En Jalisco, desde la región Sierra de Amula hasta el Sur viven mujeres que resisten a la agroindustria. Desde Autlán de Navarro, El Grullo, El Limón, San Gabriel y Gómez Farías existen seis historias de mujeres que son una muestra de la esperanza, la convicción y la urgencia de pensar en alternativas de producción libres de agroquímicos y de que alimentarse sanamente es posible.
Por: Mayra Vargas / Letra Fría
Herlen, Karla, Julieta, Laura, Yolanda, Maritza, Olivia, Lidia, Maricela y Modesta son mujeres que resisten. Viven en Jalisco y reman a contracorriente de la agroindustria. Ellas cultivan alimentos libres de agroquímicos a través de alternativas de producción más sanas, como los huertos orgánicos y la agroecología.
Estas iniciativas las tejen de lo individual a lo colectivo y se extienden desde Autlán de Navarro en la región Sierra de Amula, hasta Gómez Farías en el Sur de Jalisco, atravesando los municipios de El Grullo, El Limón y San Gabriel.
Su lucha es contra el sistema de agricultura convencional.
A Jalisco se le conoce como “El gigante agroalimentario”; el mote tomó fuerza con el exgobernador Aristóteles Sandoval (+) porque durante su sexenio, de 2013-2018, la entidad alcanzó el liderato nacional por su producción agropecuaria.
De acuerdo con el Consejo Nacional Agropecuario, actualmente Jalisco es el estado que más recursos destina al campo, pero ser “El gigante agroalimentario” tiene impactos. Para los gobiernos y los grandes productores significa más ganancias, sin embargo, para lograr esos niveles de producción sobreexplotan la tierra y utilizan de manera excesiva agroquímicos.
Al último eslabón de la cadena de producción, a los consumidores, les ofrecen productos que dañan su salud.
Según datos de la Encuesta Nacional Agropecuaria 2019 (ENA 2019) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), Jalisco usó 89.5% de fertilizantes químicos, así como 83.7% de herbicidas químicos y 55.3% de fungicidas químicos solamente en su producción del monocultivo de caña de azúcar.
La entidad es uno de los mayores consumidores de agroquímicos en México, pues el 84% de los agricultores los utilizan, según ha reconocido el propio gobierno estatal.
El uso desmedido de agroquímicos ha provocado crisis en los municipios donde viven las mujeres que resisten. Los casos más recientes se documentaron en Autlán de Navarro, en Ciudad Guzmán y en Gómez Farías.
Estos productos químicos han entrado en los cuerpos de niñas, niños y adolescentes “por el aire que respiran, por el agua que beben, por tocarlos, cargarlos o aplicarlos y por el consumo de alimentos contaminados”, de acuerdo con investigadores de la Universidad de Guadalajara y del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas Occidente), que realizaron muestreos y documentaron la presencia de agroquímicos en la orina de al menos 324 menores de edad de la comunidad de El Mentidero en Autlán, entre 2018 y 2019.
El caso de Ciudad Guzmán y Gómez Farías se registró apenas en abril de este año, en el que investigadoras de la Universidad de Guadalajara encontraron que niños y niñas presentaban dos tipos de neonicotinoides en sus cuerpos (imidacloprid y acetamiprid), un grupo de plaguicidas cuyas afectaciones en la salud humana van desde dolores posturales y pérdida de memoria hasta efectos cancerígenos.
Estas investigaciones comprobaron la presencia de neonicotinoides y otros plaguicidas en frutas y verduras de mercados en los municipios de Gómez Farías y Ciudad Guzmán, es decir, en espacios cotidianos de donde se abastecen las familias para alimentarse.
Esto preocupa a las mujeres que resisten, les preocupan las infancias, las próximas generaciones, su familia, su comunidad y ellas mismas. Las mujeres de estos cinco municipios de Jalisco son pequeñas islas del movimiento agroecológico que despierta y se entreteje en las regiones. Algunas historias iniciaron hace al menos una década y otras surgieron en la coyuntura de estas recientes crisis.
A todas estas mujeres las mueve el deseo de construir una realidad en la que las familias tengan en su mesa alimentos sanos, que nutran su cuerpo y les den una mejor calidad de vida.
“La salud es un derecho”: Herlen Quintero
“Soy madre, hija, esposa y me dedico a la agricultura”, dice Herlen Quintero Barajas. Tiene 35 años de edad y es una mujer que resiste. Ella se define “muy capaz de hacer muchas cosas, como todas las mujeres, con esa sensibilidad e intuición. Me gusta mucho poder plantear esas metas y desafíos que a veces parecen difíciles”.
Herlen ha vivido casi toda su vida en el valle de Autlán de Navarro. Ella junto con su esposo y sus hijas crearon el Rancho Agroecológico El Casco, ubicado en carretera a El Chante kilómetro 1, en Las Paredes. Es un espacio familiar abierto para quienes quieran conocer y visitar.
La idea de hacer un rancho agroecológico surgió hace varios años en este espacio de al menos una hectárea en donde sólo había huizaches y mezquites. “Se empezó a trabajar en ver qué era lo que podía darle vida, para que pudiera ser fértil. Alrededor de este espacio se creó una zanjita que forma como una chinampa, que es la que permite que drene el agua y que no se concentren tanto las sales y que podamos tener una serie de cultivos diferentes”, cuenta Herlen.
Como familia, decidieron trabajar la tierra, principalmente para alimentarse. Tener y producir su propia comida, es decir, tener la certeza de que lo que llega a la mesa, es sano. Además de vender el excedente, que se ha vuelto una fuente de ingresos.
A Herlen la movilizó saber que los alimentos en su proceso de desarrollo en la agricultura convencional, llevan agroquímicos. “Fue momento de pensar qué les damos de alimentos y qué consumimos nosotros… eso nos hizo tomar conciencia de que si tenemos un espacio, por qué no aprovecharlo para nosotros mismos: producir… ser autosuficientes, y quienes se acerquen a nosotros también ofrecer esos alimentos saludables”, explica.
El uso de agroquímicos en la agroindustria que se extiende a lo largo y ancho de Jalisco y México es una situación de alarma para Herlen. “La salud es un derecho y debería ser una seguridad para todos y más para los niños. Yo soy madre, entonces, para mí es muy alarmante que esto no pare y que nosotros como sociedad tengamos esa conciencia”.
Ante el panorama, llama a preocuparse por los alimentos que se llevan a casa y a impulsar la producción de frutas y verduras libres de químicos. “Lamentablemente pensamos que si comemos frutas y verduras estamos consumiendo más saludable, pero realmente no sabemos de dónde vienen esos alimentos o cuál fue su proceso de producción”, reflexiona.
La mujer y su vínculo con la semilla
Herlen piensa que su llegada al campo no fue por casualidad, fue algo que se dio porque ella ve esa vinculación que tiene la tierra con la familia, “somos las protectoras, las que cuidamos a los hijos, pero también miro ese vínculo con la semilla, el cuidarla, reproducirla”.
Ahora que ella se dedica a trabajar la tierra desde hace 11 años, admira mucho a todas aquellas que se entregan a esta labor: “Admiro mucho a la mujer, aunque lamentablemente está ese menosprecio, de que es la mujer campesina, que de por sí al ser mujer ya se es desvalorada, entonces en el campo se ve más eso”.
Ella destaca que las mujeres tienen esa relación cercana con la familia, con su alimentación, por lo que esta situación vinculada al campo ha creado una cultura y conciencia para cuidar lo que llega a su mesa.
“La agroecología es importante porque nos permite a las mujeres ser ese vínculo entre la tierra, la familia y los alimentos. También porque nos dignifica a nosotras como mujeres, a nuestro territorio, a nuestro cuerpo y a la salud, no solo de nosotras mismas, sino de toda la familia”, expresa.
Crecer y creer en el campo
Para Herlen, la agroecología no sólo crea alimentos sanos y hace comunidad, también es maestra, porque quien la practica, aprende de la vida: “Hemos criado chivas y borregas, entonces han aprendido ese proceso de la vida, desde la concepción de un animal, el parto (…) y en la agricultura desde el crecimiento de una semilla hasta convertirse en el alimento”.
La temporada de mayor producción es de octubre a enero-febrero; durante este tiempo producen alimentos variados como acelgas, ejotes, tomate, maíz, coles, brócoli, zanahoria, papas, entre otras hortalizas.
Entre los retos que han enfrentado ella, su esposo y sus hijas están las inundaciones, donde han perdido sus cosechas. La poca valoración de la producción orgánica es otro, debido a “la comodidad de consumir lo que está más cercano”, aunque a veces no sea lo más sano, señala Herlen con preocupación.
“Nos ha tocado que no lo valoran en cuanto a utilidad, precio y lamentablemente el campesino es el que menos gana. Nos pasó, por ejemplo, que tenemos zanahorias y cuando las hemos querido vender nos la pagan a $1.20 o $1.50 pesos por mucho, el kilo, entonces es un reto, que se sepa valorar el trabajo del campo”, expresa.
Además, en el Rancho Agroecológico El Casco todo el año hay huevo y también producen pescado, gracias a los dos estanques naturales que hay en el lugar.
El Mentidero: Karla y Julieta, de la crisis a la esperanza
Un huerto escolar y un jardín botánico en la Telesecundaria “Venustiano Carranza” de El Mentidero, en el municipio de Autlán de Navarro, surgieron a partir de una crisis documentada y difundida en 2019: plaguicidas en la orina de niños, niñas y adolescentes de la comunidad.
Voltear al pasado y ver el presente con esperanza, transmite la mirada de Karla Edith Padilla de 45 años de edad. Ella es ama de casa y habitante de El Mentidero, y es una luchadora social: forma parte del pequeño pero poderoso grupo de mujeres que denunció públicamente aquella crisis del 2019, donde uno de sus hijos resultó afectado.
Hoy, Karla no deja de involucrarse en la transformación de la comunidad, es una de las más activas en los trabajos del huerto y el jardín botánico. La iniciativa de crear este huerto nació hace dos años y después se extendió a lo que es hoy: un espacio en el que se produce maíz, jamaica, calabaza, rábanos, cilantro, lechuga, camotes, entre otros cultivos, todo libre de químicos.
Lo cosechado va directamente al comedor de la telesecundaria y el excedente se les reparte a los niños y niñas. “Por ejemplo, cuando sale camote les dan a todos los niños, se los llevan a su casa. Se ponen contentos con sus cosechas, sus logros, les entusiasma”, explica Karla.
En estas actividades se involucran tanto padres y madres de familia, así como profesores, las y los alumnos de la institución educativa, además de los promotores agroecológicos que desde la parte teórica y técnica han permitido el desarrollo del huerto y el jardín botánico.
Entre las personas que promueven esta alternativa de producción está Julieta Herrera, una joven de 28 años de edad. A pesar de los esfuerzos y las dificultades de coordinar el proyecto, ella ha sido testigo de los cambios y cree en ello: “Vale la pena porque yo he visto cambios, en los niños, en los maestros, en las madres, en mí misma. Entonces soy más que creyente del poder transformador de los huertos. Me dedico a esto y estoy feliz”.
Julieta señala que este huerto es el producto de mucho trabajo, y en el que cada día las energías se concentran en siete camas de cultivo biointensivas y un jardín botánico. También hay un invernadero, en el que se reproducen esquejes de plantas medicinales y algunas ornamentales.
Los huertos, de la escuela a la casa
Para echar a andar el proyecto del huerto escolar se sumaron muchas personas, entre ellas académicos, instituciones y promotores, quienes se dedicaron a explicar a la comunidad la importancia de la agroecología y la alimentación sana. También hubo talleres para la elaboración de composta y jornadas de siembra.
“Me ha tocado poner más plantas, regar, desenzacatar, podar, lo que se vaya ofreciendo. Porque una plantita es como un hijo, yo lo veo así, hay que darle mucha atención porque si lo dejas se marchita o no produce”, explica Karla.
A ella le gusta participar en este proyecto que comparte junto con su otra hija, alumna actual de la telesecundaria. “Me motiva, me hace sentir junto a mi hija y siempre estoy abierta a aprender cosas nuevas. Mi hija me ayuda, va y participa”, cuenta.
Este mismo ímpetu por el huerto escolar, llevó a Karla a intentar producir en el patio de su casa. Con sus hijos como principal inspiración, decidió que ese proceso en el hogar sería acompañada por su familia. “En esta experiencia que tuvimos se involucró mi esposo y mis hijos; y para mí ver las plantitas de jitomate fueron como un milagro de la unión y de las ganas de hacer las cosas, porque sí fue increíble cómo se dieron. Fue muy emotivo, nos unió mucho como familia”, explica.
Para ella, las mujeres que se dedican al campo son admirables, pues el campo es una labor pesada y a la vez de respeto. Es un arte el poder hacer crecer cada semilla, hasta convertirse en el alimento que llega a casa: “Para mí es lo máximo, porque de ahí depende una alimentación sana… si aprendiéramos todos en casa e hiciéramos un huertito demostrativo, todo sería diferente”, menciona.
A pesar de ser una mujer que lucha por el bienestar de la comunidad, a Karla la ven y la critican por estar tan activa en promover los huertos. Le cuestionan su tiempo para descansar, sin embargo, ella defiende lo que hace porque la apasiona: “a las personas les hace falta empatía, involucrarse y querer ver las cosas diferentes”, responde.
Ella defiende su tiempo de descanso y dice que le gusta invertirlo en colaborar. Se lleva a su hija a las jornadas de siembra o al mantenimiento del huerto o el jardín, lo que se traduce como tiempo de calidad en un lugar sano. “Mi hija se involucra conmigo, se va a jugar y le doy su espacio también. Siento que vive con su mente sana y todo eso me motiva, siento que ella es más libre”.
Para Karla es importante educar con el ejemplo y que vean que se involucra en la producción de alimentos libres de químicos, pues apuesta por despertar el interés de sus hijos en estas prácticas en un futuro cercano.
“Todas las mujeres somos importantes”
El deseo de Julieta es que más mujeres, mamás de estudiantes, se sumen y comprometan con el proyecto del huerto, un espacio que ella considera sano en muchos aspectos. Mejora en la salud física e incluso la salud mental durante estas prácticas. “Te relaja, te motiva a estar viniendo y también fortalece las relaciones sociales. A mí las plantas me parecen algo muy bonito, nos ayudan a entender cosas de la naturaleza y también de nosotras mismas”.
Es la posibilidad de “escapar” de los conflictos que hay en muchos lados actualmente, por lo que puede considerarse un espacio de resguardo y de convivencia sana. “Así como un oasis en medio de toda la complejidad que está afuera”, dice Julieta.
“Todas las mujeres somos importantes, pero creo que a veces falta unión con nuestros hijos, porque al final somos su ejemplo, están en formación”. Karla sueña con que todas las mujeres de la comunidad de El Mentidero o al menos las de la telesecundaria se involucren en el huerto, pues para ella se trata de priorizar lo más importante: sus hijos e hijas; sin embargo se han topado con poco compromiso y desinterés.
Karla es consciente del pasado y presente de El Mentidero, de la presencia de los agroquímicos y la agroindustria. Sabe que es una situación que no va a terminar, al menos en este momento, sin embargo, con esperanza, se detiene a pensar en el futuro.:
“Yo pienso que hay que tener hambre de un cambio, de hacer las cosas diferentes. Un granito de arena por cada uno, si contribuímos y colaboramos… es una forma de que los niños tengan un futuro distinto”, señala.
Las diez mujeres que dan vida al huerto orgánico Ayuquila
El huerto orgánico Ayuquila reúne cada tarde a al menos diez mujeres de la comunidad grullense. Son jóvenes desde los 18 años de edad hasta abuelas de 69. Ellas trabajan la tierra y hacen familia.
Su huerto orgánico surgió casi al inicio de la pandemia por Covid-19, en el año 2020. Gracias al trabajo que hacen y su constancia, paciencia, entusiasmo y motivación de cada una de las mujeres, el huerto ha sobrevivido hasta la fecha.
Ángeles, Teresa, Yolanda, Ludivina, Olivia, Raquel, Mónica, Laura, Eva y Maritza dejan a un lado sus otras actividades laborales o de casa, para enfocarse en trabajar las nueve camas de cultivo que hay en el huerto. Berenjena, jamaica, perejil, apio, cilantro, maíz, frijol, pepino, rábanos, cebolla y calabaza, son algunos de los alimentos que producen.
La cosecha de estas hortalizas son para autoconsumo, principalmente; el excedente suelen venderlo en encuentros de productores o el tianguis. Todo es libre de químicos.
Un huerto en medio de la complejidad
El inicio del huerto orgánico Ayuquila no fue fácil, debido al contexto de la pandemia. “Teníamos que realizar alguna actividad para no estar encerradas y qué mejor actividad que venirnos al huerto a cultivar hortalizas. No fue fácil, pero iniciamos como un huerto escuela demostrativo, venía gente de aquí, de El Cacalote, de Ayuquila y de El Grullo”, cuenta Laura.
Tampoco fue sencillo trabajar el terreno, pues la tierra era dura, de puro barro. Las mujeres que iniciaron en el proyecto trabajaron con pico y pala, incluso buscaron el apoyo de un tractor. Al final optaron por la construcción de las camas de cultivo biointensivo para el desarrollo de las plantas.
“Nos congregamos porque teníamos y tenemos los mismos intereses. Que tal vez no podamos cambiar el mundo, pero sí el espacio que nos tocó y qué mejor ayuda que nuestros niños… las compañeras se traen al nieto, el sobrino, algunos otros niños que vienen, que les interesa venir a apoyarnos porque saben que tienen las puertas abiertas de este huerto”, comparte Laura.
Las convicciones para producir sano
Las luchas no siempre son hacia afuera, a veces ocurren dentro de la comunidad más cercana: la familia. Para Maritza ha sido difícil generar conciencia en algunas personas sobre el daño que provocan los agroquímicos. Por ejemplo, en su cuñado, quien usa herbicidas para sus cultivos. “Llegó un momento que me quemó mis plantas, con la pura brisa que llegó a mi huerto me secó mi cilantro y mis rábanos y sí te da coraje. Nosotros queremos comernos algo sano, algo limpio, no comernos químicos”, recuerda.
También menciona que muchas personas las juzgan por “ir a perder el tiempo” al huerto, pero no es así, siempre hay muchas actividades qué hacer, por ello Maritza invita a las personas a que conozcan de cerca el proceso de producción y a explicarles cómo llevan a cabo las distintas labores en el huerto.
Yolanda comprende a Maritza, pues también le ha tocado que las tachen de “flojas”. ”Pero no saben que aquí es un esfuerzo que hacemos para tener limpio y tener nuestras plantitas… podría quedarme en mi casa a ver la tele, pero no, ¡vámonos al huerto! Hasta a mi nieta ya me la traigo para acá y hasta ella me dice: abuelita, ¿no vamos a ir hoy al huerto?”, cuenta Yola, como le gusta que la llamen.
A pesar de los comentarios de la gente, ellas están convencidas de lo que hacen desde hace ya tres años. Para estas diez mujeres que creyeron en este huerto, ir y darle mantenimiento se ha vuelto una motivación, un refugio y un espacio seguro con un objetivo común: producir alimentos sanos.
De acuerdo con la Fundación Social, los jardines y huertos pueden ser una herramienta efectiva para la mejora de la salud mental. El trabajo en el jardín o huerto puede ser relajante y meditativo, y puede ayudar a reducir la ansiedad y el estrés por su impacto a nivel neuronal y hormonal.
Lo anterior le ocurre a Tere, quien dice que le sirve como terapia estar en el huerto: “Salir, venir aquí, una se distrae un rato. A veces arrancamos zacate, sembramos, regamos, hacemos una cosa u otra y hacer eso me relaja mucho”, comenta.
Ludivina o Ludi como le dicen sus amigas, disfruta ir al huerto por la convivencia con sus compañeras. Le gusta pasar el tiempo ahí porque se siente útil, cómoda y se divierte. Le asombra ser testigo de cómo crecen y producen las semillas que algún día sembró. “Me gusta ver el resultado de todo lo que con amor siembras y ver sus frutos… también que los niños se diviertan aquí, porque tengo otra bebé chiquita y me la traigo”.
A Eva le motiva mucho ir al huerto, se distrae y convive: “Ves el zacatito, hay que quitarlo, que una planta ya creció y hay que ponerle tierrita para que produzca más. Aquí el convivio con las amigas relaja, nos la pasamos muy agusto todas las tardes”. Dice que las actividades en el huerto le permiten dejar los problemas de casa.
En los huertos orgánicos no sólo nacen alimentos sanos, también germinan amistades y redes de apoyo. Mónica padece de un problema en su espalda y esto limita sus movimientos físicos, pero no sus ánimos de impulsar la agroecología. Su condición física no le impide formar parte de este proyecto y ser una mujer en resistencia.
Remar a contracorriente
En esta lucha las mujeres se han enfrentado a diversos obstáculos y los han superado juntas. La pasión que tienen inspira a la gente que las conoce.
Ellas saben que no están solas. Se han ganado el reconocimiento de la comunidad agroecológica, de sus vecinos, de sus parejas y sus hijos. Por eso cuando han tenido problemáticas la gente ha estado ahí para apoyarlas.
Laura recuerda que al inicio todas llegaron animadas con pala, pico y otras herramientas. Las mujeres estaban dispuestas a mejorar la tierra, sin embargo, por más que lo intentaron no lo lograron, por lo que tuvieron que apoyarse de un tractor. “Movió y movió el tractor y bien difícil para iniciar este proceso, fue lento pero poco a poco con el tiempo y con el esfuerzo de cada una de nosotras se ha logrado transformar este huerto orgánico”.
La falta de agua ha sido la situación más complicada por la que han atravesado, principalmente en tiempo de secas. El agua con la que riegan la toman de la llave y en Ayuquila no hay agua todos los días. Tienen un sistema de tandeo en días y horas específicas. Por esta razón mantener el huerto bien regado representa un desafío.
“Al principio no teníamos agua y sí se nos secaron varias camas de cultivo y la opción que nos daban era usar el agua del canal, pero está totalmente contaminada. El agua en general está muy racionada, así que ese es uno de los problemas que hemos tenido que batallar todo este tiempo”, comenta Laura.
En temporada de estiaje el problema es la falta de agua, en la temporada de lluvias es el zacate que crece rápidamente. Como no usan químicos para producir los alimentos, no pueden combatir el zacate con un herbicida. Al inicio lo cortaban a mano y esto les representó un arduo trabajo. Después atendieron recomendaciones de aliados que les sugerían el uso de productos orgánicos para combatir la hierba.
A pesar de las situaciones adversas, las mujeres no sólo han resistido en la lucha, han vencido obstáculos y han generado un cambio en su entorno.
Gracias a trabajos de gestión que han hecho, obtuvieron apoyos por parte del gobierno estatal y federal. Con uno de los apoyos lograron adquirir un kit de herramientas: palas, picos y azadones. También adquirieron una desbrozadora o wiro, por ser un grupo comunitario:
“Ese ha sido muy importante, porque no podíamos darnos abasto con tanto zacate y la maleza y por más que traíamos el azadón era muy difícil para nosotras. Ya con eso nos ayudamos y con usarlo una vez por semana nos aligeró el trabajo”, comparte Laura.
Lo último que lograron gestionar fue el sistema de riego que les ha resuelto casi por completo el problema. Colocaron mangueras en cada una de las camas y aprovechando la física construyeron su propio sistema de goteo que les permite mantener húmeda la tierra.
Este grupo de mujeres además de ser luchadoras, son guardianas de semillas. Ahora ellas tienen la responsabilidad de protegerlas y de transmitirlas, por eso haber obtenido un apoyo de al menos 40 frascos de vidrio para guardar y conservar las semillas, cobra un significado importante.
Ellas son imparables. Ahora tienen como meta construir un tejabán que servirá de bodega y un baño seco. Ya tienen parte del material y confían que pronto concretarán este proyecto comunitario.
Redes que las abrazan
En esta lucha no están solas. Cuentan con redes que las abrazan, las respaldan y las inspiran. La vinculación con otros grupos de personas dedicadas a la agroecología ha sido pieza importante para el grupo de mujeres.
Laura y Maritza fueron a visitar un grupo comunitario del municipio vecino de Ayutla. “Nos quedamos impresionadas con el trabajo de ellas, tan hermoso, de adultos mayores. A mi me gustó mucho su organización”, detalla Laura.
Con este grupo compartieron su tiempo y experiencias en un taller de cultivos alternativos y del tipo de siembra de hortalizas según la temporada primavera-verano. También intercambiaron semillas de calabacín, de perejil, col y jamaica, además de los conocimientos.
Gracias a este intercambio mejoraron técnicas de cultivo y producción que les ha dado buenos resultados en su huerto.
“Las mujeres tenemos liderazgo y persistencia”
Eva trabajó para la agroindustria hace tiempo. Fue una de las muchas mujeres que se ganan la vida en los invernaderos, donde dice, las jornadas son muy duras, y arriesgas tu salud. “Estás en las naves y sudas mucho… Hay muchos plaguicidas. Llegas a tu casa y la ropa la traes olorosa a los químicos porque rocían adentro. Aquí en el huerto es mejor, te pega el aire, mil veces mejor aquí”, comparte.
Yola coincide con Eva, en que trabajar la tierra es pesado para las mujeres, pues además de la parte ruda y el desgaste físico, las mujeres también se hacen cargo de otras actividades en casa, lo que se traduce en una doble e incluso, triple jornada. “Es mucho para trabajar en el campo y aparte venir a casa, tener que asear a tus hijos, porque así es, llegas, tienes que bañar a tus niños, hacer otras cosas en casa entonces, es mucho ¿no?”, cuestiona a sus compañeras.
Ella trabajó mucho tiempo en las tierras de su esposo, junto con sus hijas, desde que eran niñas. Fue un esfuerzo familiar para que ellas pudieran estudiar. “Eso lo hacíamos todavía hace 4 años, ahora soy viuda, así que somos fuertes para trabajar nosotras también”, recuerda Yola.
Para Maritza los inicios en la agroecología fueron de incredulidad. Confiesa que cuando llegaron al terreno que se convertiría en el huerto orgánico Ayuquila no estaba tan segura de poder producir. “Empezamos a hacer las camas de cultivo, pero me pregunté ¿cómo las vamos a hacer? Nosotras no sabíamos qué eran camas, los conocíamos como bordos o surcos… Luego vino el compañero Rodolfo (González Figueroa) y ya nos explicó y fue así como empezamos todas”.
Entre todas han aprendido, unas de otras, pues hay quienes tienen huertos en casa e incluso más años de experiencia, y todas comparten, es un trabajo en equipo. “Mi comadre Olivia es una compañera que tiene muchas plantas y de ella hemos aprendido mucho… que a veces no sabemos cómo se siembra algo, pues pregúntele a la compañera Olivia, a Yolanda o Laura, y así es como tomamos diferentes experiencias, de todas”, dice Maritza.
“Yo creo que las mujeres tenemos liderazgo y persistencia, porque si no nos sale algo, no nos rendimos hasta que nos salga y la motivación es muy importante”, expresa Laura. Ella también coincide con sus compañeras; las actividades del huerto las ayudan a relajarse, a estar unidas y comunicadas, pero sobre todo, a cambiar el contexto ambiental y mejorar su salud.
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Créditos de todos los materiales generados para este trabajo:
Investigación y texto: Mayra Vargas.
Edición de texto: Carmen Aggi Cabrera y Mely Arellano.
Fotos: Mayra Vargas, Vianney Martínez y Jhoseline Ramírez.
Intervención gráfica: Jengibre Audiovisual.
StoryMapJS: Mayra Vargas.
Producción de videos: Jasmin Hurtado.
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*Esta publicación forma parte del proyecto #NoSomosVíctimas, de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, financiado por la Embajada Suiza en México.