El sonido en más de una ocasión resultaba, más que escalofriante, incómodo. Los decibeles estaban muy por encima de la capacidad del espacio hasta tornarlo casi insoportable. Pésimo manejo de sonido
Por Évolet Aceves
X: @EvoletAceves
El sótano es una obra teatral de terror, con dramaturgia de Esteban Román y basada en un relato del escritor japonés Koji Suzuki, quien es también autor de El Aro. El teatro de terror en México no es una tradición, hay una historia de la dramaturgia de terror poco explorada en el país, pero también es cierto que la realización de una puesta en escena de este género tiene sus retos, algunos de los cuales no alcanzaron a llenar las expectativas en el caso de El sótano.
La historia narra la llegada de Ana Müller (Michelle Vieth), emigrante alemana que llega junto con su hija (Camila Suárez), una niña que no habla desde la separación de sus padres, a un viejo edificio en Japón, en donde alquilarán, debido a su bajo presupuesto, un pequeño apartamento en el primer piso, pero conforme van pasando los días en el apartamento, empezarán a ocurrir situaciones extrañas que convertirán la mudanza en una serie de circunstancias aterradoras para la familia.
El portero (Luis Felipe Tovar) del edificio es un hombre acostumbrado al trabajo duro, al oficio, con herramienta por aquí y por allá, que mira a la señora Müller con ojos de deseo, es bromista, alburero, vulgar y cómico. Un personaje bien armado, pese a sus breves intervenciones.
La señora Müller es correctora de estilo en una editorial, y en la obra edita un libro sobre rituales sangrientos. Lo que sucede a su entorno en el apartamento comienza a asustarla, pero ella piensa que sólo está siendo sugestionada por el libro que está corrigiendo.
La actuación de Michelle Vieth en general fue devastadora. Se nota que su género no es el drama, menos el terror. Lo suyo quizá sea la comedia. Su actuación fue totalmente inverosímil, no parecía una madre que estuviera preocupada por su hija, parecía una actriz actuando a ser actriz en una obra de terror, se notaba artificial, llevó al escenario una actuación falsa, pese a que su guion lo tenía muy bien aprendido. Luis Felipe Tovar dará un giro a su personaje al final de la obra, una faceta de la que me hubiera gustado ver más en escena, pero con el poco tiempo que estuvo al final, bastó para cerrar la obra con una excelente interpretación; sin duda fue él quien elevó la obra con su actuación en los últimos minutos. La niña, como parte de la historia, no hablaba pero sí gritaba, y vaya que gritaba porque hasta el oído dolía.
El sonido en más de una ocasión resultaba, más que escalofriante, incómodo. Los decibeles estaban muy por encima de la capacidad del espacio hasta tornarlo casi insoportable. Pésimo manejo de sonido. Además de que visualmente era un distractor ver a los técnicos de las luces a un costado con sus computadoras manejando los visuales, la producción no pensó en ocultarlos o separarlos, al menos disimularlos de la vista de la audiencia. Aunado a ello, a veces los gritos grabados de la obra simplemente no tenían sentido, se notaban más bien forzados —y a muy alto volumen—, incongruentes con el hilo de la obra.
La escenografía consta de dos pisos, una magnífica idea sobre todo para el público del mezzaninne; en la planta baja —la orquesta—, la vista pudiera resultar insuficiente para apreciar la totalidad del escenario. En el escenario, en el piso de arriba está el apartamento; en el piso de abajo, el sótano, área llena de sorpresas que se irán revelando conforme avanza la obra. Una tercera escenografía es la entrada del edificio, el recibidor, un recibidor de bajo presupuesto —que es una simple tela con una fachada impresa— en donde el portero siempre aparece.
La iluminación consta de múltiples proyecciones simétricas, bien colocadas, para crear efectos de lluvia y otros elementos fantasmagóricos a lo largo de la obra, luces rojas, blancas, amarillas.
La disposición de la escenografía fue buena, la mesa, los sillones, una muñeca tenebrosa que hará de las suyas. No quiero quitar las ganas de ir a ver esta obra, es una puesta en escena de terror, con sus bemoles, pero es una propuesta innovadora, arriesgada. Hacer teatro de terror no es cosa fácil y es de celebrarse que los dramaturgos mexicanos estén interesados en un teatro diferente, no convencional.
Al salir de la obra, escuché a una señora decirle a su hija: “Michelle Vieth me quedó debiendo”. Comprobé que mi impresión no sólo me la llevaba yo, creo que a todos nos quedó debiendo, aunque no sólo ella, había palabras del guion que me parecían a veces burdas. El sótano se presenta en el Teatro Fernando Soler y continúa en cartelera este 2025.
everaceves5@gmail.com
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y textos híbridos. Psicóloga, fotógrafa y periodista cultural. Estudió en México y Polonia. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, La Libreta de Irma, El Cultural (La Razón), Revista Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales: México Seductor (2015) y Anacronismo de la Cotidianeidad (2017). Ha trabajado en Capgemini, Amazon y actualmente en Microsoft. Esteta y transfeminista.