Los caminos de la vida: Trump, Salinas Pliego y Milei no podrían vivir en un mismo país. Milei necesita impuestos para no quedarle mal a sus patrones del FMI, a los que sirve sí o sí como esclavo; y Trump y Salinas Pliego no pagan impuestos
Por Alejandro Páez Varela
Donald Trump y Ricardo Salinas Pliego son dos muy buenos especímenes para tratar de explicar la derecha “libertaria” que se ha hecho más visible en últimos tiempos, en distintas latitudes. Ambos heredaron fortuna; les fascina personalizar sus ataques, sobre todo en las mujeres; tienen más abogados que buenas ideas y se quedaron atrapados en Og Mandino, un magnífico vendedor de libros de autoayuda con gotitas de filosofía protestante y cursilería taquillera de seudo psicología. Pero eso no explica que sean “libertarios”. Y de hecho pocas cosas en ellos los explican como “libertarios”.
Claro, a Trump y a Salinas Pliego los separan muchas cosas. Trump está en la cumbre de su carrera mientras Salinas Pliego se hace más chiquito a cada día y no porque el Gobierno lo persiga, como quiere hacer ver, sino porque lo persiguen las obligaciones que rehuyó con ayuda de sus asesores legales. Por eso digo que le sobran abogados y le faltan ideas: su negocio es básicamente el mismo, recortado o ampliado, desde hace décadas; se trata de exprimir a la gente que tanto desprecia: los pobres. Y por eso el rechazo de él y de los empresarios como él al Estado de bienestar; un pueblo con bienestar y educado los obligaría a trabajar, es decir, a rediseñar su negocio de hacendado del siglo XIX.
La derecha “libertaria” no es nueva. Ni siquiera esta versión decolorada y triste que platica con un perro muerto, como Javier Milei. La diferencia entre los libertarios de hace doscientos años y los contemporáneos es que aquellos tenían una idea consensuada y a los actuales no les preocupó (básicamente por prepotencia) agregar siquiera (aunque fuera por hipocresía descarada) alguna justificación social. Lo que hicieron los “libertarios” revividos fue un licuado de pizza que intentan vender como ideología para nuestros tiempos. Hasta hablan de la “batalla cultural”, es decir, de una lucha por la hegemonía ideológica que tanto exploró Gramsci y que Mao aplicó bajo el término de “revolución cultural”. Y estos últimos, referencia de la batalla cultural, son de izquierda.
El licuado libertario de pizza contiene ingredientes a-modo-de-ideas que se contravienen. La principal contradicción es que los pensadores franceses e ingleses que moldearon la ideología abogaban por el poder del colectivo (no del mercado) por encima de las élites. “Un libertario considera inaceptable que se pueda obligar a alguien a servir a otros, ni siquiera si por su propio bien”, decían. Claro, esto se vuelve palabra muerta cuando el libertario mayor de México, Salinas Pliego, obliga a cientos de miles de familias a servirle a él, supuestamente por su propio bien, con ahorros chiquitos de por vida por una estufa o un servicio financiero.
Los libertarios dicen que “la libertad individual es el requisito central de la justicia”, pero a la hora de servirlo, su licuado de pizza toma forma de vómito. ¿Libertad de religión? Sí, menos la musulmana, la mahometana, la sintoísta, la budista, etcétera. Es pura pose. Pregúntenle a los miles de empleados de Salinas Pliego que eran obligados a ir a sus trabajos físicos durante la pandemia. Libres, libres, lo que se dice libres, no eran. Tenían la “libertad” de arriesgar su vida y la de sus familias a cambio del pan de centeno duro que nadie probó en el yate del dueño de TV Azteca.
Los libertarios de Manchester rechazaban la intervención del Estado y un Estado fuerte, y explícitamente se oponían al colonialismo, al imperialismo y al nacionalismo porque, pequeño detalle, no puedes aspirar a tener menos Estado y al mismo tiempo tener un enorme ejército para intervenir o amedrentar naciones, como Trump. Si fuera libertario, adelgazaría el ejército. Pero es todo lo contrario. Claro, los acomodaticios del tipo Milei o Salinas Pliego le compran la idea de que es “un libertario” porque quieren creer que el tipo está de su lado, pero no, no está de su lado. Trump está enamorado de Trump, cree en Trump, respeta a Trump y todos los demás (mujeres, políticos, votantes, otros empresarios) son medios para sus fines.
Donde mejor se evidencia el licuado de pizza de los nuevos “libertarios” es en los impuestos. Javier Milei ama los impuestos ahora porque ya se dio cuenta de que son la única vía para alcanzar el déficit fiscal que le impusieron sus patrones del Fondo Monetario Internacional; Trump actúa con el pragmatismo del que tiene la cartera llena: él tiene ejércitos de abogados y fiscalistas, y apenas si ha pagado impuestos, y se dará el gusto de bajar impuestos a pequeños negocios. Y Salinas Pliego habla a partir de su codicia: dispuso de los 63 mil millones de pesos en impuestos que debe al Estado mexicano; se los gastó; no tiene esa liquidez y mucho menos ahora que perdió en una sola mañana cinco mil 500 millones de dólares. ¿Cómo iba a estar de acuerdo en pagar impuestos?
Los caminos de la vida: Trump, Salinas Pliego y Milei no podrían vivir en un mismo país. Milei necesita impuestos para no quedarle mal a sus patrones del FMI, a los que sirve sí o sí como esclavo; y Trump y Salinas Pliego no pagan impuestos. Pero además Milei podrá usar patillas, tener los ojos claros y gritar lo de “viva la libertad”, pero, carajo, es pobre: todos sus bienes suman 64 mil dólares (un depa, dos carros usados y dos cuentas bancarias). Ni Trump ni Salinas Pliego aceptarían que ese “gobiernícola” les cobrara impuestos y mucho menos que les dirigiera la palabra. Viva la libertad, carajo, pero no chingue, no sea igualado; regrese mañana cuando tenga yate y sea socio de al menos un campo de golf.
Era al menos chistoso escuchar a Salinas Pliego en Buenos Aires, junto a Milei, en el evento de la CPAC, gritar eso de que: “No se dejen amedrentar por los parásitos del Estado, lo único que quieren es perpetuarse en el poder”. El único parásito allí era Javier Milei, electo Presidente de la Argentina, pero al servicio de la banca internacional.
¿Y por qué no invita Milei a Salinas Pliego a no pagar impuestos en Argentina? Que den juntos la batalla cultural desde Buenos Aires, carajo. Que Milei le dé gratis una concesión de televisión y que él esclavice a millones de argentinos con abonos chiquitos, claro que sí. Viva la libertad, carajo. ¿Por qué no se va Salinas Pliego a Argentina? La respuesta puede ser muy barroca o muy sencilla, y opto por la sencilla: porque México, en manos de zurdos de mierda –como él les llama–, tuvo el mayor crecimiento latinoamericano en número de multimillonarios, de 2023 a 2024: 57.1 por ciento más, según UBS. Claro, menos él, a quien recientemente alcanzaron los fantasmas de su pasado.
Los libertarios del tipo Salinas Pliego, Trump y otros necesitan Estados débiles, no un Estado más ligero. En los Estados débiles pueden hacer lo que se les pegue la gana; pero con un Estado ligero y eficiente sus negocios no prosperarían porque son, básicamente, del tipo estafa piramidal.
Los libertarios tienen como principio la defensa a ultranza de la propiedad privada. Y se entiende: si te haces de activos de manera ilegal o más o menos legal, claro que lo primero que te preocupa es que te descubran y te los quiten. Hay 63 mil millones de pesos en propiedades que Ricardo Salinas disfruta aunque no son de él; son de los mexicanos. Pero no se atrevan a sugerirlo porque se monta en el discurso libertario y echa a andar a Sergio Sarmiento a que defienda su libertad. No es la defensa de los modos de producción, porque ésos varían para un cazador de oportunidades; es la defensa de los medios de producción, es decir, los bienes tangibles.
Lo anterior da sentido a su menosprecio por las estructuras gubernamentales: ¿cómo se atreve un empleadillo del Gobierno –dicen los libertarios–, que es menos astuto y que tiene menos dinero que ellos, a cobrarles impuestos? Claro, el empleado aplica la Ley. Entonces, ¿cómo se atreven a crear leyes que les apliquen a ellos?
Y allí está la otra paradoja: los libertarios quieren “la libertad plena del individuo”, con sociedades donde no existan leyes ni Estado. Se entiende porque odian que les cobren impuestos y someterse al orden de la justicia. Imagínense qué quieren del mundo, si en Estados donde existen leyes hacen lo que se les pega la gana. En un Estado sin Estado ni leyes serían básicamente reyes.
De hecho, allí está el ingrediente oculto del licuado de pizza de la gente como Trump, Salinas Pliego y los susodichos libertarios: se creen superiores. Están mero arriba de la estafa piramidal y creen que eso los hace superiores. El empresario mexicano es experto en encadenar ciudadanos con “abonos chiquitos” para tenerlos del cogote y el otro ya trae una base de adictos a su ideología. Son los tiburones de la alberca. Y ningún tiburón quiere leyes, Estado, gobiernos, “gobiernícolas”, etcétera. Es un depredador: depreda. Es un depredador y quiere que lo reconozcan como tal.
Entre los libertarios, sin embargo, el más imbécil es Javier Milei. Pobre. Los libertarios claman por la abolición del Estado, pero Milei se anotó y ganó el máximo cargo dentro del Estado: el de Presidente. ¿Entonces? Si cumple su promesa, se queda sin empleo y sin posibilidades de cumplirle a los pobres diablos que votaron por él. Milei termina siendo un demagogo más, un pelele de los verdaderos intereses, un esclavo de su propia verborrea.
¡Viva la libertad, carajo!, grita Milei, pero de entre todos los que gritan es quizás el que menos libertad tiene. No lo amarra “la casta”, lo amarra su lengua larga. Y que grite lo que quiera en las plazas, pero que no se atreva a faltarle a sus patrones del FMI porque lo harán pedazos. Que saque dinero de donde sea y como sea, y pague la deuda. Y sí, viva la libertad o la esclavitud o lo que quiera, carajo, pero que pague a los de mero arriba, a los que operan la gran estafa piramidal que el es capitalismo salvaje que él –una de sus víctimas, pobre imbécil– dice enarbolar.
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Desde la década de los ochenta y hasta entrado el siglo XXI, la palabrita de moda entre las élites de México era “democracia”. Ahora (y aquí incluyo a los Felipe Calderón y a otros de la derecha de poca monta, como Eduardo Verástegui) intentan concentrarse en la palabra “libertad” y son casi los mismos.
Como lo hicieron con “democracia”, manipulan la palabra “libertad” a como les acomode. La generación que hablaba de democracia electoral evitó, deliberadamente, hablar de democracia económica, democracia social, democracia plena. Ahora habla de libertad, pero no hablan nunca de la libertad que otorga a un individuo tener un empleo bien remunerado, acceso a la salud y a la educación, una retiro digno, tareas que necesariamente debe garantizar un Estado fuerte y no el Estado que quieren: uno ligero, que se corrompe con facilidad.
Para los libertarios, la libertad es no pagar impuestos y diluir al Estado, pero sin Estado, pequeño detalle, ¿quién recoge impuestos de los que sí pagan para liquidar las facturas del FMI, del Banco Mundial, etcétera, que son el centro neurálgico del liberalismo económico que tanto alaban?
Los libertarios llaman a dar una “batalla cultural” que es, en realidad, la batalla por sus privilegios. Y quieren que sus simpatizantes los acompañen, pero, ¿quién podría ir con ellos y a cambio de qué? Sólo los Sarmiento, los Alatorre, los ideológicamente allanados y –por lo tanto– dispuestos a pelear las tierras del patrón. Pues adelante. Al fin y al cabo la libertad electoral ya la ganamos entre todos. Adelante, postúlense. El Estado que tanto aborrecen les garantiza dinero si logran inscribirse como partido. Sáquense la espinita. Puede ser PLP, Partido del Licuado de Pizza. Operación de papada y fotoshopazo y órale, a hacer campaña. No les deseo suerte porque sería negar todo lo que creo, pero adelante. Y nos vemos el día después, con el resultado electoral en la mano.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.