El acompañamiento de feministas a las costureras afectadas que se movilizaron y organizaron posterior al sismo de 1985 ya es parte de nuestra memoria y legado de aprendizajes. No solo quedó el eco del trauma, también la resonancia de la organización colectiva, en específico, de la feminista
Por Celia Guerrero
X: @celiawarrior
Hace seis años, el atardecer del 19 de septiembre de 2017 llegó cuando me encontraba en el derrumbe del edificio en la esquina de las calles Chimalpopoca y Bolivar, en la colonia Obrera de la Ciudad de México. Para ese momento sabía que el sismo de magnitud 7.1 que ese día sacudió el centro del país había provocado la caída de varias construcciones en la capital y esa, la de Chimalpopoca, decían, era una fábrica textil.
Como el eco de un grito que viajaba 32 años años, el recuerdo de los talleres de maquiladoras caídos en el terremoto de 1985 en Izazaga, una zona muy cercana en donde trabajaban mujeres costureras que quedaron atrapadas entre escombros, provocó que en 2017 una gran cantidad de personas llegaran al sitio de Chimalpopoca dispuestas a ayudar como fuera.
Lo que siguió al sismo en ese lugar fue una movilización de voluntarias y voluntarios que —sin haber vivido hasta ese momento un desastre dentro en la ciudad en la que nací y crecí— aún me sorprende. En cuestión de horas, decenas y decenas de personas comenzaron a remover los escombros en busca de sobrevivientes. Luego llegó una grúa que removió vigas y otros materiales pesados. Para la media noche el terreno donde antes había un edificio de cinco niveles quedó limpio.
Pero hubo quienes se quedaron en el sitio, picando la loza, con la idea de que podía haber un sótano y posiblemente trabajadoras atrapadas. Luego se entendería que esa reacción fue derivada de un trauma colectivo, una herida del pasado que quedó abierta. En realidad no había más que hacer, quienes estaban en el edificio en el momento del desastre habían sido sacados. No era una fábrica pero sí un lugar que se rentaba a varias empresas y 13 personas, trabajadores, murieron.
Sin embargo, la reacción de ese 2017 en Chimalpopoca no fue desproporcionada si consideramos que en 1985, en los talleres de Izazaga, se calcularon entre 600 y mil 600 muertas. También, como un desastre sobre de otro: alrededor de 40 mil costureras se quedaron sin trabajo.
En 2017, en el derrumbe de Chimalpopoca se organizó una brigada feminista para apoyar a las labores después del sismo en la ciudad. Ese sería también un reflejo del pasado: recordó al Comité Feminista de Solidaridad, que surgió en 1985, con el objetivo de “apoyar a uno de los sectores más desprotegidos y explotados: las mujeres trabajadoras”.
“Mucho se ha dicho que el terremoto es una cuestión que afectó por igual a hombres y mujeres, que esta vez no caben las divisiones de género, pero ¿es cierto? Parecería más bien que estas divisiones se hubieran exacerbado porque, en el fondo, el temblor nos hizo despertar a una realidad ya de por sí bastante damnificada…”, escribieron Adriana O. Ortega y Rosa María Roffiel, en Sismo y feminismo, un texto publicado en 1986 en el que dieron cuenta del papel de las mujeres en las actividades posteriores al terremoto del 85.
La emergencia exacerbó los estereotipos de lo masculino y lo femenino: mientras los hombres dirigían los trabajos de rescate, de las mujeres se esperaba que se encargaran de “alimentar, dar consuelo y cobijar”. También, describen Ortega y Roffiel, “el sismo dejó al descubierto desigualdades básicas” entre mexicanas y mexicanos: la sobreexplotación, “desventaja y vulnerabilidad de muchas mujeres” trabajadoras, costureras, maquiladoras, cientos de obreras que murieron sepultadas y miles que quedaron sin trabajo.
La diferencia de las afectaciones por el sismo entre hombres y mujeres se notaba en circunstancias como las esposas que perdieron a sus maridos y proveedores económicos de sus familias; en las madres que debían volver a sus empleos sin tener guarderías o escuelas en dónde dejar a sus hijas e hijos para ser cuidados; en las trabajadoras domésticas que los patrones mandaron de regreso a sus pueblos mientras ellos se refugiaban en casas de amigos.
Estos impactos diferenciados entre hombres y mujeres que ocurren en un desastre ya no podían ser ignorados, 32 años después. En 2020 me tocó documentar la historia de la organización Agencia Barrio que, a partir del sismo del 2017, creó una Escuela de Resiliencia Urbana con Perspectiva de Género. Su objetivo principal era dar a las mujeres herramientas para identificar riesgos y desarrollar habilidades de supervivencia y liderazgo en situaciones de desastres.
El acompañamiento de feministas a las costureras afectadas que se movilizaron y organizaron posterior al sismo de 1985 ya es parte de nuestra memoria y legado de aprendizajes. Podemos decir con certeza que no solo quedó el eco del trauma, estuvo también la resonancia de la organización colectiva, en específico, de la feminista.