Las candidatas y el candidato quedaron a deber en el segundo debate presidencial. Un debate que aportó pocas sorpresas
Por Hernán Ochoa Tovar
El segundo debate presidencial, que se presentó en la tarde del domingo pasado, me dejó con sensaciones encontradas. Por un lado, me pareció más ameno y bien logrado que el anterior; pero, por el otro, creo que se convirtió en un evento donde abundaron las descalificaciones y no fue un día de campo para nadie, aunque tampoco para el oficialismo (que, a pesar de su numeralia, siento que pasó momentos complicados a lo largo del mismo).
Para comenzar, lo positivo: siento que la organización del evento estuvo bien lograda y los moderadores estuvieron a la altura de las circunstancias. En este sentido, considero que tanto Adriana Pérez Cañedo como Alejandro Cacho hicieron un buen papel, viéndose objetivos e imparciales en todo momento y pudieron seguir las expectativas que el evento demandaba.
Sin embargo, la mayoría de las candidatas y el candidato quedaron a deber. Salvo Máynez, quien sí presentó propuestas muy puntuales y no se engarzó tanto en el debate, las punteras se enzarzaron en un rosario de descalificaciones e insultos; donde lo último que primó fue la cordialidad y la cortesía política. Resulta importante apuntalar que este aspecto parece haberse ido perdiendo con el tiempo, pues, salvo aquel primer debate de 1994, en el cual Zedillo, el Ing. Cárdenas y Diego Fernández de Cevallos debatieron acalorada y ríspidamente; no lo hicieron sin antes darse una amable salutación.
En esta ocasión no ocurrió así. La energía que prevaleció entre los contendientes era negativa, y no se visualizó jamás el saludo inicial –como si ya se hubieran incorporado al podio desde antes de que las cámaras comenzaran a grabar el evento– ni a los contendientes, a los moderadores o al público oyente, dando una pésima imagen a la ciudadanía que se esforzaba por seguir evento.
Cabe resaltar, el evento continuó en dicha tesitura, aunque hubo ciertas sorpresas. Para comenzar, la doctora Claudia Sheinbaum, abanderada del oficialismo, continuó con la misma actitud displicente del debate anterior en múltiples ocasiones, aunque ahora trató de esbozar una sonrisa en algunas ocasiones y proyectar una efímera comodidad y seguridad. Si bien siguió ignorando a sus contendientes en mayor o menor magnitud (jamás llamó a Xóchitl Gálvez por su nombre), se permitió responder algunas alusiones de manera leve, aunque trató de esquivar los ataques en la mayor medida posible y lo logró, aunque en esta ocasión no logró salir del todo ilesa. Esto porque el tiempo le alcanzó poco para resaltar propuestas concretas, al tiempo que esgrimía una moderada defensa de los logros obtenidos por el gobierno de López Obrador; pero resaltaba más los propios como jefa de Gobierno de la CDMX. Quizá con esto intentó jugar a dos bandas –defender el legado de AMLO, a la par de que proponía y estaba a la defensiva–; pero lo logró parcialmente, pues los esbozos de su eventual plan de gobierno siguieron siendo distantes y escasos, aunque no por ello inexistentes.
Sin embargo, me pareció interesante que, en materia ambiental, sí utilizó un lenguaje contemporáneo con propuestas ideales y de vanguardia. Ello contrastó fuertemente con la retórica obradorista en la materia, pues el presidente, si bien no ha soslayado el tema ambiental; no lo ha visto con la mirada que el mundo contemporáneo demanda (jamás ha hecho alusión al calentamiento global, por ejemplo). Eso sí lo hizo la doctora Sheinbaum, aunque de manera muy somera. Su veta científica quiso salir; pero la faltó tiempo y punch para poder lograrlo cabalmente (el tiempo se fue rápido).
Tocante a Xóchitl Gálvez, puedo decir que se le vio segura y dio esbozos de algunas propuestas. Destaco lo que dijo al principio, cuando deslizó que, de llegar a la Presidencia, buscaría nulificar el pago de impuestos para las personas que tienen estipendios menores a los 15 mil pesos mensuales. Ello pareció ser un guiño a la clase trabajadora, pues el pago de impuestos es transversal, pero al darse esta eventual exención sí beneficiaría a aquellos que menos tienen. También me pareció relevante que deslizara una eventual sinergia entre el estado y el estado para cumplir los compromisos ambientales que México como país posee.
Empero, lo que más destacó de Gálvez fue su actitud segura y retadora. Si, en el debate anterior, quedó a deber con críticas sutiles, esta vez buscó echar toda la carne al asador. Criticó con contundencia y estrategia cada dicho de la doctora Sheinbaum hasta que la sacó de su zona de confort y la sacó un poco de quicio. El ejercicio, que pretendía ser un pan comido para los personeros del oficialismo, ya no lo fue tanto con los constantes zigzagueos, pues consiguieron caldear los ánimos y despistar la certeza de los argumentos.
Al final, las propuestas quedaron en segundo plano –cuando debieron ser lo primordial– pareciendo más un enfrentamiento del Canelo Vs. Golovkin, que un escenario en el cual los candidatos punteros realizan planteamientos de manera civilizada y comedida.
Referente a Máynez, el sujeto fue una sorpresa, pues, a pesar de ser olímpicamente soslayado por sus adversarias, se permitió hacer propuestas concretas y no compró un pleito que no le correspondía. Quizás, en otra circunstancia, eso le habría condenado a ser el convidado de piedra del debate; pero la relevancia de sus propuestas han contribuido a darle foco. Tanto, que parece que su participación pareciera haberle dado crecimiento en intenciones de voto. Y, aunque se sabe que no ganará, le brindará el suficiente oxígeno a su partido (Movimiento Ciudadano) como para no sólo mantener el registro, sino una bancada aceptable de cara a la legislatura que comienza en octubre.
En suma, creo que este debate aportó pocas sorpresas, aunque cimbró paradigmas que resaltaban por su firmeza. Al parecer las elecciones se encontrarán más competidas de lo esperado. Y lo que parecía “Crónica de una Victoria Anunciada” quizás lo sea, pero con más atenuantes de los originalmente esperados. Es mi humilde opinión; ya veremos qué derrotero nos plantea el tercer y último debate.