Por eso un cabeza hueca de 36 años, Samuel García, les significó un peligro; por eso babean por un Luis Donaldo Colosio Riojas, quien no tiene experiencia en nada y cuya única gracia es su nombre y apellido
Por Alejandro Páez Varela
Poco después de que se detectó el primer caso de COVID en México –fue el 27 de febrero de 2020–, me sorprendió que el local de enchiladas cercano a mi trabajo había cerrado y en las cortinas metálicas se colocó una manta que decía, con letras en mayúscula negras y rojas: “Este negocio, sus empleados y proveedores, están siendo seriamente afectados por la emergencia sanitaria; y corre el riesgo de no reabrir por falta de apoyo del Gobierno”. Me di cuenta el 10 de abril de ese mismo año, pero había apagado la luz dos semanas antes, a mediados de marzo.
Me sorprendió que cerrara hasta entonces porque, la verdad, yo esperaba que el negocio dejara de operar mucho antes. Un día fuimos mi amiga Rita y yo, y salimos enojados, con el estómago revuelto del que se siente estafado. Entendimos por qué siempre estaba solo. Enchiladas mal hechas, un servicio terrible, tortillas agrias, pollo seco y mole nadando en grasa. Y la cuenta: dos personas, más de 600 pesos por dos platos de enchiladas y agua fresca. En ese entonces pagábamos 65 pesos por una comida corrida a un lado; con sopita caldosa y arroz con leche como postre. Tomé la foto porque los vecinos del changarro éramos testigos del chantaje. Querían, como las grandes empresas, un rescate por encima del rescate de la gente; querían, como sucedió con el Fobaproa décadas atrás, que entre todos pagáramos su abuso, ineficiencia y falta de visión de negocio.
Este recuerdo corrosivo me acompañó cuando leía a la prensa y a una abrumadora cantidad de articulistas que presionaban al Presidente porque “no rescataba negocios”. Carlos Salazar, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, iba y venía de Palacio Nacional. Pedía “tomar deuda de una forma responsable” para darle dinero a los grandes empresarios; pedía endeudar a los mexicanos para rescatar a la élite. Andrés Manuel López Obrador, uno de los más férreos opositores del Fobaproa, dijo entonces que era un buen momento (“como anillo al dedo”) para demostrar que se podía rescatar la economía con un modelo distinto, que privilegiara a los de abajo y aumentara el consumo, y no entregando ríos de dinero a los de siempre.
Con el tiempo demostró que ese modelo era posible, aunque en su momento torcieron sus palabras para hacerlo ver como que decía que “los muertos por COVID le venían como ‘anillo al dedo’”. Montones de cartones, montones de artículos y reportajes, y los que leen por encima se compraron la supuesta ofensa suicida del Presidente, que nunca fue. Hay mucha deshonestidad en la gran mayoría de los comunicadores. Lo odian de tiempo atrás y, si pudieran, si la vida se los permitiera, lo destazarían vivo con las ganas del león que arranca la carne del cuello de una gacela.
“Tanto la experiencia como los diversos estudios realizados me han dejado claro que no se puede separar economía y política”, dice Joseph Stiglitz en su libro Capitalismo progresista: La respuesta a la era del malestar (Taurus, 2020). No, no se pueden separar. Y el mismo López Obrador le daría una lección a su primer Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, ahora asesor de Xóchitl Gálvez: cuando le presentó el primer preproyecto del Presupuesto de Egresos de la Federación, el Presidente se lo rechazó. ¿Por qué? Porque ese preproyecto venía como anillo al dedo al nuevo Gobierno para decir que no se puede separar economía y política: que un presupuesto gubernamental siempre será ideológico porque en el debe y haber, en el gasto y en la recaudación, está el verdadero trasfondo; está el qué hace distinto a un Presidente de otro.
Urzúa había redactado una calca de los que redactaban Agustín Carstens o Pedro Aspe. Desaprovechaba una oportunidad de oro. No aceptó la lección de su líder y prefirió irse a la intrascendencia, a apoyar a quienes realmente lo enamoraban: los neoliberales trasnochados del tipo José Ángel Gurría. Urzúa no se atrevió a apostar y hacer historia.
De alguna manera, Urzúa explica una de las razones del fracaso de la oposición mexicana: su incapacidad para renovarse, su incapacidad de aprender. El PRIAN se quedó con las lecciones del capitalismo salvaje impartidas por Carlos Salinas de Gortari y su generación y el ejemplo más contundente es que Gurría es el gurú económico de la campaña presidencial de Xóchitl Gálvez. En la academia hay un fuerte debate sobre qué fue lo que se hizo mal en estos años de neoliberalismo que provocó tanta desigualdad (de eso trata el libro de Stiglitz), pero aquí no existe capacidad entre los líderes de la oposición para generar la discusión, mucho menos para construir un proyecto económico de avanzada que compita con el que llevó a México a un nuevo boom, les guste o no, con López Obrador. Cuando se les cuestiona por qué la economía ha crecido con otra fórmula, una nueva, en vez de combatirlo con una respuesta medianamente informada se sacan un libreto, raro, raro: que Bartlett, que Bejarano, que el dictador, que la inseguridad, que la impunidad. Y claro que la lista anterior puede discutirse, pero no explica por qué la economía ha crecido con otra fórmula, una nueva, donde importan los que tienen menos o los que siempre hemos dejado al final. Es como si la junta vecinal discute cuáles focos son más duraderos, y alguien responde con una receta de cocina.
El problema de la oposición es no sólo ideológico, pues, sino de capacidades. Alejandro Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano desarrollaron una habilidad torcida y funcional: los tres aprendieron a tomar por asalto partidos políticos, por ejemplo, pero hasta allí. Y al mismo tiempo, los intelectuales y el grupo de empresarios que los acompañan –y acompañan a Xóchitl– tienen comprometida su capacidad. No quieren aportar fórmulas para México o recetas estructuradas para rescatar a la oposición: sólo odian a López Obrador y quieren vengarse de él a como dé lugar, así arrastren al PRIAN al descrédito, como ellos mismos. Reaccionan con rencor, no con inteligencia.
Querían ganarle a AMLO por la vía rápida, con una candidata ocurrente y risueña; con un títere con imagen de irreverente (como Vicente Fox) y con inteligencia no probada (como Vicente Fox). La apuesta falló. Y para colmo, la misma Xóchitl, que no se ayuda. Su campaña se basa en que vendió gelatinas pero no puede explicar por qué ese negocio, supuestamente tan próspero, no rescató a su propia hermana –vinculada a la industria del secuestro– de las garras de la delincuencia organizada. ¿Gelatinas para “rescatar” a México? No, gracias.
La derecha mexicana ha envejecido sin darle oportunidad a nuevos cuadros y a nuevas ideas, mientras que la izquierda, calificada siempre como “trasnochada”, se le adelantó. Probó nuevas recetas, demostró que puede gobernar distinto, confrontó poderes intocables (élites empresariales, mediáticas, intelectuales y académicas) y puso en acción nuevas teorías económicas.
Si a un Secretario de Hacienda del neoliberalismo se le proponía hacer una nueva UNAM, como la que construimos cuando éramos un país mucho más pobre, sacaba una calculadora y explicaba por qué era mejor dárselo a los privados. “No hay dinero”, repetían. López Obrador les demostró que sin dinero privado (vía deuda o vía inversión directa) se puede tener una nueva refinería, un nuevo sistema ferroviario, aeropuertos para estrenar, etcétera, y un sistema de seguridad social que nunca antes se tuvo. ¿Qué responde la oposición ante lo obvio, lo que todos vemos? Responde con recetas de cocina. Sí, el sistema de salud es deficiente, la inseguridad está terrible en algunas regiones, urge mejorar la educación y urgen más rubros, desde hace mucho tiempo, y por eso la gente votó por un cambio en 2018. También urgía demostrar que se podía sacar a cinco millones de mexicanos de la pobreza, y se hizo.
Por eso, por su propia improvisación y falta de recursos intelectuales, los opositores recurren a los viejos mañosos o incapaces de siempre. Por eso Santiago Creel es dios y alguien vinculado con la corrupción inmobiliaria, Jorge Romero Herrera, su profeta. Por eso traen de las catacumbas a Max Cortázar, cuya experiencia está basada en la chapuza. Por eso dan posiciones relevantes al hijo biológico, Enrique de la Madrid, del padre ideológico del neoliberalismo: Miguel de la Madrid Hurtado. Por eso reviven a alguien que huele a agrio, como Josefina Vázquez Mota o la misma Margarita Zavala, y por eso, aunque lo odian profundamente, ven a Felipe Calderón como aliado.
Por eso un cabeza hueca de 36 años, Samuel García, les significó un peligro; por eso babean por un Luis Donaldo Colosio Riojas, quien no tiene experiencia en nada y cuya única gracia es su nombre y apellido.
Y como en cada elección les quedan menos espacios qué repartir; y como el fracaso les cayó por sorpresa, seguirán distribuyendo lo que les queda entre los mismos, sin abrirse a nuevas ideas, a nuevos liderazgos. Están en una espiral hacia el abismo pero brindan con la champán que todavía les dan las prerrogativas del INE o los ingresos de uno o diez pisos ilegales en la capital mexicana. Hasta que un día todo eso se les acabe (empezando con el PRD).
En eso, en su propia incapacidad para responder con inteligencia al reto de renovarse, se explica que quieran revivir políticas económicas del pasado. Como los dueños del local de enchiladas que a las dos semanas de crisis querían culpar al Gobierno de su propio fracaso, y era por odio, seguramente, y para sacarle dinero. Intentaban olvidar que ellos mismos y los 126 millones de mexicanos seguimos pagando las deudas de esa fórmula que dice que rescatar a los de arriba es civilidad, desarrollo, prosperidad; que eso es una política pública justa y saludable; que se aplicó ayer y que se puede replicar al infinito. Pues no. Quédense con su fracaso, con su odio, con sus enchiladas, con sus deudas y con sus ganas de vivir de los demás.
Los partidos de oposición, como aquel negocio, sus empleados y proveedores, no han sido seriamente afectados por una emergencia que vino de un bicho invisible y contagioso sino por su propia incompetencia. Corren el riesgo de no reabrir o desaparecer definitivamente porque pocos los llorarán. Porque pocos, en este México que vivimos, extrañarán enchiladas mal hechas, pésimo servicio, tortillas agrias, pollo seco y mole nadando en grasa. Muy pocos. Y deberían sentarse un día a analizarlo y, si les da la cabeza o si por alguna casualidad se les antoja, deberían abrirse un libro que les explique qué cambió en este país; por qué a millones nos alegra verlos partir con la cola entre las patas, y además le rogamos a Dios que sea un para-nunca-más-volver.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx