Mujeres

La historia de Luz María y su lucha por las infancias del poniente de Ciudad Juárez 



lunes, agosto 26, 2024

“Sentía mi sueño hecho realidad, porque era lo que yo anhelaba, era lo que yo quería, trabajar con los niños e ir dejando una huella con ellos … sentía una emoción que es difícil de explicar”, dice la maestra Luz María al narrar sobre su historia de trabajo en la colonias Díaz Ordaz, en las faldas del Cerro Bola

Texto y fotografías: Anabel Rojas / La Verdad Juárez

Ciudad Juárez–Una tragedia en su comunidad, ubicada en las faldas del Cerro Bola, y las carencias educativas que observaba para los infantes de esa zona, impulsaron a Luz María Hurtado para alcanzar su sueño: convertirse en maestra.

Su historia comienza en la colonia Díaz Ordaz, entre un centro comunitario del mismo nombre que alberga al preescolar Mis Pequeños Héroes, y un centro de tareas, conocido como La Aulita, en la que se atiende a niñas, niños y adolescentes (NNA). En una zona que históricamente arrastra rezagos urbanos, carencias sociales y económicas, donde las calles son de tierra y las casas, autoconstruidas con madera y block, parecen empotrarse en las pendientes del cerro.

En los años 80, un depósito de agua, que se ubicaba en la calle Coatepec de esa colonia, se reventó y provocó una inundación que causó la muerte de varias personas, recuerda Lucy, como la llaman sus conocidos. Entre las víctimas mortales había dos niños.

Esa tragedia marcó a Lucy, porque en ese momento la única escuelita en la zona, que era más bien aulas improvisadas en una casa, fue arrastrada por el agua. La catástrofe se llevó también la vida de varias personas, muchas otras habían perdido lo poco que tenían para vivir.

“Toda la comunidad se metió en el agua a sacar la gente. Y se miraban todos los muebles y las casas, todo un desastre que fue. Ya cuando pasó todo, donde estaba el depósito de agua se hizo un centro comunitario que es el que está ahorita”, evoca Lucy, ahora de 60 años, quien además de crear a sus hijos dedicó parte de su vida a la educación y protección de la niñez del norponiente de la ciudad.

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Luz María tenía el sueño de ser maestra y estaba estudiando para conseguirlo. Sin embargo, cuenta que la difícil situación económica por la que atravesaba su familia la obligó a desistir de estudiar para dar clases.

Tenía 18 años cuando dejó la escuela para poder trabajar y apoyar el sustento familiar, recuerda. Vivía con su madre, quien también trabajaba, y con su abuela que dependía económicamente de ambas.

Su primer empleo fue como ayudante en una librería católica dirigida por la congregación Hijas de San Pablo, conocidas como las Hermanas Paulinas. Lucy cuenta que ahí muchas veces había poco trabajo y entonces aprovechaba para leer cada libro que llegaba.

Ese entorno de tranquilidad y la amabilidad de las hermanas casi la hacen sucumbir a la invitación de las religiosas para entrar a la congregación. Cuenta que ella dijo que se sentía contenta en ese ambiente y creía que podía ser feliz volviéndose parte de la orden religiosa católica.

Aceptó cuando le dijeron que debía ir a la Ciudad de México a estudiar, pero al enterarse que debía renunciar a su larga y hermosa cabellera, Lucy dice que simplemente no pudo y renunció a ese deseo. Era su segunda renuncia a un sueño en menos de dos años.

Luego de esa situación, narra, decidió dejar ese empleo y comenzó a trabajar en una maquiladora que se ubicaba entre las calles 16 de septiembre y Paraguay, se llamaba Proctor Silex. Entonces, Lucy ya tenía cerca de 20 años.

Llevaba 18 meses laborando en esa maquiladora cuando comenzó un noviazgo con Felipe Flores, quien después se convirtió en su esposo, luego de un año y medio de relación.

Al casarse se mudaron a la colonia Hidalgo, ahí nació su primer hijo. La mujer menciona que ella siempre le decía a su esposo que quería ser maestra.

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Tras la tragedia en la calle Coatepec, de la Díaz Ordaz, cuando se comenzó a recuperar la comunidad de la Díaz Ordaz, en el lugar donde antes estuvo el depósito de agua se hizo un centro comunitario. El entonces presidente municipal, Jaime Bermúdez Cuarón, donó un salón para que se retomaran ahí las clases.

Con el inicio del nuevo preescolar, las maestras comenzaron a buscar a niños en edad preescolar, en los alrededores del centro comunitario, para que asistieran a clases.

Por entonces el hijo de Lucy, quien ya tenía cuatro años, comenzó a ir a esa escuelita.

Ella cuenta que entonces se sumó ayudando a las maestras en las labores escolares. Le gustaba el ambiente y trabajar con los niños, saltaba su deseo de ser maestra.

Así fue como Lucy luego se convirtió en asistente de las maestras del preescolar, hasta que un día de plano le preguntaron por qué no se hacía maestra. Era el sueño de su vida.

“Ellas (las maestras) me fueron preparando … ya después yo sola sacaba mis ideas”, cuenta Lucy, mientras mueve sus manos acompañando su relato.

Una de las maestras tuvo que dejar de asistir porque presentaba un embarazo de alto riesgo, esta situación fue oportunidad para que Lucy la sustituyera en el aula. Cuenta que de a poco fueron llegando más niños, de 15 aumentaron a 30.

Se le quiebra la voz al recordar esa época de sus comienzos y dice:

“Sentía mi sueño hecho realidad, porque era lo que yo anhelaba, era lo que yo quería, trabajar con los niños e ir dejando una huella con ellos … sentía una emoción que es difícil de explicar”.

Luego la Organización Popular Independiente (OPI) –una asociación civil que trabaja por mejorar la calidad de vida de niñas, niños, adolescentes y sus familias en el poniente– la invitó a estudiar para prepararse como maestra.

Ella aceptó, recuerda. “Yo dije sí… iba a estudiar todos los sábados desde las 7 de la mañana hasta las 2 de la tarde. Yo les dije a mis hijos: voy a estudiar, quiero seguir preparándome para ustedes, para los niños de la colonia, para los niños de donde me necesiten”.

Después de eso Lucy cursó varios diplomados, cursos y actualizaciones: “Me preparé con todo. No sabía computación, pues aprendí; no sabía lo de la psicología, lo aprendí y aprendí todo lo que era con los niños, el trabajo, el desarrollo”, platica orgullosa.

También se instruyó en el trato con adolescentes e incluso comenzó a dar talleres para las mamás que querían aprender a cómo tratar a sus hijos e hijas de esas edades.

“Le dije a Catalina Castillo, también de OPI: Cata hay jóvenes que nos necesitan”, dice Lucy, quien se percató que no solo eran los pequeños quienes estaban necesitados, sino también los más grandes, los adolescentes.

Señala que a partir de ese comentario la organización comenzó un proyecto de becas, mediante el cual se les daba algo a los adolescentes. Cada mes les daban zapatos o ropa o útiles.

En un punto, Lucy aceptó a niños y adolescentes de todas las edades en la escuelita.

Campamentos de verano

Cuando comenzaron las vacaciones, los infantes buscaban continuar en la escuelita. Lucy asegura que es por la atención que se les brinda.

De ese modo, se le ocurrió hacer campamentos de verano. En este proyecto también la OPI contribuyó, pues eran las encargadas de conseguir entradas para ir al Aquadif, camiones para visitar lugares como Samalayuca o conseguir lo necesario para que se realizarán los paseos con los infantes.

A la maestra se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda esos momentos, porque la principal motivación de su misión sigue latente: el bienestar de la niñez juarense. Reconoce que pese a lo alcanzado continúan las necesidades en su comunidad, que aún hay quienes no conocen ni un supermercado.

“Era algo muy bonito, porque se les daba a los niños lo que ellos pedían: salir, conocer … muchos niños decían ¿qué es un cine?, los niños platican de un cine, pero no sé qué es. Los niños platican de que salen a pasear en Soriana, el que no conocían”, cuenta Lucy mientras se le corta la voz.

Las necesidades que tenían los infantes no eran ignoradas por Lucy, todo lo que veía lo apuntaba para después buscar la forma de solucionarlo. Así, consiguió zapatos, ropa, útiles escolares, comida, paseos, de todo, porque no podía decir no me importa la necesidad de los pequeños.

Desde entonces cada año se realizan los campamentos. Este año recibió a 35 niños del 2 al 15 de agosto. Los pequeños pudieron realizar actividades de arte, repostería, juegos, deportes y música durante la primera semana; y en la segunda semana pudieron visitar el museo interactivo La Rodadora, el parque Aquadif, cuenta.

La defensa de la enseñanza

En el 2002 se publicó en el Diario Oficial de la Federación (DOF) un decreto en el que se modifica el artículo tercero de la Constitución, agregando a la educación básica obligatoria el preescolar.

Cuando Lucy advirtió un problema, el plantel donde estaba no contaba con la clave de registro, pues el preescolar había surgido como respuesta a una carencia educativa en la zona. Esta situación ponía en peligro de que el alumnado que estaba por egresar, porque por ese requisito no podría inscribirse en las primarias, por lo que tuvo que visitar las escuelas aledañas para hablar con los directores y explicar la situación para que cobijaran a sus alumnos.

Para su sorpresa, tanto la directora de la Escuela Primaria Chihuahua y el director de la Escuela Primaria 22 de septiembre, le dijeron que no se preocupara, todos iban a ser aceptados, pues ellos ya habían detectado que quienes venían del preescolar de la maestra Lucy iban muy preparados, incluso eran quienes solían ir a los concursos de conocimiento.

La violencia por la guerra contra el narcotráfico cambió la dinámica del día a día en el preescolar, y reconoce fue uno de los momentos más duros que han enfrentado. Dejaron de salir al cerro, de pasear con los niños, de hacer festivales en la calle. Las salidas fueron menos debido a las balaceras que ocurrían en las calles entre los bandos del crimen organizado.

Otro momento coyuntural fue la pandemia por COVID-19. Entonces se trabajó de manera virtual, pero no fue lo mismo. Reconoce que la ausencia de los abrazos que la maestra recibe por parte de sus corazones, como ella los llama, fue muy doloroso.

En ese periodo tampoco hubo graduaciones ni festivales, aunque sí se les entregó su reconocimiento y un regalo por medio de una caravana.

Algo que le duele a la maestra es la realidad de pobreza y desigualdad que las familias de la zona viven. Además, agrega que muchos padres de sus alumnos se separan y comienzan nuevas relaciones que no siempre son buenas para los menores.

“He conocido menores que cada mes cambian de papás, no hay una identidad para ellos, las parejas de sus madres no siempre son buenos con ellos y sufren la ausencia del padre”, menciona.

Cuando la maestra habla del sufrimiento de los niños ella también sufre hasta las lágrimas, pues considera que lo que más necesitan es cariño.

“Duele ver que ellos digan: ¿por qué me quieres tú y mi mamá no? ¿por qué me quieres tú y mi papá no?”, comparte Lucy al recordar que esos cuestionamientos que le hacen los niños la hacen sentir un gran dolor, sobre todo cuando le preguntan: “¿tú me quieres maestra? Dice que ella solo les responde “te amo con todo mi corazón”.

Incluso algunos alumnos después de años, cuando ya son adultos, le preguntan si ella aún los sigue queriendo; su respuesta, dice, siempre es “sí, hijo”.

La Aulita y la realidad del norponiente

El centro de tareas es un espacio que cuenta con un salón grande que está en un segundo piso y tiene muchas ventanas, que permiten que la luz natural entre e ilumine todo el lugar. También hay un salón más pequeño, un sanitario y una cocina en la planta baja.

En el salón grande, desde donde se puede ver el cerro Bola, hay mesas, sillas, caballetes, tapetes. En el pequeño hay un trampolín, un pizarrón, mesas y sillas. Afuera hacen falta juegos, árboles y muchos colores.

Desde La Aulita se puede ver a la distancia la colonia Tarahumara y una de las pocas escuelas que hay en los alrededores. Si se gira un poco hacia la izquierda se puede ver una escuela mariana, pero no cualquiera tiene acceso, ya que es privada.

La importancia, tanto del preescolar como del centro de tarea, radica en que para muchos niños es la única oportunidad de tener acceso a la educación básica.

Aún con todo el esfuerzo de Lucy y su equipo, en La Aulita hace falta algunas cosas para que sea un espacio más adecuado para recibir a los niños.

Asegura que hace falta aire acondicionado y calefacción para que no pasen ni calor ni frío. No quiere que pasen necesidades, sin embargo, la realidad es que en sus propias casas muchos incluso sufren hambre.

Las familias del norponiente lidian con problemas como la disfunción familiar y las carencias económicas, así lo atestigua Lucy, de manera que algunos niños llegan incluso sin haber probado un alimento, por lo que la maestra decidió conseguir recursos para dales algo de comer a aquellos infantes que no llevan comida.

“No sé cómo le hagamos, dije, pero ellos vamos a comer algo. Vamos a tener que hacer como dicen echarles más agua a los frijoles y vamos a completar. Les pregunté a todos y la mayoría de los niños todavía no comen, y eso duele más también”, Lucy habla del esfuerzo por no dejar sin comer a los pequeños.

El año escolar pasado atendieron a 43 menores de edad que van desde los 3 años hasta los 13 años. En el plantel les ayudan a estudiar, también hacen deporte y reciben clases de música.

Lo que más quiere la maestra, dice, es romper con los ciclos de vida de la niñez del norponiente, y que si los padres se dedican a cosas no legales, ellos rompan con ese círculo de vida y cambien de rumbo.

La realidad de la infancia de esta zona de la ciudad ha sido muy precaria. La maestra cuenta que hay tanta pobreza que “las mamás a veces no tienen para pagar la colegiatura”, por lo que la ayuda de OPI ha sido esencial en este proyecto, ya que han dado becas para que los niños no dejen de asistir por falta de dinero.

La colonia se ubica en una zona que el propio Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP) señala que: “presenta graves problemas sociales, económicos y ambientales, además de déficits de infraestructura y equipamiento urbano de la ciudad, haciéndose más dramático si se considera la cantidad de habitantes que hay en esa zona”.

Una mirada hacia el futuro

Cuando Lucy continuó con sus estudios su madre le dijo “se hizo realidad tu sueño, tú querías ser maestra”, a lo que ella a manera de presagio respondió “pero no una más, sino la mejor”.

Su trabajo continúa y sus planes para el próximo ciclo escolar que inicia este 26 de agosto son regresar por las mañanas al preescolar y por las tardes atender en el centro de tareas.

“Mi trabajo es compartir a los niños el aprendizaje, que ellos vayan teniendo unos cimientos firmes, fuertes para que logren un camino diferente a lo que estamos viviendo ahorita”, dice Lucy.

Aunque ella quería tener muchos hijos sólo tuvo tres, pero siente que Dios la recompensó con los cientos de niños, niñas y adolescentes a los que ha podido ayudar.

De tal modo que Lucy no solo se ha dedicado a enseñarles, sino que también buscó su protección. Conseguir un desarrollo integral de la niñez juarenses del norponiente.

La maestra es tan querida en la comunidad que incluso personas se han acercado a ofrecer su protección para que nadie la moleste, sin embargo, ella responde que no necesita esa ayuda, asegura que caminar por el “camino correcto” es su mejor estrategia.

“Me siento muy agradecida con Dios por esta oportunidad tan bella o esta aventura que él me dio”, dice. “Que mi aventura siga y, como le digo a mis hijos, mientras yo pueda yo voy a seguir ahí… todo esto que hago quiero que se les quede en su corazón”.

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