El Tren Maya nos deja varias lecciones: como cuestión positiva, considero que se intente reactivar el ferrocarril mexicano. Será un acicate para el turismo. Sin embargo no considero tan positiva que un proyecto de corte civil -en su primera fase estuvo auspiciado y verificado por FONATUR- terminará por ser militar
Por Hernán Ochoa Tovar
Sin duda alguna, si una obra ha sido emblemática a lo largo del presente sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, ha sido el denominado Tren Maya. Prácticamente desde que la administración estaba en ciernes, el mandatario dio a conocer su magno proyecto, el cual pretendía edificar a lo largo de la Península de Yucatán y estados circunvecinos. A partir de su gestación, el proyecto ha generado discordias, por lo regular exentas de matices. Esto porque, mientras los partidarios del oficialismo han defendido al ferrocarril de la 4T -por denominarlo de alguna manera- a capa y espada; los detractores la han tildado de ser una obra fastuosa, antiecológica, inviable y demás adjetivos. Pero ¿quién tiene la razón? A continuación, el escribiente intentará llevar a cabo un análisis objetivo del magno proyecto, tratando de vislumbrar los claroscuros que descansan en torno al mismo.
Primeramente, como cuestión positiva, considero positivo que se intente reactivar el ferrocarril mexicano. Desde la década de 1990, con la privatización de las vías férreas, el mismo casi desapareció y lo que antes fuera un notable sistema de transporte que servía a las clases trabajadoras del país; terminó siendo vendido y utilizado primordialmente para llevar carga de una frontera a otra. Y aunque hubo excepciones -la más notable el Chepe-, los FF.CC. dejaron de ser una prioridad para el estado nacional por poco más de cuatro lustros. Celebro que, a contrapelo de la tendencia que prevalecía, el gobierno actual intente revitalizar el ferrocarril; primero con el Tren Maya (que tardó demasiado en consolidarse y tuvo un desarrollo accidentado, al parecer) y luego con el decreto presidencial que revitaliza los trenes existentes en el país. Esto es relevante porque, a pesar de que en otras naciones se llevaron a cabo sendos proyectos de privatización, pocos desembocaron en resultados tan lamentables como el que llegó a tener la República Mexicana.
En el mismo tenor, considero que el Tren Maya será un acicate para el turismo. En una región que ha destacado en las últimas décadas por su vocación en la materia, creo que el novel ferrocarril será un impulsor y ayudará a atraer más turismo hasta los confines de la Península Yucateca. Y aunque habría que ver qué tan positivo sería eso en términos económicos y sociales -se acusa de que algunos lugares, como Acapulco y Cancún resaltaron por su desarrollo excluyente-, el propio gobierno federal ha deslizado que pretende romper dicho paradigma (Revista Proceso), pues el ex director de FONATUR, Rogelio Jiménez Pons llegó a mencionar que pretendía vincular al transporte con la economía local, buscando romper con la lógica que ha venido imperando por años. No obstante aún es una idea en pañales, la misma parece ser buena, pero tendría que tener planificación para poder fructificar (y eso es lo que le ha faltado a diversas políticas públicas que se han llevado a cabo en el presente sexenio, como he explicado a lo largo de diversas colaboraciones).
Por lo mismo, discrepo con la visión catastrofista de que el Tren Maya vaya a ser una apuesta perdida y, por lo tanto, una maquinaria de perder dinero. Si sitios como Cancún, Chetumal o Mérida son importantes puntos turísticos, y el transporte en mención pasará por ahí, creo que podría llegar a tener éxito a mediano a largo plazo. Quizás el recorrido que se hizo tuvo falencias: destacadamente, los estudios de impacto ambiental, los trazos y las investigaciones de mercado. Sin embargo, creo que los mismos podrían llegarse a subsanar si el tren llegase a tener la aceptación que el gobierno pretende. Sin embargo, si no llegara a cuajar -lo cual veo difícil- se tornaría en una apuesta al vacío, pues la federación habrá puesto todas las esperanzas en una obra inviable por el flanco donde se le vea.
Pero, por otro lado, no considero tan positiva la mutación final que dio el proyecto, pues, de ser un proyecto de corte civil -en su primera fase estuvo auspiciado y verificado por FONATUR- terminará por ser militar, pues el presidente cedió los derechos a las FF.AA. en varios ámbitos, tanto en la construcción, como en la supervisión y la eventual explotación. El Tren Militar del cual hablaba la Adelita, terminará por ser una realidad por las espesas selvas del sureste mexicano. Ya se verá si el Ejército no termina absorbiendo demasiados riesgos.
Creo que el gobierno federal debió actuar con mayor transparencia para evitar suspicacias. Si la oposición demandaba los documentos y los estudios, debió subirlos a la plataforma correspondiente, en lugar de reservarlos por seguridad nacional -curiosamente, dicha coartada también cuaja cuando cierta acción la realizan las FF.AA.- El Tren Maya tuvo detractores prácticamente desde que se anunció su construcción; y con ello sólo se contribuirá a alimentar las dudas, pues la estructura que lo rodea no ha sido transparente del todo.
En suma, el Tren Maya nos deja varias lecciones: quizá el proyecto en cuestión era el sueño a realizar del presidente López Obrador. De alguna manera ha logrado cristalizarlo, pues la inauguración del mismo da fe de ello. Sin embargo, considero que las obras que se realicen en el futuro próximo -dígase en el sexenio venidero- deberán de estar cabalmente sustentadas con opiniones de expertos y estudios en la materia, así como con estados financieros perfectamente asequibles a la opinión pública. Por más ideal que sea una obra, el camino de la legalidad es el mejor. Pienso que el fin no justifica los medios (contraviniendo a Maquiavelo). Aún así, el presidente pudo entregar su obra insignia y ganar la narrativa en términos de comunicación, lo cual, en términos políticos, no es poco. Lo dejo a su consideración, apreciable lector.