El debate sobre la validez permanente de las licencias en Chihuahua está sobre la mesa, aunque existen algunas resistencias… Si la credencial del INE tiene una duración de 10 años ¿porqué no proponer lo mismo para la licencia de conducir?
Por Hernán Ochoa Tovar
Hace algunos días, la presidenta del Congreso de Chihuahua, diputada Elizabeth Guzmán Argueta, presentó una propuesta de ley para que las licencias emitidas por el estado de Chihuahua (por conducto de la Secretaría de Seguridad Pública), gocen de validez permanente y no tengan que renovarse cada tres o seis años, como acontece en la actualidad.
A este respecto, el Secretario de Seguridad estatal, Comisario Gilberto Loya, dejó entrever que dicha propuesta no era viable, pues adujo que las constantes renovaciones permitían mantener actualizado tanto el padrón vehicular, así como de los conductores con los cuales cuenta el estado de Chihuahua.
Mientras que el propio Diario de Chihuahua dejó entrever que, a nivel federal, las licencias –que otorga la federación a cierto tipo de conductores– sólo cuentan con un cuatrienio de dirección. Pero, lo que es cierto, es que diversas entidades, destacadamente la Ciudad de México, ya han implementado una medida semejante a la que se busca llevar a cabo en Chihuahua (misma que ya había operado en el desaparecido Distrito Federal cuando AMLO fue el jefe de gobierno de dicha territorialidad). Por tal motivo, conviene cuestionarnos: la propuesta opositora de consolidar una licencia permanente para las y los conductores del estado ¿es viable, o tan sólo es una idea llamativa, sin suficientes bases para cimentarla? A continuación daré una opinión al respecto.
A este respecto, el título de la presente colaboración es una paráfrasis a la propuesta del finado sociólogo y filósofo polaco, Zygmunt Bauman, quien, planteaba que, con el advenimiento de la modernidad, diversas cosas y hechos habían perdido su carácter definitivo –o de larga duración– que tenían antaño, para tornarse volátiles o circunstanciales. En dicho concepto, Bauman engloba a una serie de conceptos que caben en la misma modernidad, tales como el amor, la política y la propia vida, dejando ver que la consolidación de proyectos a largo plazo ya no concita el interés de las mayorías –ni siquiera de las élites– dejando entrever que absolutamente todo es pasajero, más allá de la propia existencia.
Destaco este preámbulo porque, con el arribo de la era contemporánea, ello ha sucedido con diversos documentos. Si antaño, el acta de nacimiento daba fe de la existencia de un ciudadano y ésta tenía un valor intrínseco a lo largo de la vida de un individuo, en la actualidad, con la digitalización, hay que estarla renovando cada cierto tiempo (algunos trámites solicitan, incluso, que no posea más de un par de años de antigüedad, como si el existir caducara por default). Con la Credencial de Elector –emitida por el IFE, luego INE– igual: su duración nunca ha sido permanente, teniendo una duración aproximada de una década para el elector. Y, ni qué decir de la novel Constancia de Situación Fiscal, misma que es solicitada con una antigüedad mínima para poder ser validada por la autoridad correspondiente, en algunos casos.
Empero, aun hay documentos que tienen un valor vitalicio, destacadamente los títulos y las cédulas profesionales, mismos que, aunque han pasado por la criba de la digitalización (del pergamino se pasó al consabido archivo digital), poseen una vigencia de por vida, por lo menos hasta el día de hoy. La Cartilla Militar entraña un caso semejante. Sin embargo, la licencia de conducir dejó de ser permanente cuando cayó en manos de la digitalización y la plasticidad. O, al menos, así pasó en el estado de Chihuahua.
Dicho punto conviene explicarlo con manzanitas. Hasta la década de 1990, la licencia de conducir era un documento de cartón, con una fotografía, que era entregado por la desaparecida Dirección de Tránsito del Estado (hoy Subsecretaría de Movilidad, perteneciente a la SSPE) y tenía un estatus de validez permanente. Ello terminó en la primera década del siglo XXI, durante la gestión gubernamental de Patricio Martínez (1998-2004), siendo él quien introdujo las licencias plásticas, aquellas que tenían una foto de la cascada de Basaseachi en el reverso. Fue también durante dicha gestión cuando se empezaron a implementar los constantes replaqueos (antaño sí había cambio de placas, pero era más espaciado, no era sexenal y existía el mismo modelo de matrícula para todos los estados de la república).
Cabe destacar, el esfuerzo de Patricio Martínez no sólo fue una tendencia local, pues, a nivel nacional, diversos gobiernos comenzaron a digitalizar y a crear documentos plásticos, en aras de hacerlos más técnicos y duraderos. Sin embargo, mientras en otros sitios se vislumbró a esta cuestión como un área de oportunidad tecnológica, aquí se le vio como un tema de afanes recaudatorios. Y aquí volveré a reiterar el argumento anterior: mientras el gobierno de Andrés Manuel López Obrador otorgó licencias permanentes –gozando del mismo formato–, el de su entonces homólogo, Patricio Martínez, las brindó, pero con una validez que estribaba entre los 3 y los 6 años, como máximo. Dicha tendencia fue continuada por sus sucesores, quienes, quizás viendo que con los trámites se puede contar con una muy buena recaudación, decidieron mantener y postergar la medida, en lugar de eliminarla o modificarla.
Y, a día de hoy, teniendo el mundo digital y de las TIC a nuestro favor, el gobierno de la CDMX volvió a implementar la vieja medida; mientras en Chihuahua el debate está sobre la mesa, pero existen algunas resistencias. A este respecto, considero que debería hacerse un estudio acerca de si dicha medida resulta factible.
En efecto, el parque vehicular se ha incrementado de manera espectacular los últimos lustros, motivo por el cual es menester mantener actualizado el padrón de conductores y de autos que circulan a lo largo y ancho de la entidad. Empero, convocar a la ciudadanía a que vaya cada 1, 3 o 6 años a vialidad a renovar dicho documento de manera constante, resulta, en ocasiones, contraproducente. Dicha cuestión ya se vislumbró en los albores de la pandemia, cuando, debido a la contingencia, se daban citas a cuentagotas y las renovaciones, que antes eran rápidas, devinieron en un nudo gordiano que resultó complejo desatar. Y, aunque, afortunadamente, dicho escenario catastrofista ha pasado ya, convendría realizar un estudio de mercado para ver qué tan viable resulta dicha medida, misma que se ha alargado por casi cinco lustros. Ello, buscando una medida que satisfaga a todas las partes, tanto al gobierno del estado (emisor de los documentos), como a la ciudadanía en turno. Quizás se podría estudiar una medida intermedia. Si la credencial del INE tiene una duración de 10 años ¿porqué no proponer lo mismo para la licencia de conducir? Lo dejo a la reflexión. Al tiempo y excelente fin de semana.