Un reto que enfrentará el nuevo Congreso de la Unión será el del pluralismo ¿cómo encarar a la pluralidad en una nación donde el oficialismo poseerá tres cuartas partes del Congreso en ambas cámaras? El Congreso de Chihuahua también tendrá retos
Por Hernán Ochoa Tovar
A partir del próximo 1 de septiembre, la próxima legislatura del Congreso de la Unión (Senado de la República y Cámara de Diputados) habrán de tomar posesión para ocupar dicho encargo por espacio de los próximos tres años (aunque el período de los senadores dura un sexenio, cabe resaltar). Esto sería un ritual más dentro del quehacer democrático, de no ser por los cambios que se producirán a partir de la fecha mencionada. A saber:
Será la primera vez en muchos años que el oficialismo posea mayoría calificada en un Cámara y esté a punto de alcanzarla en la otra. Ello no ocurría desde tiempos de Miguel de la Madrid, cuando el Senado de la República era monocolor, carente de oposición –los primeros senadores de oposición llegaron hasta principios de la década de 1990–, mientras la Cámara de Diputados tenía una mayoría tricolor, con pequeñas francas delimitadas de opositores estratégicamente localizados (el PAN, de manera preponderante, aunque, desde 1979 las izquierdas fueron consolidando una fuerza relevante en la carrera parlamentaria).
Sin embargo, habrá una diferencia sustancial con lo ocurrido hasta el México de 1980: mientras la configuración parlamentaria de aquel entonces obedecía al andamiaje de un estado autoritario que fue paulatinamente desarticulado; la actual descansa en la voluntad popular. No obstante, no por eso deja de tener huecos.
La distribución popular, que pareció ser la panacea en la década de 1990, para equilibrar la balanza y garantizar que todos los partidos –existentes y nóveles– tuvieran participación en el juego parlamentario, a día de hoy ha dado visos de agotamiento, llevando a cuestionar algunas reglas no escritas que se fueron siguiendo por espacio de casi treinta años. Ejemplo de esto es que, al parecer, los diputados de representación proporcional fueron concebidos para ser repartidos por instituto y no por coalición, dejando una gran laguna en lo que sucedía en un escenario determinado.
Debido a que en esta ocasión se presentó dicha circunstancia (Morena se coaligó con el PT y el PVEM, tal y como lo ha venido haciendo prácticamente desde 2019), los organismos electorales tuvieron la disyuntiva acerca del cómo aplicar las reglas, pues, hasta los comicios pasados, los partidos pequeños habían tenido la calidad de acompañantes, mientras en la actual se encuentran en un valor posicional semejante o equivalente.
Esto llevó a que se deliberara acerca de si las cifras alcanzadas eran justas o estaban desproporcionadas, pero el criterio utilizado –para distribuir los pluris– ha sido semejante al que se ha venido utilizado. Ello lleva a pensar en la necesidad de una enésima reforma electoral, pues, al parecer, los plurinominales ya cumplieron parte de su función, y el escenario actual es muy distinto al que acontecía en el México de la década de 1990. Quizá esta idea ya la había vislumbrado el Presidente López Obrador cuando mandó al Congreso su polémica reforma electoral, pues justamente se buscaba enaltecer la representación pura, cosa que, huelga aclarar, nunca se ha logrado del todo desde que los plurinominales fueron ideados desde la ley LOPPE de don Federico Reyes Heroles.
Por lo tanto, un reto que enfrentará el nuevo Congreso a instalarse, será el del pluralismo ¿cómo encarar a la pluralidad en una nación donde el oficialismo poseerá tres cuartas partes del Congreso en ambas cámaras? ¿No es ese un revival a lo ocurrido en los 80s, cuando el PRI se arrogaba el grueso de la representación nacional, y no permitía nada más allá de sus linderos? Quizás Morena –y aliados– pretendan responder que no buscarán ser un bloque monolítico, pues, en su seno encierran la diversidad inherente a las regiones que componen al territorio nacional y a la sociedad en su conjunto. Empero, habrá que ver si, en efecto, dicha diversidad retórica resulta representativa, o deviene en una especie de modernización de un viejo arreglo que ya probó su obsolescencia hace décadas. Por otro lado, habrá que ver el rol que tenga la oposición.
Durante gran parte del Nacionalismo Revolucionario (1929-2000) los opositores eran voces en el desierto quienes, con dificultades, se enfrentaban desde el podio a la narrativa oficialista imperante. A contrapelo, la transición fue esa especie de oasis donde todas las voces –oficiales y opositoras– tenían cabida, y las discordancias podían ponerse sobre la mesa, sin llegar a la censura o al duelo. No obstante, con el arribo de la 4T los escenarios se modificaron.
Si bien, la oposición ha continuado teniendo una voz, la narrativa obradorista se ha vuelto hegemónica, y los adversarios al oficialismo no han podido constituir un contrapeso medianamente eficaz. Al ser el dueño de la narrativa, el Presidente pudo traducir su retórica en votos. Esto llevó a una metamorfosis radical en el Congreso, pues si bien, Morena y aliados tuvieron mayoría en las Cámaras durante su sexenio (calificada en la Cámara de Diputados en la primera parte de la administración; absoluta en el Senado y en la de Diputados en su segundo término) jamás alcanzaron los espectaculares números que tendrá la gestión de la doctora Claudia Sheinbaum, más cercanos a los mandatarios de la vieja época que a los de la transición democrática.
Por ello, habrá que ver el rol que juega la oposición. Durante el gobierno de AMLO (2018-2024) la consabida polarización los llevó a oponerse a todo lo que dijera el ejecutivo. Sin embargo, el juego de suma cero les salió mal –ellos mismos lo reconocen– y habrán de ensayar si se tornan en un valladar contra las políticas claudistas u optan por un actuar más mesurado y sensato. Aun así, en una asamblea legislativa dominada por el oficialismo y aliados ¿no corren el riesgo de difuminarse ante las voces monocordes? Lo veremos y hay que estar atentos, pues, con los números que posee, el oficialismo no tiene necesidad de escuchar al adversario –así sea de las máximas universales de la democracia- y puede soslayar su discurso, aunque olímpicamente lo tolere. Finalmente, en los órganos de gobierno de las cámaras ¿habrá representatividad o agandalle? Ya lo veremos.
Sin embargo, podríamos visualizar dos escenarios: un deyavú de la vieja Presidencia Imperial, donde el Congreso era la oficialía de partes del ejecutivo; o un nuevo mundo que no conocemos, el cual terminará de surgir con el segundo piso de la 4T (haciendo una paráfrasis de Gramsci). Es cuanto.
Como colofón, el Congreso de Chihuahua también tendrá retos. Al no haber una gran mayoría para el oficialismo, y ante el crecimiento de Morena y aliados en la entidad, queda la incógnita ¿existirá el diálogo sensato o se replicará la polarización mediante una comunicación ensordecida? Veremos también.
