Está por verse si Marcelo Ebrard contiende como abanderado de Movimiento Ciudadano o se retira de la política. Pero su porvenir se mira complejo
Por Hernán Ochoa Tovar
El futuro de Marcelo Ebrard se ha puesto en vilo los últimos días. Lo que parecía una carrera ascendente, que tal vez alcanzaría su culminación con la nominación a la candidatura presidencial, ha entrado en un terreno pantanoso. Esto porque, tras cinco años de prodigar lealtad al oficialismo, el otrora canciller ha amenazado con romper lances con Morena, el partido que lo ha cobijado desde la llegada de López Obrador a la Presidencia, mismo que le permitió llegar a la Cancillería en una suerte de relevo (la propuesta original para ocupar la SRE era para Héctor Vasconcelos, a la sazón presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados).
Cabe señalar, esto entraña paradojas. Desde el inicio del actual sexenio, Ebrard fue visto –por tirios y troyanos– como uno de los probables sucesores de Andrés Manuel López Obrador. Esto, por la capacidad técnica mostrada en el gabinete, la cual otorgó al gobierno de AMLO una posición privilegiada. Es importante decir que, en una gestión un tanto falta de buenos ejecutores, Ebrard se convirtió en un elemento digno de fiar, pues contaba con elementos que no eran abundantes en la administración obradorista.
Por ejemplo, en una administración que se jactaba de que “la mejor política exterior era la interior”, Ebrard se convirtió en una especie de nexo privilegiado con el mundo y sus facciones. De tal suerte que, si el presidente se negaba a acudir al Foro Económico Mundial o a la Conferencia de las Partes (donde se discute acerca del calentamiento global y de los acuerdos mundiales a tomar en la materia), Ebrard era un representante de lujo en dichos eventos, pues además de tener el expertise y moverse como pez en el agua, entendía bien el lenguaje y las formas manejados en los mismos. Si la 4T, en la retórica pragmática, pudiese alejarse de estos eventos, Marcelo era el alfil indicado para decirle al mundo que se cuidaban las formas, a la par que se blandía el recurso radical en el seno de la política doméstica.
Sin embargo, se menciona con fortaleza que Marcelo nunca fue el favorito.
A pesar de ser el facilitador de muchas tareas gubernamentales, tenía una característica con la cual no contaban otros integrantes del gabinete: un criterio propio para la toma y la ejecución de decisiones. Mientras otros destacados elementos del gabinete –y de MORENA– brindaban una completa obediencia al presidente y endosaban sus grandes proyectos e ideas sin un ápice de crítica constructiva –que resulta fundamental en cualquier proyecto–, Marcelo siempre construyó un perfil original, pues pareció apoyar el ideario del gobierno de López Obrador, a la par que defendía sus propias ideas e iba construyendo un proyecto de candidatura propio sin la necesidad de ser una copia al carbón del perfil obradorista.
Empero, y a pesar de los servicios brindados a la 4T, puede que eso no haya sido suficiente. En la retórica presidencial, pareciera ser que la continuidad con cambio tiene más de continuismo y poco de cambios, apegándose a la agenda original con lujo de detalle. Y, probablemente, no se vio en Marcelo ese perfil, pues aunque indudablemente seguiría un gobierno progresista –ya lo demostró cuando fue jefe de gobierno del entonces DF– quizá no sería una copia al calce del gobierno de AMLO, mostrando tal vez enmiendas en algunos aspectos y, tal vez, un talante más conciliador.
Quizá por eso, y aunque Ebrard sigue viendo al presidente López Obrador como su amigo, el grupo de Palacio y el ala dura de Morena no se inclinaron por él. Porque, a pesar de haber defendido los principios del movimiento, no parecía ser la entronización del ala radical del mismo. Y quizás eso se vio cuando comenzó la carrera de las corcholatas por la “Coordinación de la 4T en la República” (candidatura presidencial).
Aunque, en apariencia, se habían aceptado las condiciones del marcelismo, el juego que se llevó a cabo hace suponer que las reglas del mismo no eran del todo claras, pues sus resultados concordaron lo que diversos especialistas señalaban hasta antes de su inicio: que la favorita para vencerlo era la exjefa de gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, por su cercanía al presidente López Obrador y por el endoso total que le había dado a su discurso.
El pronóstico se cumplió y se dio una victoria factible. Y aunque el excanciller había dejado entrever las irregularidades en el proceso –mismas que ya había denunciado a mediados del mismo–, decidió concluir, probablemente pensando que un proceso con las cartas marcadas pudiera modificarse. Sin embargo, no fue así. Y ahora, deja entrever la desazón y el desafecto por un proceso que evidentemente lo ha dejado lastimado, pero para el cual no habrá recompostura, pues las decisiones ya están tomadas y, por lo tanto, aquí habría sólo un par de opciones: claudicar o dimitir. Al filo del dolor y en el umbral de la decepción, Marcelo parece estarse inclinando hacia la segunda.
Luego de una batalla tortuosa, siente que ya no tiene cabida en su partido de origen y, al día de hoy, su futuro es un virtual misterio. Aunque se ve complicado que se sume a la eventual campaña de Claudia –ya ha dicho que no aceptará premios de consolación–, está por verse si contiende como abanderado de Movimiento Ciudadano o se retira de la política. Pero su porvenir se mira complejo.
Si hace un quinquenio, logró resucitar políticamente gracias a la venia de Andrés Manuel López Obrador, hoy no sabemos cuál será su destino. Porque, si decide jugársela con MC, probablemente coseche un porcentaje importante del pastel de votos; pero difícilmente llegará a ser ganador, pues MC no tiene la estructura de Morena ni la de la coalición “Va por México”.
Su sentir recuerda al de su mentor, Manuel Camacho Solís, cuando, al no ser ungido candidato presidencial en 1994, protestó públicamente y se alejó paulatinamente del priismo. Con Marcelo parece estar aconteciendo algo similar. Extraño transitar de una de las figuras claves del presente sexenio: del olvido al no me acuerdo.