A través de discursos de odio, criminalización y una maquinaria mediática orientada al miedo, se ha construido una figura del migrante deportado como un enemigo interno… Esta narrativa no solo ha favorecido un imaginario deshumanizante hacia la población migrante, sino que preocupantemente ha endurecido toda una estructura política altamente represiva y violenta
Por Salvador Salazar Gutiérrez
La segunda administración de Donald Trump, se ha caracterizado por implementar una de las políticas migratorias más agresivas en la historia reciente de Estados Unidos, intensificando las deportaciones y reforzando la imagen del migrante no solo como una amenaza, sino como “basura” o “desecho”. Hace unos días, la actual Secretaria de Seguridad Nacional Kristi Noem, en una acción cargada de teatralidad abominable, con un chaleco antibalas y al frente de varios elementos de organizaciones de seguridad, declaró ante los medios en varias ocasiones refiriéndose como “basura” a la comunidad migrante en situación irregular.
A través de discursos de odio, criminalización y una maquinaria mediática orientada al miedo, se ha construido una figura del migrante deportado como un enemigo interno, una “figura abyecta” en términos de Julia Kristeva, una otredad indeseada que debía ser expulsada del cuerpo social. Esta narrativa no solo ha favorecido un imaginario deshumanizante hacia la población migrante, sino que preocupantemente ha endurecido toda una estructura política altamente represiva y violenta en las últimas semanas.
En el derecho internacional, la figura del deportado se refiere a una persona que es expulsada forzosamente de un país por decisión de las autoridades estatales, generalmente por razones legales relacionadas con su estatus migratorio, la seguridad nacional o la comisión de delitos. En términos generales, la deportación es una medida unilateral tomada por un Estado y se diferencia de otras formas de expulsión, como la extradición o el retorno voluntario
Ser deportado implica más que la pérdida del derecho a permanecer en un país. Se carga con una marca social que afianza el estigma hacia aquellas personas que han sido expulsadas a territorios externos a los Estados Unidos.
Donald Trump y su equipo inmediato, se ha caracterizado desde la campaña electoral, por una habilidad retórica para utilizar perversamente sus intereses de llegar a la Casa Blanca, en la producción de un estigma utilizando términos como “criminales”, “violadores” y “pandilleros” para referirse a los migrantes, creando una narrativa donde cualquier persona sin documentos era automáticamente sospechosa de actividades ilícitas.
La deportación se ha convertido en la medida punitiva por excelencia. Para la sociedad estadounidense, los deportados eran elementos indeseables que “ponen en peligro” el orden nacional. Para sus países de origen, son figuras negadas, excluidas, desechables que simplemente se volverán sacrificables en los territorios marcados por la pobreza, la precariedad, la violencia, y con un fuerte rechazo social.
Bajo la administración Trump, la construcción de la figura abyecta del migrante se ha reforzado con la militarización de la frontera y las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). Las imágenes de niños separados de sus familias en jaulas, las detenciones arbitrarias y las deportaciones exprés no fueron errores de la política migratoria, sino herramientas deliberadas de control social y la producción del miedo como mecanismo de sometimiento. Al convertir a los migrantes en chivos expiatorios de los problemas económicos y de seguridad, se legitima la violencia estatal contra ellos.
El miedo ha sido históricamente un mecanismo de control político, y en el caso de la política migratoria de Trump, se utilizó para movilizar el apoyo a medidas extremas. La construcción del migrante como amenaza sirve para justificar la supuesta construcción de un muro fronterizo, el endurecimiento de las leyes de asilo y la separación de familias, pero sobre todo la fuerte militarización de la frontera. Situación en la que ha encontrado complicidades con gobiernos como el de México.
El estigma de la deportación, la construcción del migrante como figura abyecta y el uso del miedo como arma política no son fenómenos aislados de una especie de reacomodo legal y administrativo de gestión del Estado en tiempos recientes. Sino estrategias sistemáticas para justificar la exclusión y la violencia. En particular, preocupan las formas en que improvisadamente y en complicidad, el estado mexicano se ha confabulado para la gestión de lugares que favorecen el encierro. Si bien, desde el punto de vista normativo se ha venido fortaleciendo un marco legal para la defensa y protección de la comunidad migrante en tránsito en el territorio del país, en los hechos, lamentablemente, lo que se observa es cómo la figura de los albergues funcionan como dispositivos de control que regulan la movilidad de personas que ya han sido expulsadas de un territorio. En lugar de representar una solución humanitaria, muchas veces refuerzan la idea de que la presencia de estas personas en la sociedad es indeseable, confinándolas en espacios limitados y controlados.
Me queda claro que esto no es algo que se pueda resolver en un tiempo corto. Debemos tener claro que es una crisis sistémica que ha significado años de abandono, desamparo, desprotección y falta de voluntad política para cumplir con una máxima en la historia del país, brindar asilo humanitario bajo la figura del refugiado. Pero más allá de ello, creo que sí debemos asumir como sociedad un fuerte llamado de atención a no caer en el juego de la entronización del miedo y la amenaza que ha sido altamente rentable en la construcción de estas figuras abyectas por parte de los poderes fácticos.
Hace unos días compartí una nota por las redes sociales, de cómo a unos días de ser inaugurado por autoridades de gobierno en México, el centro de atención a personas deportadas y migrantes en tránsito en Ciudad Juárez -conocido como “el punto”-, como fue dañado severamente las instalaciones por los fuertes vientos, alguien escribió en tono de burla “el que esté en contra de esto que vaya preparando cuartos en su casa para recibirlos dignamente”. A esto me refiero con mi preocupación de no entender y comprender como sociedad a la magnitud del problema que estamos enfrentando ante la forma de marcar como “problema” la situación de las y los hermanos migrantes. La reflexión debe continuar, pero es urgente e indispensable ante los tiempos actuales.
