Opinión

La vigilancia del tono




abril 2, 2025

Los movimientos feministas en Ciudad Juárez cuentan con autonomía suficiente para defenderse y representarse por sí mismos. Reconocer y cuestionar nuestros privilegios, actuar con congruencia y honestidad desde nuestras experiencias y fomentar una inclusión auténtica y respetuosa fortalecerá al feminismo

Por Hilda Sotelo*

La posición desde la cual se emite un discurso influye en su percepción y alcance. No es equiparable escribir desde una identidad heteronormativa que ocupa un puesto directivo en una institución, con hacerlo desde un cuerpo LGBTQ+ que, en la jerarquía docente y salarial, se encuentra en la base de la pirámide. Asimismo, la experiencia de quienes habitan territorios afectados por la violencia o la marginación difiere notablemente de aquellas que, aunque provenientes de esos mismos espacios, residen en contextos de mayor privilegio. Estas diferencias subrayan la importancia de contextualizar nuestras voces y reconocer las múltiples capas de opresión y privilegio que moldean nuestras perspectivas.

A partir de 2015, las feministas en Ciudad Juárez experimentamos una transformación profunda. “La política se hace en las calles”, proclamábamos con firmeza. Desde 2017, nos organizamos alrededor del poder de la palabra, denunciando públicamente a agresores y organizaciones que, mediante el lenguaje, habían ocultado y distorsionado sistemáticamente la realidad de los feminicidios. Nombrar explícitamente a los agresores en ambos lados de la frontera nos llevó a enfrentar un doloroso proceso de revictimización, activándose en automático protocolos defensivos fundamentados en la mirada patriarcal. Igual, continuamos dedicándonos a analizar y reinterpretar notas periodísticas con el fin de cuestionarlas. Armadas con las antorchas simbólicas que alguna vez fueron usadas contra nuestras antepasadas, ahora éramos nosotras quienes diríamos de las palabras: mujeres articulando y construyendo el mundo desde nuestras cuerpas, miradas y experiencias.

Vigilancia del tono y silenciamiento

Alison Bailey define la vigilancia del tono como una práctica que desestima un mensaje por la forma en que se expresa, más que por su contenido. En su ensayo “Sobre la ira, el silencio y la injusticia epistémica”, argumenta que esta vigilancia es una estrategia para gestionar el enojo y controlar el conocimiento generado por la resistencia. Al enfocarse excesivamente en tono y al interpretar los signos lingüísticos dentro de la caja binaria, se desvía la atención de las ideas expuestas, minimizando así la validez de las experiencias compartidas.

Esta vigilancia del tono puede derivar en “gaslighting”, especialmente cuando la crítica proviene de posiciones de poder dentro de la jerarquía patriarcal. La doctora y nepantlera Elsa López-Reza describe esta experiencia como “quedar tullida”, cuando la blanquitud exige expresarse de acuerdo con sus propios estándares, limitando así el movimiento y fluir natural del cuerpo y la psique. Además, considero que esta vigilancia puede llevar al extractivismo psíquico, fenómeno en el cual se toma o se apropia del poder intelectual y emocional de otra persona, generando una dependencia o subordinación psíquica que reproduce dinámicas violentas aprendidas y naturalizadas en nuestras interacciones cotidianas. Este extractivismo ocurre cuando transferimos el poder a la autora en la lectura, replicando dinámicas aprendidas en la pedagogía de la violencia, colocando al autor en una posición inalcanzable y superior, en el pedestal y por ende a la mujer que opera igual.

Dentro de la comunidad LGBTQ+, la “L” encabeza el acrónimo, no con la intención de liderar a las demás identidades, sino como un reconocimiento de que lo femenino ha sido históricamente objeto de violencia y marginación. Esta realidad se manifiesta en múltiples formas de misoginia que perpetúan miedos y justifican la implementación de protocolos de seguridad frente a amenazas e inseguridades generadas por el propio sistema patriarcal.

Es importante enterarnos que cada persona tiene su propia voz, preferir acompañar antes que asumir ser la voz de otras. Considero que las mujeres transgénero poseen voz propia y se han representado a sí mismas en diversos ámbitos de la sociedad. Desde hace años decidí acompañarlas en la construcción de palabras cuando lo solicitan. Ellas son parte activa del transfeminismo que integra las experiencias y perspectivas de las mujeres trans, cuestionando estructuras sociales. 

Las mujeres, especialmente aquellas en posiciones de poder, deben ser conscientes de su privilegio y evitar hablar en nombre de las transgéneros sin su consentimiento o representación adecuada.​ Emitir posturas desde el privilegio no reflexionado puede incurrir en el tokenismo, definido como la inclusión superficial de miembros de grupos minoritarios para dar una apariencia de diversidad sin promover una verdadera equidad. Incluir a personas trans o de la comunidad LGBTQ+ de manera simbólica, sin otorgarles una participación real y significativa, perpetúa dinámicas de exclusión. Como señala un artículo en Afroféminas, el tokenismo puede ser utilizado para validar opiniones de grupos dominantes sin realmente abordar las estructuras de poder subyacentes

Violencia institucional y lesbofobia

Cuando las sobrevivientes del feminicidio logramos articular nuestra experiencia sin haber alcanzado aún la justicia, solemos enfrentar actitudes fóbicas o burlonas, miradas que pretenden controlar y corregir nuestras expresiones. Tras vivir personalmente episodios de ciberacoso y enterarme de que una de mis agresoras asumió el puesto que dejé en una preparatoria del Distrito de El Paso, reflexioné sobre las dinámicas internas que surgen entre mujeres dentro de contextos académicos y profesionales. Es evidente que las estructuras patriarcales y la violencia institucional no solo nos afectan externamente, sino que también impregnan nuestras relaciones internas, generando conflictos entre mujeres.

Esta violencia dirigida específicamente contra mujeres que aman a otras mujeres—lesbofobia—y contra mujeres desde otras mujeres—”wollying” (combinación de “woman” y “bullying”)—se manifiesta a través de críticas destructivas, rumores malintencionados, exclusión social y coerción. Dichos comportamientos suelen estar motivados por factores como la envidia, la competencia mal gestionada o la inseguridad personal.

Para las mujeres del Abya Yala, reconocer nuestras vivencias exclusivamente desde perspectivas conceptuales europeas resulta insuficiente. En mi reflexión silenciosa, pude reconocer en la tristeza los efectos del intento de feminicidio, duelos, agresiones y saqueos, así como la tristeza ancestral heredada de mis bisabuelas rarámuris. Como Gloria Anzaldúa lo señala, la tristeza tiene un poder transformador capaz de impulsar la conciencia política y espiritual; María Lugones enfatiza la importancia de la tristeza compartida para generar solidaridades profundas frente a estructuras coloniales; Sara Ahmed subraya cómo las emociones, incluyendo la tristeza, son cruciales para visibilizar injusticias estructurales, Silvia Rivera Cusicanqui plantea que la tristeza ancestral abre vías a la verdadera descolonización.

Reconocer y mirar de frente esta tristeza tiene un poder descolonizador; es decir, permite confrontar directamente la violencia y la doble cara del conquistador. Durante ese proceso, me adentré en las posibilidades y limitaciones de la ciudadanía virtual, concluyendo que el feminismo y la escritura desde las voces fronterizas requieren esfuerzos colectivos y comunitarios para desenredar las complejas y profundas problemáticas que aún persisten. Nuestras realidades no deben estar condicionadas ni definidas exclusivamente por el ámbito virtual, sino por nuestra capacidad de acción colectiva.

Reflexión ética, masculinidades hegemónicas y acompañamiento feminista

Justificar la cancelación simbólica de mujeres mexicanas bajo el argumento de autoprotección o de protección hacia otros grupos, mediante declaraciones que se perciben como definitivas por el solo hecho de ser pronunciadas desde posiciones directivas, perjudica significativamente la posibilidad de ejercer una crítica constructiva. Esta actitud evidencia un esfuerzo por invertir signos lingüísticos binarios, lo que perpetúa conflictos constantes, una estrategia política típicamente vinculada a masculinidades hegemónicas. Según Raewyn Connell, la masculinidad hegemónica consiste en un conjunto de prácticas y normas que ocupan posiciones dominantes dentro de contextos específicos.

Todas estamos expuestas a ser canceladas si seguimos evaluando el tono discursivo desde perspectivas hegemónicas o heteronormativas. El miedo a la exclusión o a perder el prestigio y los méritos acumulados puede llevarnos a dirigir críticas equivocadas hacia personas que no tienen responsabilidad directa, desviando la atención de aquellas estructuras que verdaderamente ejercen opresión.

Dialogar sobre las diferencias entre mujeres, evitando generar espectáculos mediáticos y promoviendo el apoyo mutuo y la solidaridad, no implica necesariamente coincidir en todas las ideas. Más bien refleja el esfuerzo por desentrañar la complejidad y reencontrarse en el objetivo común del bienestar colectivo y corporal. Adoptar un lenguaje que sugiera superioridad intelectual o moral corre el riesgo de alienar a las lectoras, quienes podrían percibir dicho tono como paternalista. La solidaridad entre mujeres, fundamentada en el reconocimiento de experiencias compartidas y en el compromiso de apoyo recíproco, permite desafiar estereotipos dañinos y construir relaciones más equitativas. Cada persona posee su propia voz, por lo que es preferible ofrecer acompañamiento respetuoso en lugar de apropiarse o asumir la voz ajena.

Finalmente, sostengo  que los movimientos feministas en Ciudad Juárez cuentan con autonomía suficiente para defenderse y representarse por sí mismos. Reconocer y cuestionar nuestros privilegios, actuar con congruencia y honestidad desde nuestras experiencias y fomentar una inclusión auténtica y respetuosa fortalecerá al feminismo, facilitando así un diálogo genuino y transformador.

***

*Hilda Sotelo es doctora en pedagogía y cultura. Académica y escritora especializada en pedagogía critica y fundamentos socioculturales (teoría feminista y estudios de género), con un enfoque en el análisis de la violencia en prácticas pedagógicas y el feminicidio en la frontera entre Estados Unidos y México. Es autor/a del libro Mujeres Cósmicas, donde articula su teoría de Kosmic Feminism, una praxis decolonial que integra la escritura crítica orgánica como herramienta para denunciar sistemas opresivos y transformar realidades. Su trabajo ha sido presentado en diversas plataformas académicas y culturales, con un enfoque en la justicia social y la resistencia creativa.

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