El dolor, la desesperanza y el abandono son el cultivo al sufrimiento que las madres buscadoras viven cotidianamente. ¿A quién le interesa esto? … Nos enfrentamos a una amnesia social cada vez mayor, no como simple olvido, sino como evasión consciente ante el dolor del otro.
Por Salvador Salazar Gutiérrez
En su libro “La política y la justicia del sufrimiento” Antonio Madrid, profesor en Derecho de la Universidad de Barcelona, menciona que: “hay sufrimientos que cuentan, y hay sufrimientos que no cuentan. Lo que marca la diferencia es en buena medida la posición social que ocupa cada persona en un contexto histórico dado y al grupo al que pertenece. Esto es porque los sufrimientos de los grupos sociales hegemónicos, tienden a ocupar el centro de la política, mientras que el sufrimiento de los grupos sociales subalternos queda situado en sus arrabales” (Madrid, 2010;13).
México se fractura frente a la desaparición de cientos de miles de personas. En el caso de Chihuahua, según datos de la Fiscalía General del Estado obtenidos por medio de solicitud de transparencia, del 2008 al 2024 se cuenta con un total de 4,953 casos de personas desaparecidas con estatus vigente, de los cuales 598 son mujeres y 4355 hombres. Un paisaje desolador que, en relación con el dato estadístico, pareciera no dar cuenta de aquello que se experimenta, vive, y acompaña cotidianamente, la experiencia de búsqueda de familiares, principalmente las madres buscadoras. Valdrá la pena volver a leer el artículo “Desaparecer en el Valle, Impunidad y Silencio” dentro del portal de La Verdad.
La desesperación que acompaña al dolor ante la pérdida y el desconocimiento del paradero de la persona –sea hija-hijo, hermana-hermano, esposa-esposo, nieta-nieto–, se va sumando con el paso de los días, meses, años, un sufrimiento que va consumiendo las energías manifestándose en sus cuerpos cada vez más agotados, enfermos, devastados. Un sufrimiento que se nutre no solo de la pérdida, sino en gran medida, de la trayectoria en soledad o si acaso, el acompañamiento de unos pocos familiares, pero sobre todo de la negligencia y frivolidad de un Estado que ha sido omiso y con oídos sordos a las exigencias de justicia que claman sus voces.
En las semanas previas, junto a académicas solidarias y respaldados por compañeros de la organización de Derechos Humanos Paso del Norte, hemos acompañado en diversas actividades a las madres buscadoras en su trayectoria de exigencia de justicia. Actividades como la pega de pesquisas en diversas zonas de Ciudad Juárez, se suma la de rastreos en diversas zonas de la ciudad y del Valle de Juárez, con la expectativa de encontrar algún indicio del paradero de su familiar. El rastreo, que incluso ha sido utilizado por diversos colectivos de madres para autonombrarse como “rastreadoras”, es una actividad de búsqueda que consiste en el recorrido a lo largo de una extensión de terreno, en la que se camina acompañada de una pequeña varilla, removiendo maleza, piedras, o cualquier objeto que pudiera dar indicios de algún fragmento de cuerpo humano.
Acompañadas de elementos de la Fiscalía del Estado y de la Comisión Local-Estatal de Búsqueda, el rastreo inicia con una delimitación que se propone a partir de una reunión previa entre acompañantes jurídicos del centro de derechos humanos, autoridades, y las propias familias. Si bien en un primer momento, al iniciar la caminata existe cierto grado de esperanza de encontrar algún rastro, con el paso de las horas se va consumiendo para llegar nuevamente a una sensación de escepticismo, desconfianza, que termina por traducirse en molestia y reclamo hacia la actuación de las autoridades.
Lo que vendrá después, una nueva invitación por parte de autoridades del estado y municipio a confiar en sus procesos de indagatorias, mientras el dolor, la desesperanza y el abandono son el cultivo al sufrimiento que las madres viven cotidianamente. ¿A quién le interesa esto? En una sociedad en la que el olvido, la indiferencia, el desapego, son expresión de un silencio cómplice que enmudece y pulveriza el sufrimiento de las madres buscadoras al manifestar que éste, su sufrimiento, no forma parte de sus intereses. Nos enfrentamos a una amnesia social cada vez mayor, no como simple olvido, sino como evasión consciente ante el dolor del otro.
Expresiones como “pues dígame en qué estaba metido su familiar para que pasara”, recurrente al momento de hacer la denuncia de la desaparición en las instalaciones de la Fiscalía, no es la manifestación “insensible” de un agente, sino la muestra de una sociedad que cada vez se atomiza con mayor énfasis en una condición deshumanizante. Un desinterés que nos lleva a colocar la reflexión sobre aquellos sufrimientos que cuentan y otros, como el que viven y experimentan las madres buscadoras, que son silenciados con toda perversidad y complicidad.