¿Continuará el TLCAN (ahora devenido en T-MEC) o volveremos a la vieja era proteccionista? Sólo el tiempo tendrá la respuesta, pero el futuro parece incierto
Por Hernán Ochoa Tovar
En los últimos tiempos, ha ocurrido algo bastante extraño con el libre comercio: de ser defendido por los gobiernos neoliberales y rechazado por las izquierdas, pareciera que los roles se hubieran invertido. Las derechas más extremas parecen volver querer a los viejos proteccionismos, más propios del siglo XX que del mundo moderno; mientras las izquierdas se enfrentan a una lucha desigual. A continuación, hablaré un poco de ello.
Saco este tema a colación porque el debate ha resurgido con las pretensiones arancelarias de Donald Trump, mismas que pretende aplicar a distintas naciones del mundo (incluidos México, Canadá y la Unión Europea) destrozando el sistema de comercio global que la propia nación americana ayudó a construir. De hecho, suena paradójico que el propio Partido Republicano, que puso los cimientos de la era neoliberal –precursora de las globalizaciones– durante la era Reagan, preconizando una apertura, ahora haga algo totalmente opuesto.
Las posiciones de Trump, que hace dos décadas sólo eran enarboladas por gente a los extremos, como Pat Buchanan, ahora parecen encontrar un mayor eco de resonancia amparados en la posverdad. Y es que el mundo se ha reconfigurado, y lo que no era factible hace un par de décadas, ahora no lo podría ser y viceversa. En un mundo desarrollado que se deshizo de su industria amparado en la deslocalización, Trump pretende retornar la misma hacia Estados Unidos, aunque el mismo postulado pareciera ser más complejo de lo que se antoja, pero lo exclama animando a sus fanatizadas bases.
Frente a un mundo que busca acuerdos comerciales en libertad, Trump parece querer nadar a contracorriente. Eso no sería problemático si lo hiciera otro país del mundo; pero cuando lo realiza la principal potencia mundial del orbe, pone al mundo en vilo ante la tomadura de decisiones erráticas. Resulta paradójico que mientras el conjunto de naciones, que se aglutinan en el Foro Económico Mundial, defienden la libertad para comerciar sin barreras, Trump pretenda volver a posturas decimonónicas, o, bien, evocar a Herbert Hoover.
Mientras las izquierdas, que alguna vez invocaron el proteccionismo, ahora visualizan la otra cara de la moneda (caso particular de China y México, por mencionar algunos).
Digo esto porque, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, se estableció el proteccionismo como consenso, aunque el mismo se comenzó a agotar en la década de 1970, con la crisis del petróleo, y las diversas economías empezaron a buscar opciones, incluyendo a la mexicana, por supuesto. Aunque se trataron de encontrar aspirinas, se requería una solución radical, y esa fue la apertura comercial donde antes se suscitaban restricciones.
En el caso nacional, fueron los neoliberales, comenzando por Miguel de la Madrid, quienes invocaron dicha apertura, aduciendo un contexto de crisis económica. Sin embargo, fue hasta el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), amparados en un supuesto liberalismo social que dicho modelo encontró asidero en México. El mismo tuvo su punto culminante en 1993, cuando el gobierno de Salinas suscribió, en junto con Estados Unidos y Canadá, el naciente Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); éste estuvo signado por George Bush Jr. y Brian Mulroney, a la sazón Presidente de los Estados Unidos y Primer Ministro de Canadá. Se buscaba crear un área comercial común a toda Norteamérica, donde se pudiera comerciar sin tantas restricciones, como sucedía hasta a mediados de la década de 1980 -cuando el gobierno de Miguel de la Madrid se adhirió a un naciente Acuerdo General Sobre Aranceles (GATT), precursor del consabido TLCAN-.
Sin embargo, como ya lo he comentado con anterioridad, dicha acción no fue popular en lo inmediato y fue objeto de muchas interpelaciones, sobre todo por parte de la izquierda. Para ellos, la apertura comercial había sido una suerte de traición a la patria (Galeano, dixit) y siempre invocaban que, de llegar al gobierno, mandarían abajo dichos acuerdos. Esta postura se mantuvo por lo menos hasta 2006, cuando, en su primera campaña, Andrés Manuel López Obrador anunció que, de llegar al poder -cosa que no ocurrió hasta 2018- renegociarían una cláusula relativa a la importación del maíz y frijol, pues dicha acción estaba programada para realizarse en el año 2008.
Pero una cosa es ser oposición y otra gobernar. Y el TLCAN demostró ser un relevante propulsor de la economía mexicana, no obstante sus claroscuros. Quizá por esto, el gobierno de AMLO no se atrevió a echarlo abajo, sino que lo renegoció. En sus palabras, lo hizo más justo para los mexicanos, pero, como el dinosaurio de Monterroso, el TLCAN (ahora devenido en T-MEC) siguió ahí, no obstante la 4T. Esto, a pesar de haber sido una creación del salinismo, enemigo público número uno del actual grupo gobernante, que suele atacar las creaciones de esta época de una manera enérgica y puntual.
Así, nos encontramos a las puertas de un proceso semejante y contrapuesto. Al momento de signarse el T-MEC, se dejó la puerta abierta para que hiciese una renegociación posterior del tratado. Pero, hoy, ambas partes se encuentran en las antípodas, pues el gobierno norteamericano, encabezado por Trump, parece estar más cerca de las tesis de Pat Buchanan y de los paleoconservadores, que las de Reagan y Friedman (padre del neoliberalismo); mientras el gobierno federal, encabezado por la doctora Sheinbaum, parece invocar más a Giddens (una tercera vía) que a los marxistas más encumbrados o a la añeja teoría de la dependencia. Veremos de qué cuero salen más correas, pues, si Pierre Polievre llega a asumir la primera magistratura del Canadá –como se especula– podría ponerse del lado de Trump y hacer tambalear el acuerdo, o bien, circunscribirlo solo al territorio concerniente a Estados Unidos y Canadá ¿Continuará el TLCAN o volveremos a la vieja era proteccionista? Sólo el tiempo tendrá la respuesta, pero el futuro parece incierto.
