La reforma educativa fue el Waterloo de Peña Nieto y del propio PRI ¿Querríamos repetir la historia como farsa (parafraseando a Marx)? No creo. Y no creo que la cúpula morenista quiera dilapidar su capital político
Por Hernán Ochoa Tovar
Durante mucho tiempo, una parte del sindicalismo magisterial estuvo indisolublemente ligado al devenir político de la época. Esto fue un logro paulatino y complejo, pues, a pesar de la política obrera del Cardenismo (1934-1940) no sería durante este sexenio, sino en el de su sucesor, el Gral. Manuel Ávila Camacho (1940-1946) que los múltiples sindicatos que pululaban a nivel regional y nacional, se unirían para conformar lo que sería el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), mismo que es, a la sazón, uno de los gremios más poderosos de América Latina, luego del declive de la CTM, así como del sindicato petrolero.
Durante muchas décadas hubo un buen entendimiento entre las bases del SNTE y la cúpula del nacionalismo revolucionario. Y, aunque nunca dejó de ciertas resistencias, las mismas se acentuaron durante la década de 1970, cuando, un grupo que solicitaba con ahínco la democratización sindical, terminó separándose para fundar la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), una corriente sindical que, en los hechos, deviene en una disidencia del sindicato mismo (no obstante sus múltiples ramificaciones e imbricaciones).
A partir del advenimiento del neoliberalismo, comenzó a verse una relación antitética del SNTE y la CNTE para con el estado. Esto porque, mientras el SNTE (a través del gordillismo, sobre todo) se vio próximo, e, incluso, llegó a convalidar la política educativa y obrera del oficialismo; la CNTE pintó su raya y exigió, por décadas, un severo golpe de timón. Empero, la proporcionalidad entre ambas ramas del sindicalismo no era la misma, pues mientras el SNTE agremiaba a gran parte del magisterio nacional; la CNTE sólo había mostrado fuerza en determinados bastiones, destacadamente en algunos estados del sur del país (como Guerrero, Oaxaca y Chiapas), así como en una parte de la Ciudad de México, ciudad que, por su talante crítico, se había convertido en un espacio de resistencia a las huestes del gordillismo (no obstante que ahí operara la sede nacional del SNTE, como tal).
Pero las cosas se siguieron descomponiendo paulatinamente, hasta que la gota terminó derramando el vaso. Si, la reforma a la ley del ISSSTE, en 2007, llevó a un gran descontento de las bases magisteriales; la política educativa y la reforma educativa cristalizada durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018) llevaron a un punto de inflexión. Esto porque, si las administraciones anteriores a la de Enrique Peña Nieto habían tenido una exigua disidencia; a Peña Nieto, Nuño y Chuayfett, el magisterio los puso contra los cuerdas, dejando entrever -en diversas magnitudes- que no estaban de acuerdo con su política antiobrera, así como su retórica del garrote.
Este escenario supo ser leído por Andrés Manuel López Obrador, como dirigente opositor y candidato presidencial. Sabiendo que había un gran descontento entre los educadores, se acercó a la disidencia magisterial y algunos de ellos fueron de los primeros diputados de MORENA. Empero, estando ya en campaña, prometió que abrogaría la reforma educativa de Peña Nieto; y prohijó el acercamiento con las bases magisteriales. Ello le permitió que su campaña fuera endosada no sólo por los educadores de izquierda -algunos de quienes le habían brindado su apoyo desde su primera campaña presidencial- sino del grueso del magisterio, mismo que vio en su figura un halo de esperanza para dar un giro de 180 grados a la política educativa que había prevalecido hasta entonces.
Tras vencer en los comicios del 2018, con el concurso de diversos sectores, López Obrador -ya como mandatario- logró cristalizar acciones inverosímiles. Inicialmente recibió el respaldo tanto del sindicalismo hegemónico como de la disidencia (que lo había arropado desde la fundación de Morena, prácticamente). Empero, con el paso del tiempo, fue acercándose más a la cúpula del SNTE, en detrimento de la CNTE, la cual, si bien siguió existiendo -y haciendo movilizaciones- pareció ya no tener la fortaleza de antaño, ante la gran legitimidad que Morena había adquirido entre la clase trabajadora y el gremialismo. Así, resultó inusitado que, mientras el SNTE respaldó y dio su venia a su política educativa; algunos de los disidentes terminaron rechazando los libros de texto y, curiosamente, su narrativa se terminó imbricando con la de algunos opositores de la izquierda gobernante (con quienes, en el pasado reciente, habían tenido severas disidencias).
López Obrador, como buen estratega político, logró estirar la cuerda sin llegar a perder el equilibrio. Sin embargo, ahora la liga podría romperse. El magisterio, que ha sido de los grandes aliados de la 4T, tanto en la praxis como en la narrativa; podría llegar a repensar ese rol. Esto porque, a pesar de las palabras de Cepeda (líder nacional del SNTE y senador morenista) acerca de la lealtad gubernamental y partidaria del gremio que encabeza, las y los docente comienzan a poner los puntos sobre las íes. Las y los educadores parecen no estar conformes con el proyecto de ley que está impulsando la doctora Claudia Sheinbaum, pues, arguyen, no posee cambios significativos o benéficos para el trabajador de la educación, respecto a la legislación actualmente vigente. Visualizan paradójico que un gobierno progresista, cuya narrativa ha sido diametralmente opuesta respecto a la de sus antecesores, mantenga una política obrera con pocos cambios, así como escasos golpes de timón.
Respecto a lo anterior, conviene que la bancada oficialista analice concienzudamente la propuesta de reforma, y corrija lo que se deba enmendar. Esto porque, si bien tiene puntos destacados -revivir el FOVISSSTE como constructor y no sólo como dador de crédito es algo interesante, pues pretende recuperar la conculcada función de construir-, otros podrían ser lesivos si son aprobados sin consultar a sus destinatarios, como lo podrían ser los docentes y el resto de las y los trabajadores al servicio del estado. Por ende, exhorto a que se haga un análisis exhaustivo y no se tiren las campanas al vuelo de manera premeditada. Recordemos que la reforma educativa fue el Waterloo de Peña Nieto y del propio PRI ¿Querríamos repetir la historia como farsa (parafraseando a Marx)? No creo. Y no creo que la cúpula morenista quiera dilapidar su capital político, apoyando una reforma que afectaría a algunos de sus aliados. Es, tan sólo, mi humilde opinión. Lo dejo a la reflexión. Al tiempo.
