Más o menos la cuarta parte de la población del golfo de California es pobre y, aunque esta proporción parezca baja en comparación con el resto del país, sigue siendo muy grave. Muchas de las pesquerías de la región ya pasaron por eventos de colapso, y hay muchas especies en peligro crítico de extinción, como la propia vaquita marina
Por Eugenio Fernández Vázquez
X: @eugeniofv
México libró las sanciones que se habían establecido bajo la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés), según informó el Secretario de Marina, José Rafael Ojeda Durán. Ahí hay dos buenas noticias: el plan presentado por México funciona y sí protege a la vaquita marina y a la totoaba en el Golfo de California, según ha estimado la gente de CITES, y el país podrá seguir comerciando las especies objeto de la convención, que van desde flores hasta maderas preciosas. Para que sigan las buenas noticias tiene que emprenderse todo un trabajo de transformación de las pesquerías de la zona y las políticas públicas que las afectan para que se erradique la pobreza al mismo tiempo que florezca la biodiversidad de esas costas únicas.
El almirante Ojeda Durán resumió las acciones que contempla el plan presentado a CITES diciendo que se trata del “sembrado” de bloques de concreto en el suelo marino para que impidan el uso de redes ilegales en el área, así como un fortalecimiento de las tareas de vigilancia tanto en el sitio como con el uso de satélites para el monitoreo. Además de eso se ha hecho una tarea de “concientización” con los pescadores de la zona. Eso parece haber funcionado hasta el momento, porque el monitoreo de la población de la vaquita marina también arrojó buenas noticias hace unos meses.
Con esto se pueden dar y se están dando pasos muy importantes para salvar a uno de los mamíferos marinos más amenazados del mundo, que siempre ha tenido poblaciones muy pequeñas —es un relicto, apenas una muestra de lo que fue antes de la última glaciación de hace miles de años—, y además habrá efectos muy importantes en toda la zona, pues se impide la pesca ilegal y eso hace más vivible la situación para quienes sí trabajan en forma legal en la región. Sin embargo, no alivia las presiones económicas ni sustituye las urgentes tareas de restauración de la zona.
Más o menos la cuarta parte de la población del golfo de California es pobre y, aunque esta proporción parezca baja en comparación con el resto del país —tres cuartas partes de la población de Chiapas son pobres, por ejemplo—, sigue siendo muy grave. Muchas de las pesquerías de la región ya pasaron por eventos de colapso —el caso de la sardina fue muy notorio— y hay muchas especies en peligro crítico de extinción, como la propia vaquita marina. Las medidas tomadas por el gobierno mexicano impiden de momento y hasta cierto punto que la situación empeore, pero no necesariamente la mejoran.
La clave para que cambien de verdad está en dejar de repartir dinero y empezar a centrar las políticas públicas en la ciencia, la organización productiva y la construcción de capacidades. Los pequeños pescadores enfrentan muchísimos obstáculos para comercializar sus productos, para producir legalmente, para enfrentar al crimen organizado, para acceder a la infraestructura que necesitan para hacer su trabajo. Las decisiones y las políticas no se toman con base en mediciones y proyecciones sólidas sobre el estado de las pesquerías ni del ecosistema en su conjunto.
La solución necesaria está en que el Estado juegue un papel similar al que desempeñó entre las comunidades forestales en los años 1970 y 1980, apoyando sin imponer la construcción de empresas comunitarias y favoreciendo la reactivación de instituciones locales, además de aportando conocimientos y bases científicas para el manejo de los recursos naturales. Esto sentaría las bases para que esas propias organizaciones, empresas y cooperativas entendieran sus necesidades y las plantearan cuando estuvieran listas, en vez de recibir del Estado lo que en ese momento decidió un funcionario.
Transformar nuestra relación con los mares se puede y vale la pena. Hay que hacerlo ya.