El duartismo ahí está, tiene relaciones indisolublemente atadas por la corrupción; influye, molesta, amenaza, presiona, chantajea, exige la devolución de lo robado, compra apologistas, busca privilegios, es bolsa de trabajo burocrático
Por Jaime García Chávez
Empezaré por una obviedad: en todas las esferas del conocimiento hay generalizaciones; la inducción permite obtener rasgos universales a partir de simples datos particulares. Nada que no se sepa.
Todo esto está relacionado con la pregunta que algunos se hacen a sí mismos sobre la existencia del duartismo en Chihuahua y que subrepticiamente ponen en duda.
Está claro que no porque a una palabra se le agregue el término ismo es doctrina alguna. En el argot político, y podríamos decir en el lenguaje espontáneo, a través del cual se construyen finalmente los idiomas, se utiliza este recurso para denotar un fenómeno, una etapa, una posición política o cultural, e incluso personificación concreta de un momento histórico.
En el país, y en Chihuahua, está presente esta práctica. Hoy se habla, por ejemplo, de trumpismo, lopezobradorismo… o duartismo, y eso no significa que necesariamente se trate de una corriente política, desbrozada en algunos casos hasta de la inteligencia artificial, porque habría que empezar por definir qué es una “corriente política”.
Pondré ejemplos de la historia local. Aquí ha habido, y hay, estemos enterados o no, terracismo, orozquismo, villismo, enriquismo, quevedismo, borundismo, florismo, saulismo, baecismo, patricismo, duartismo, corralismo y maruquismo. Así se maneja el lenguaje y así se le da cuerpo a fenómenos políticos de menor o mayor importancia.
Que el lenguaje pudiera ser más técnico, menos obsequioso, es otra cosa. Pero quiero concretar lo que se refiere al duartismo, porque de alguna manera, desde mi posición de denunciante puse en boga el término, cuando inicié una acción penal contra César Duarte Jáquez, en los momentos en los que prácticamente todo mundo, incluida la prensa, le quemaba incienso, hábito que algunos todavía reiteran.
De una cosa estoy seguro: el mote de “duartismo” es más que un sambenito; existe porque ahí está, no tan fuerte ni contundente como en su mejor momento, pero ahí sigue y es expresión de un fenómeno mayor en el que se inserta, y que causó un gran daño a la sociedad, cuyas consecuencias aún estamos padeciendo. Por ejemplo, hace un par de días el periódico Milenio difundió el presunto desfalcó de 155 millones de pesos destinado al Fondo de Aportaciones para la Seguridad Pública ocurrido, precisamente, durante el duartismo.
De tiempo atrás he sostenido, recordando a viejos pensadores, que la “afición a la maldad es una pasión por lo perverso”. Dice el dicho, además, que cada oveja con su pareja.
El duartismo, como alguno de los otros ismos mencionados, representa una especie de cofradía de ladrones y pícaros, que hacen de las instituciones públicas la fachada o disfraz de un gobierno constituido y apegado a leyes, pero que en realidad está estructurado como una banda delincuencial para disponer del patrimonio público en beneficio propio o aprovechar la posición gubernamental para realizar negocios soportados en el Estado. En otras palabras, corrupción política, que se convierte en el común denominador de cualquier de los ismos a los que les ponga la mano.
Cuando se disecciona a la clase política en general, separándola por los personajes a los que les debe lealtad incondicional, queda claro cómo se van tejiendo las relaciones entre los mismos. Y aquí es donde está el problema principal, por las mezclas que se producen.
Vayan preguntas y respuestas inmediatas: ¿Maru Campos allanó el camino a la gubernatura en componenda con César Duarte? La respuesta es sí. ¿César Duarte está reclamando el pago de sus favores? La respuesta también es sí. ¿Los personeros del duartismo piden estar en la nómina? Claro que sí. ¿El partido que se tilda de impoluto, es decir, MORENA, se beneficia de los personeros de los ismos que se dan en entre priistas y panistas? La respuesta es sí.
En una especie de carnaval vemos desfilar los nombres de Enrique Serrano, Cruz Pérez Cuéllar, Christopher James Barousse, Mayra Chávez, Adriana Terrazas, Brenda Ríos, Daniel Murguía, Javier Corral, y no resulta necesario agrandar la lista.
Algunos han pasado por el suicidio, y otros de manera grotesca se han convertido en coach de vida, como el exsecretario particular del duartismo, Marcelo González Tachiquín.
El duartismo ahí está, tiene relaciones indisolublemente atadas por la corrupción; influye, molesta, amenaza, presiona, chantajea, exige la devolución de lo robado, compra apologistas, busca privilegios, es bolsa de trabajo burocrático.
También es cierto, parafraseando un pensamiento despeinado de Lec, que ya no es el león que fue.
En esto he insistido desde hace tiempo: hay picaresca muy acendrada en nuestra vida política. Maru, por ejemplo, de rompedora de hocicos del morenismo, ahora anda de manita sudada con Claudia Sheinbaum. Su némesis, Javier Corral, es flamante senador por MORENA.
En fin, como dijo Mateo Alemán en Guzmán de Alfarache: “La traición aplace y no el traidor que la hace”. Y el duartismo, en suma, es un compendio de traiciones.
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.
