La presidenta de la República, Claudia Sheinbaum se encuentra en una compleja encrucijada, misma que unifica las posiciones históricas de la izquierda, a las actuales, ahora que se encuentran en el gobierno y en la oposición ¿Qué hacer entonces, teniendo tan de cerca los dislates trumpianos?
Por Hernán Ochoa Tovar
Como ha sido usual a lo largo de su controversial trayectoria –empresarial y política– el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó a la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, con imponer aranceles a los productos mexicanos si no hace algo para detener la migración y el crimen que, de acuerdo a su perspectiva, arriban hacia el vecino país del norte.
Dichas declaraciones no pasarían de una bravata campañesca, de no ser porque fueron exclamadas por el próximo mandatario de la primer potencia mundial. Aunado a ello, algunos gobernadores de diversas provincias del Canadá, han expresado la necesidad de redefinir al T-MEC (USMCA) como un acuerdo comercial en el cual la nación mexicana quede excluida, posición que ha sido secundada por Pierre Polievre, líder de la oposición en el parlamento canadiense y probable sucesor de Justin Trudeau. Como podemos ver, la presidenta de la República se encuentra en una compleja encrucijada, misma que unifica las posiciones históricas de la izquierda, a las actuales, ahora que se encuentran en el gobierno y en la oposición ¿Qué hacer entonces, teniendo tan de cerca los dislates trumpianos? (los cuales podrían ser más que una anécdota) Veamos.
Durante mucho tiempo, la izquierda mexicana pensó que la suscripción del extinto TLCAN (NAFTA) había sido un error y era un acto que generaba repudio en las bases de la misma. Mientras, la firma del tratado, por parte de Carlos Salinas de Gortari (a la sazón presidente de México), George Bush padre (presidente de Estados Unidos a principios de la década de 1990) y Brian Mulroney (exprimer ministro de Canadá) había sido descrito por la prensa como un paso de México a la modernidad, rompiendo así históricos atavismos –con el proteccionismo y la sustitución de importaciones que habían sido consustanciales al nacionalismo revolucionario–, para la izquierda había sido un error que hipotecaba a la patria y a las naciones futuras. Y no sólo eso, algunos connotados panistas como el finado José Ángel Conchello, escribió una obra donde externaba los peligros que sufriría México si el tratado era suscrito tal y como lo habían planteado los ideólogos salinistas.
Durante el paso de la izquierda por la oposición (hasta 2018), la proscripción del TLCAN era una cuestión que pasaba por la mente de algunos de sus portavoces e intelectuales orgánicos. Esto fue más la regla que la excepción, pues, incluso, Andrés Manuel López Obrador en su primera campaña presidencial (2006) dejó entrever que, de llegar a Los Pinos en las elecciones de aquel año, no renovaría lo tocante al tratado para la cuestión del maíz, pues consideraba estratégico que se promoviera la soberanía alimentaria, y el vegetal en cuestión resulta parte de la alimentación y de la cultura nacional. Empero, esta posición mostró fisuras cuando la izquierda pasó de la oposición al gobierno.
Si bien, se ha prohibido el maíz transgénico desde el gobierno de López Obrador, y se ha buscado la soberanía alimentaria –aunque lo difícil ha sido cristalizarla, valga aclarar–, respecto al TLCAN hubo un giro de 180 grados en la narrativa.
Desde el primer gobierno de Donald Trump (2017-2021) el hombre del tupé consideró que era menester renegociar el tratado en cuestión, pues sentía que era injusto para el vecino país del Norte y beneficioso para sus socios mexicanos (contraviniendo la narrativa izquierdista epocal). Para tales efectos, el gobierno de Enrique Peña Nieto (EPN), viéndose en una compleja disyuntiva, tuvo que renegociar el tratado con sus pares norteamericanos y canadienses, vía Luis Videgaray (exsecretario de Hacienda y a la sazón canciller de México) e Ildefonso Guajardo (secretario de Economía en el sexenio de EPN). Al ser una decisión coyuntural, tomada en los albores de la administración peñista, el equipo de AMLO pudo haberla objetado y refutado.
Sin embargo, no sólo la endosó, sino que algunas personas de su staff, como Jesús Seade y la doctora Graciela Márquez (primera Secretaria de Economía en el gobierno de López Obrador) para contribuir en la renegociación. El resultado fue un tratado robusto que convenció a los tres socios comerciales. Empero, su bemol fue su fecha de caducidad. Mientras que el TLCAN fue concebido como un ejercicio permanente, de larga duración, su sucesor, el T-MEC, fue vislumbrado para tener que renegociarlo a largo plazo. Quizás, con su tradición de imponerse ante sus socios, Trump pensó que le gustaría cambiar de opinión de manera periódica y enmendar las condiciones de modo que le favorecieran a la contraparte norteamericana.
Hasta hace poco tiempo, esto no parecía un problema. Aunque no exenta de veleidades, la administración Biden parecía encarar la problemática con pragmatismo y real politik.
Sin embargo, Trump parece haber resucitado el manual de su primer gobierno, y encarará esta situación más con base en sus perspectivas y sus necesidades, que con las tenidas por los socios en cuestión. Hace un sexenio, estuvo a punto de tomar medidas semejantes, pero el canciller, Marcelo Ebrard, pudo desactivar la bomba de tiempo. Si a ello le añadimos que Trump tuvo, en su primera gestión, una relación relativamente cordial con el expresidente López Obrador, podemos concluir que una amenaza en ciernes pudo ser atajada por medio de la cuestión política. Empero, no sabemos qué pueda suceder en esta ocasión.
Si bien, la doctora Sheinbaum ha conformado a un equipo formidable para constrarrestar la narrativa trumpiana –Altagracia Gómez, Juan Ramón de la Fuente y el propio Marcelo Ebrard–, se ha descrito con creces de la altanería del personaje. Hasta el cierre de la edición, tanto la presidenta como el próximo ocupante del despacho oval, habían sostenido una conservación telefónica, previo envío de una misiva por parte de la mandataria mexicana. Aparentemente se pasó del conflicto a la tensa calma; sin embargo, no parece haber nada seguro.
A este respecto, el excanciller Jorge Castañeda decía que los únicos dos políticos que habían logrado dominar a Trump, eran Luis Videgaray y Andrés Manuel López Obrador ¿Podrá la doctora Sheinbaum poner las cartas sobre la mesa ante un personaje imprevisible como Trump? Veremos. Esta historia apenas comienza.