el 90 y 96 por ciento de la producción de frutos como los arándanos, frambuesas e higos son exportados a Estados Unidos, de acuerdo con información de la Secretaría de Desarrollo Agroalimentario y Rural (SDAyR). De acuerdo con esta dependencia, estas y otras industrias agrícolas utilizan agua hasta en un 70 por ciento provenientes de pozos.
“Aunque yo digo que sí teníamos una vida de pobreza, pero a la vez no era tan fuerte porque naturalmente teníamos muchos alimentos, teníamos el nopal, los garambullos, mucho que comer, era porque la naturaleza así lo proveía, hoy estamos en condiciones muy diferentes porque eso natural se ha ido acabando”, contó Chela a POPLab.
La falta de lluvia y aridez del campo que ha sido devastado por industrias que cosechan por temporadas y se van han tornado dificultosas la producción local y de consumo familiar.
Así, las comunidades han encontrado con las mujeres promotoras de Cedesa alternativas para resistir ante la escasez y la desatención del estado.
“Fue mi escuela”
“Andábamos bien metidas en la lucha”, recuerda Simona Hernández, originaria de la comunidad de La Colorada y promotora de Cedesa desde los años ochenta. Aunque ahora vive durante algunos periodos en Estados Unidos, recuerda con dolor las historias de represión que vivió con sus compañeras a manos de las fuerzas estatales, que en aquella época eran conocidos como “la furia gris”. Simona es apicultora, y hace más de cuarenta años fue de las pioneras en la lucha por el molino eléctrico para nixtamal.
“En ese tiempo se trabajaba mucho en cuestión de que uno tuviera una casa digna, que tuviera comida, de que uno fuera autosuficiente, porque en Cedesa nos enseñaron a vivir con dignidad”.
Para Simona, el encontrar a mujeres que sean referentes en su comunidad se debe a “la resistencia y la visión” de sus compañeras. Con Chela, comparte el camino desde que eran niñas y seguían de cerca la labor del padre Memo Dávalos, de Tere y de Lucha.
“La mujer resiste, la mujer aguanta, ¿por qué cree que las mujeres ahorita ya no se casan, y no permanecen en el matrimonio? la mujer no es la mujer de antes, sumisa, es decisión de la mujer”.
Escucha a Simona Hernández:
Compromiso, amor y dedicación
Desde hace 25 años, Juana López ha hecho su vida en la comunidad de Tepozanes, que pertenece al municipio de San Diego de la Unión. Cuando apenas eran novios, su esposo Benigno la llevó a conocer el sitio arbolado donde se encuentra Cedesa, donde él había formado un vínculo gracias a su madre. Ya casada, Juanela, como la conocen en las comunidades, se acercó a Tere, Lucha y Chela, decidida a no limitar su papel en matrimonio al de ser ama de casa.
Luego de aquel encuentro, del que han transcurrido un par de décadas, Juanela asistió a una asamblea de la Unión de las Comunidades Campesinas del Norte de Guanajuato (UCAN) -organización que emana de Cedesa- y su sorpresa al ver a tantas mujeres al frente, según ella lo recuerda, no fue menor.
“En la primera asamblea que estuve de la UCAN me sorprendí de ver mujeres de comunidades con una capacidad enorme de coordinar una asamblea, de dirigirla, de hablar y yo decía, guau, estas mujeres saben muchas cosas y yo quiero aprender muchas cosas como ellas”.
Hoy, Juanela es apicultora y promotora del desarrollo integral comunitario en Cedesa. Principalmente, se enfoca en el estudio y transmisión de la medicina tradicional y la producción agrícola en los traspatios, que va desde los árboles frutales, hasta las milpas y hortalizas. Actualmente dedica sus días a una decena de comunidades campesinas ubicadas sobre la carretera que conecta a San Diego de la Unión con Dolores Hidalgo y participa activamente en la UCANNG.
El pasado 14 de agosto, Juanela y mujeres vecinas de la comunidad de Nainare, de San Diego de la Unión, inauguraron cinco cisternas de ferrocemento que entre pequeños grupos construyeron con sus propias manos. Tejer la malla de acero, colar y pintar con sus propias manos la gigantesca bola blanca que puede llegar a almacenar hasta 12 mil litros de agua, es un proceso con el que estas poblaciones indígenas y campesinas enfrenta la grave crisis de sequía y agua de pozos imbebible, por sus altas concentraciones de fluoruro y arsénico.
A principios de la década del dos mil, el instituto de Geociencias de la UNAM lideró un estudio que reveló la sobreexplotación de los mantos acuíferos de la Cuenca de la Independencia y el consumo de agua longeva – de entre 5 mil y 35 mil años atrás- y que por ende, tiene altas concentraciones de flúor en mayor medida, y aluminio, magnesio, sodio, hierro, selenio y plomo. Todos elementos nocivos para la salud.
“ Ahorita nos estamos enfocando al cuidado y a la cosecha del agua de lluvia, porque sabemos que el agua de la región Cuenca de la Independencia contiene metales pesados, hay comunidades donde ya no es permisible tomar el agua de los pozos y no les queda más que cosechar el agua de lluvia y es el acompañamiento en la construcción y talleres educativos sobre el cuidado, el uso y el mantenimiento (de las cisternas”.
Mujeres entregadas a cambio de nada
Bernarda es originaria de la comunidad de La Biznaga, separada de Nainare por una presa que lleva el mismo nombre. Al igual que Juanela, es promotora de Cedesa en las comunidades de la carretera que une a los municipios de Dolores y San Diego, e impulsó al último grupo de mujeres que inauguraron sus cisternas hace unas semanas.
Cuando ingresó a Cedesa en 1998 como apicultora, Bernarda también se enamoró de la transformación de alimentos, una disciplina que fomenta la preparación de alimentos derivados de productos regionales y que fue ampliamente promovida por Tere Martínez, quien incluso fundó la Feria Nacional de Productores y Consumidores hace más de dos décadas.
“Empezamos con la transformación del nopal y xoconostle, luego el garambullo, la borrachita, y otras frutas que (las personas) tienen en casa, como a veces membrillo, higo, de lo que tienen en su traspatio hacíamos mermelada, nopales, chamoy, noparindo del nopal, nopal en escabeche, jabón, cápsulas, nopal deshidratado, licor de nopal, salmuera, en almíbar, se le puede poner a la masa para las tortillas”.
Para Bernarda, además de las satisfacciones personales, la labor con Cedesa implica retos, pues no todas las personas de las comunidades están dispuestas a involucrarse en los procesos de organización.
“Cuesta trabajo transmitir lo que ellas nos enseñaron, porque la gente está muy maleada, cómo se podría decir, que el gobierno quiso borrar esa conciencia que habían despertado las personas con las dádivas que dan, no hagas nada, yo te doy dinero “.
Por la tierra, hasta la vida
Margarita Godínez, a quien la comunidad de Cedesa conoce simplemente como Mago, es cercana a los procesos de la organización desde que era una niña. Hija de ex braceros, Mago fue un puente entre organizaciones que exigieron al estado mexicano el pago de los fondos de ahorro y sus familiares varones que migraron para trabajar en los Estados Unidos. Ahí retomó el contacto con Lucha.
La región de la Cuenca es además, expulsora de migrantes que buscan otras oportunidades en los Estados Unidos.
Desde hace 15 años, Mago es promotora de Cedesa, y se ha especializado en la medicina tradicional indígena y el comercio comunitario. Entre sus primeros aprendizajes, recuerda un taller de agroecología. Cuando la salud de Lucha comenzó a decaer a principios de la década del dos mil, la participación de Mago en Cedesa, por invitación de Tere y Chela, se concretó.
“Yo tenía mucho miedo de ir a Cedesa, porque yo decía yo aquí que hago, yo no sé nada y aquí saben un montón de cosas, pero una vez que me integro pues sé que es de lo mismo que vivimos acá afuera, la misma problemática (…) Haber estado en este camino me ha beneficiado grandemente porque me ha hecho crecer”.
Al preguntarle a Mago por qué las grandes impulsoras y transformadoras de los procesos de Cedesa han sido mujeres, la respuesta es clara, aunque no limitativa. Todo está ligado, la cultura migratoria y sus raíces indígenas y campesinas.
“Los tíos, los abuelos, los papás han emigrado, se han ido a Estados Unidos y la mujer ha quedado al frente de las familias (…) Creo que por eso la mujer ha permanecido, porque están esos valores, esa conciencia y también porque no nos ha quedado de otra, que la mujer asuma responsabilidades, que asuma la lucha. Las que somos mamás somos responsables de la vida, pues tenemos que comprometernos con la vida del campo. Lo traemos en la sangre el estar en este camino”.
El conocimiento y el amor por la tierra que “ha mamado de otras mujeres” es también algo que Mago quiere heredar a sus hijos, que han crecido en el entorno del trabajo comunitario. El pasado 9, 8 y 10 de agosto, participó en compañía de su hija como promotora de la Feria Nacional de Productores y Consumidores locales. Aunque la esperada lluvia las sorprendió, las mujeres continuaron comerciando sus productos derivados de la miel que cosechan.
Fortaleza y lucha
Rocío Montaño es parte de la generación más joven de mujeres que ha quedado al frente de Cedesa, junto con Mercedes Páramo y Karina Gómez. Originaria de la comunidad dolorense de El Coyotillo, cuyos ejidos han quedado rodeados de inmensos invernaderos de empresas agrícolas de origen chino, por herencia familiar desde pequeña ha sido cercana a la organización comunitaria.
Cuando era apenas una niña, tejió con sus propias manos la malla de acero que sirve como capa inicial de las cisternas de ferrocemento que han ayudado a las familias de la región a combatir la sed. Es el mismo sentido de responsabilidad el que en la actualidad la mantiene como parte fundamental de la organización y promoción comunitaria de Cedesa, cuya historia de lucha encabezada por matriarcas cuenta con orgullo.
“Primero los hombres eran los que estaban al frente, pero veían que la represión era más dura contra los hombres, entonces las mujeres y los niños tenían que apoyar esta lucha, pero luego a las mujeres se les complicaba un montón porque tenían que dejar la comida hecha, moler, hacer todo el quehacer y como molían en el metate eran horas y horas de moler, y comenzaron a organizarse y también hicieron una lucha para poder tener los molinos de nixtamal”.
Rocío es apicultora, pero ahora encabeza junto con Karina Gómez y Diego Picón la radio comunitaria que emana de los planes que Tere Martínez dejó en el tintero. La Radio Cuenca de la Independencia se concretó con la pandemia de Covid, por una necesidad de mantener a las comunidades de la región unidas durante la contingencia.
“Tenemos un año al aire con altas y bajas, compartiendo, aprendiendo, nos ha ayudado a hacer algunas campañas contra la minería a cielo abierto, por el día mundial del agua”.
Aunque a lo largo de su historia Cedesa ha funcionado gracias al acercamiento y solidaridad de las comunidades, también ha logrado concretar proyectos gracias al apoyo de organizaciones sociales, como el Club Rotario del Medio Día, de San Miguel de Allende.
Cedesa es una escuela para la vida, las mujeres que han sostenido la organización comunitaria y horizontal en una región resiliente y resistente a las adversidades son también maestras de vida, de procesos que transforman familias y pueblos enteros desde los afectos, la autonomía y la dignidad.
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Esta publicación forma parte del proyecto #NoSomosVíctimas, de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, financiado por la Embajada Suiza en México.