Urge una política pública de defensa del sector cafetalero y de impulso a las economías que lo acompañan. Del café dependen más de medio millón de familias, y eso si tomamos en cuenta solamente a los campesinos que lo cultivan. Cuando no sale a cuenta cultivar café y mantener la sombra de árboles que lo cubre, la deforestación se dispara
Por Eugenio Fernández Vázquez
X: @eugeniofv
Los cafetaleros mexicanos atraviesan una dura tormenta en la que se conjugan los bajos precios que reciben por su producto, el acoso del crimen organizado, el cambio climático y la indiferencia de los gobiernos, cuando no su abierta animadversión. La Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC) advirtió de que, si no se apoya al sector y si se mantienen las cosas como están, los más de 500 mil productores y sus familias habrán perdido el 40 por ciento de sus ingresos. Esta crisis, además, supone que queda en riesgo el grueso de los bosques mesófilos de montaña, los más diversos del país.
El primer ingrediente de la crisis es el de los precios que reciben los productores. Por un lado, el precio internacional del café es hoy de apenas 189 dólares por quintal, 72 por ciento de lo que se pagaba hace apenas un par de años. Para empeorar las cosas, al convertir esos dólares en pesos la fortaleza del peso juega en contra de los productores, que reciben menos pesos por dólar al vender su cosecha.
El segundo ingrediente es la crisis social que se vive en las zonas cafetaleras. El acoso del crimen organizado y la violencia contra las organizaciones de productores con presencia en las áreas que busca controlar hace muy difícil sacar la producción y llevarla a los centros de procesamiento, además de que pagar extorsiones y cuotas a los delincuentes supone una presión económica añadida muy difícil de soportar.
El tercer ingrediente es la crisis climática, que golpea siempre más duro a los más pobres. El aumento de las temperaturas globales, lo impredecible y desordenado de las lluvias y secas, las heladas y golpes de calor hacen muy difícil la producción, porque dañan el café cuando todavía es una cereza colgando en la mata, y provoca pérdidas incosteables.
Así las cosas, urge una política pública de defensa del sector cafetalero y de impulso a las economías que lo acompañan. Del café dependen más de medio millón de familias, y eso si tomamos en cuenta solamente a los campesinos que lo cultivan —sabemos que son miles los que trabajan tostándolo, transportándolo, empacándolo, pero no tenemos cifras ciertas al respecto—. Además, el café es la primera línea de defensa del bosque mesófilo de montaña, un ecosistema único de las montañas nubladas del sur y del oriente de México. Cuando no sale a cuenta cultivar café y mantener la sombra de árboles que lo cubre, la deforestación se dispara.
Así las cosas, hay varios pasos que se pueden dar, pero que están pendientes. La Ley de desarrollo sustentable de la cafeticultura se aprobó hace casi un año en el Senado de la República, pero la Cámara de Diputados no se ha dignado aprobarla, a pesar de todo el trabajo que han invertido organizaciones de productores, activistas, académicos y legisladores. El gobierno federal puede dar pasos importantes que no son especialmente onerosos, como la compensación fiscal de 4 mil millones de pesos para los productores que han exigido las organizaciones. También se podría intervenir en los mercados, beneficiando a los productores nacionales que ofrecen un café de gran calidad por encima de las transnacionales que ofrecen algo que ni es café.
Hay mucho por hacer. Urge que gobiernos y legisladores actúen.
***
Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.