Si realmente se quiere transformar el campo mexicano para fortalecer la agricultura campesina, la seguridad alimentaria y el tejido social, éste esfuerzo debe tener un espejo al interior de los bosques y selvas, pero en sus propios términos
Por Eugenio Fernández Vázquez
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El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) presentó su evaluación de impacto del programa Sembrando Vida y los resultados son muy positivos. En términos generales mejoró la disponibilidad y calidad de alimentos, supuso un alivio para la falta de liquidez financiera de poblaciones muy vulnerables y ha hecho más sustentable la producción de sus beneficiarios. Quedan, sin embargo, retos importantes en el horizonte, entre ellos la formación de capacidades para agregar valor a la producción y para venderla, buscar que sea universal en las comunidades a las que toca y complementar este programa —centrado en los terrenos agrícolas— con uno de la misma envergadura, pero para las tierras forestales, que han sido abandonadas por este gobierno.
Sembrando Vida ha cumplido al menos el mínimo que se pide de las intervenciones públicas: no hace daño, al menos no en los aspectos que midió Coneval —seguridad alimentaria, bienestar económico, fortalecimiento del tejido social y sostenibilidad de la producción—. No sólo eso, sino que los resultados en esas áreas, aunque con algunos matices, son positivos.
Lo que toca ahora, en función de estos hallazgos, es fortalecer el programa para lidiar con nuevos retos. Uno primero es la urgencia de lidiar con las desigualdades y desavenencias que provoca el programa al no ser universal.
Otro, mucho más acuciante, es abrir y construir los mercados y canales de comercialización para los millones de toneladas de producto que se obtendrán de los frutales y otros cultivos en los próximos dos o tres años. En la península de Yucatán, por ejemplo, ya ha habido muchos problemas con el axiote de las parcelas de Sembrando Vida, que ha inundado los mercados y ha llevado a que productores de axiote consolidados ahora pasen penurias. Eso mismo pasará con otros cultivos si no se toman medidas de urgencia.
Para evitar que Sembrando Vida provoque más problemas regionales que los que soluciona se tienen que formar capacidades, construir infraestructura, aportar inteligencia de mercado y consolidar la organización campesina democrática que permita acopiar, certificar, agregar valor y construir sus propios lazos comerciales. El programa debe de entrar, pues, en una segunda fase.
Nada de esto, sin embargo, quiere decir que Sembrando Vida ha cumplido todas sus promesas, ni que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha resuelto ni hecho todo lo que se planteó. Por ejemplo, además de otros retos agropecuarios —las políticas en la materia siguen siendo muy contradictorias; las políticas económicas y hacendarias están hechas para que ganen los gigantes, no para que progresen los pequeños; el país sigue terriblemente centralizado, y los incentivos van contra lo orgánico y en favor del uso de pesticidas—, queda como gran pendiente del sexenio el reto forestal.
A pesar de lo que han dicho muchos —de entrada, el presidente de la República en su informe de gobierno—, nada ni en sus reglas de operación, ni en sus evaluaciones, ni en su trabajo haría pensar a nadie que Sembrando Vida es un programa de reforestación. Sembrando Vida no sustituye los recursos humanos, políticos y financieros que se deben destinar a los bosques y selvas del país. No sabemos, porque no lo dice la evaluación de Coneval y a preguntas expresas al respecto durante la presentación del documento nadie respondió, si provocó o no deforestación —los datos presentados por la ONG WRI fueron muy dudosos—. Sí sabemos que no lleva a la restauración de bosques y selvas ni a su conservación.
Si realmente se quiere transformar el campo mexicano para fortalecer la agricultura campesina, la seguridad alimentaria y el tejido social, éste esfuerzo debe tener un espejo al interior de los bosques y selvas, pero en sus propios términos. Debe empezarse por apoyar a los ejidos y comunidades con macizos forestales en su interior para aprovecharlos. Debe impulsarse la diversificación productiva a nivel ejidal y comunitario basada en los ecosistemas forestales. Deben, por último, fortalecerse los mecanismos de apoyo a la conservación, como los pagos por servicios ambientales y los programas de empleo, como guardaparques, guardabosques, combatientes forestales.
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Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.