El segundo mandato de Donald Trump tendrá contrastes respecto al primero. Si en su primer mandato, dijo –un tanto veladamente– que no estaba a favor de las guerras, ahora parece querer desenterrar la añeja Doctrina Monroe de las catacumbas, así como querer volver a los pasajes más oscuros de la historia norteamericana
Por Hernán Ochoa Tovar
El próximo 20 de enero, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, tomará posesión para un segundo mandato no consecutivo.
Trump, quien ya había gobernado entre 2017 y 2021 rompiendo todos los cartabones posibles, parece volver por sus fueros en el nuevo período presidencial que comenzará, en el cual podrá realizar su agenda sin mayores cortapisas, pues posee mayoría en ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, así como un número considerable de magistrados en la Corte Americana (superando los de talante conservador a sus homólogos liberales).
Tal y como mencionaba en una colaboración anterior, la propia candidatura de Trump (la tercera para ser exacta) encarna una ruptura paradigmática en la democracia norteamericana. El lunes venidero, será el único republicano en la historia de Estados Unidos que haya servido en dos gestiones no consecutivas. Hasta ahora, el único mandatario que había tenido ese historial era Grover Cleveland, demócrata que gobernó cuando la historiografía norteamericana arañaba el siglo XX; pues el glorioso general Grant, aunque gobernó dos gestiones, quiso optar por una tercera pero perdió ante las primarias de su partido. Mientras Teddy Roosevelt, republicano, quiso volver a gobernar después por un tercer partido de corte más izquierdista, pero los resultados no lo favorecieron y Estados Unidos no logró romper el bipartidismo que históricamente lo ha caracterizado (mismo que lleva más de dos siglos, caso único en el mundo y en América, donde partidos han ido y venido y ninguno ha podido tener una hegemonía eterna).
Por lo anterior, parece que el segundo mandato de Trump tendrá contrastes respecto al primero. Si su administración inicial se caracterizó por privilegiar la política interna, teniendo una relación un tanto distante con el mundo (emulando más a los paleoconservadores como Pat Buchanan, que al imperialismo yanqui que se gestó a partir del siglo XXI), parece ser que en su nueva gestión pretende dar una vuelta de tuerca. Si, en su primer mandato, dijo –un tanto veladamente– que no estaba a favor de las guerras, y efectivamente no hubo episodios bélicos de notoriedad (la guerra de Ucrania y la ocupación de Palestina se detonaron en el gobierno de su sucesor, Joe Biden), ahora parece querer desenterrar la añeja Doctrina Monroe de las catacumbas, así como querer volver a los pasajes más oscuros de la historia norteamericana.
Si, en su primer gestión, no se atrevió a intervenir en el caso venezolano, aún teniendo a John Bolton (peso pesado de la diplomacia norteamericana) en su equipo, ahora parece que las cosas serán diferentes. Tanto así, que en este lapso de transición ha dado varios zipizapes a diversas naciones del mundo, destacando que le gustaría anexar Canadá y Groeanlandia al territorio norteamericano, así como retornar al Canal de Panamá a la tutela norteamericana, así como enviar a la US Army a combatir a los delincuentes mexicanos arguyendo una peligrosidad intrínseca para la democracia norteamericana. Esto lo ha llevado a tener diferendos con varias naciones del mundo, pues, a diferencia de otras décadas, la correlación de fuerzas ha cambiado, y las naciones de América Latina están prestas a defender su soberanía y a no claudicar ante los avances que se han venido dando en las últimas décadas.
Otra cuestión es que, en su segunda gestión, Trump parece que luchará contra la globalización y el globalismo buscando que los norteamericanos vuelvan a tener la hegemonía cultural que gozaron hasta bien entrado el siglo XXI. Si bien, no será un día de campo –China ha tenido avances relevantes–, Trump lo intentará aunque ello implique dar pasos de costado. Asimismo, su agenda parece tener ideales contradictorios, pues, por un lado, se rodea de activistas antiinmigración y por otro, dice querer aceptar sólo a migrantes calificados (aunque posea un régimen policíaco en la frontera, mayor aún que en administraciones anteriores). En el mismo tenor, resulta curioso que, por un lado propugne eficiencia gubernamental ¡creando una agencia especializada para ello¡, pero, por otro lado, desee volver al proteccionismo prereganiano, creando otro departamento ¡encargado de cobrar aranceles a los inversores en el exterior¡ ¡Para Ripley¡ Esto porque, aunque Reagan también blandió las banderas de la simplificación administrativa y la desregulación, lo llevó a la práctica de manera adecuada y no con medidas contradictorias, como lo pretende hacer Trump, quien, hasta por este lado estaría creando controversia.
Ello porque, hasta la presidencia de Barack Obama –aunque Joe Biden quiso poner en marcha también dicho ideario, pero en tiempos complejos y polarizados– Estados Unidos se caracterizaba por ser una meritocracia, donde los mandatarios se rodeaban de expertos, quienes los orientaban en el camino a seguir durante el derrotero de sus administraciones.
Sin embargo, Donald Trump ha roto completamente con aquel precepto, pues se ha rodeado de leales en lugar de expertos, buscando crear consensos en sus controversiales temáticas. Aunque JD Vance es un sujeto que conoce el sistema, no obstante su juventud, y posee una buena formación intelectual, ignoro si podría tener un rol semejante al que tuvieron Kissinger o Cheney en su momento. Esto porque, si bien Nixon y Bush Jr. No fueron los sujetos más brillantes, se rodearon de un equipo de expertos que tenían en los personajes en cuestión a una especie de capitán. Así, aunque Michael Moore criticase que Bush Jr. No contaba con un grupo y se encargó de importar funcionarios de la administración Bush (Padre) y viejos republicanos como el propio Cheney y Donald Rumsfeld, por lo menos seguía sus consejos y sabía escuchar (no obstante lo controversial de su actuar).
Empero, Donald Trump tiene fama de no saber escuchar, y de ser rudo con su propio equipo cuando se trata de imponer ideas, así sean poco racionales. Ello lo distanció de Mike Pence, pues, a pesar de su talante conservador, Pence era un demócrata y alguien acostumbrado a seguir las reglas del juego. Quizá por eso, ahora ha preferido rodearse de leales, aunque no sean realmente conocedores de la materia. Teniendo la sartén por el mango, como la poseerá en los próximos días, quiere asegurarse de poder cumplir su agenda sin cortapisas y sin ninguna especie de disidencia interna. Suena un panorama complejo y dramático. Sin embargo, será lo que tendremos a partir del próximo 20 de enero.
Como cerezas en el pastel, dos reflexiones para cerrar la presente colaboración. En la conformación de su segundo grupo de trabajo –en el cual repetirán pocos de quienes lo acompañaron en su primera gestión–, Trump parece haber soslayado la diversidad. Si desde el gobierno del finado Jimmy Carter (1977-1981) se fueron incluyendo, de manera progresiva, a mujeres y afroamericanos en el gabinete legal; y posteriormente se fueron incluyendo algunos destacados chicanos (como Henry Cisneros y Julián Castro, en diferentes tiempos) ahora parece que el gabinete estuviera conformado mayormente por baby boomers, blancos y protestantes. Aunque la inclusión del cubanoamericano Marco Rubio como Secretario de Estado es algo que no tiene parangón, creo que, definitivamente, Joe Biden tuvo un gabinete más diverso. Pero, en fin, ya se verá en el actuar el camino que va tomando la administración entrante.
Finalmente, veremos cómo será la relación del segundo gobierno Trump con el gobierno mexicano. Trump fue cortés con Giorgia Meloni, pero distante con Angela Merkel. Veremos si el trato que le da a la doctora Sheinbaum es el mismo que le dispensaba al expresidente López Obrador, a quien llegó a considerar su amigo; hasta ahora, parece que ha sido respetuoso, pero ha mantenido su narrativa disruptiva con el quehacer nacional. Esto nos dirá si existe una tensión permanente, o si Estados Unidos ve al gobierno de México como un socio estratégico en el cuadrante norteamericano. Al tiempo.