Opinión

Actos anticipados de campaña




abril 11, 2025

La clase política debería entender que su trabajo habla más que banners, anuncios o spots vacuos; y que una elección se gana con elementos, no queriendo ser el maratonista que llega a la meta, a base de rebasar por el atajo a los contrincantes

Por Hernán Ochoa Tovar

El presente artículo no es una crítica puntual a lo que diversos actores políticos han venido haciendo a lo largo de los últimos tiempos, sino que es una descripción a un concepto que se ha rebasado y pervertido, viéndose mayormente afectado en los últimos tiempos, cuando la rapidez y la vorágine parecen haberse apoderado de la vida cotidiana, inmiscuyendo a todos y a todas en una interminable vorágine.

Alguna vez, dicha noción no existía. Los tiempos los marcaba el gran elector, y el que se movía no salía en la foto, como lo solía decir el finado líder obrero, Fidel Velázquez. Ejemplo de esto es lo que planteaba Fernando López Arias, procurador general de la República durante parte del sexenio de Adolfo López Mateos. Político de antaño, López Arias sabía respetar los tiempos y las formas, aún si estas no le favorecían. Ejemplo de ello es que su aspiración a gobernar Veracruz, su estado natal, no ocurrió inmediatamente, sino hasta 1962, cuando ya se encontraba en el ocaso de su trayectoria política.

A este respecto, López Arias solía decir que había que esperar el turno; y si el mismo no llegaba, sería cuestión del destino, denotando un interesante estoicismo que no suele abundar en los políticos de la era contemporánea.

En la actualidad, por el contrario, parecemos estar inmersos en una constante prisa y en un relato inacabable. La paciencia monástica de López Arias y el respeto a las reglas del sistema parece ser, por desgracia, una regla condenada al pasado en una clase política cada vez más llena de ambiciones, desbocada por conseguir y preservar el poder para séculae secúlorum. Si bien, esto ya lo advertía Roberto Madrazo hace unos años, la tendencia no hecho otra cosa sino que empeorar.

Esto porque, hace un par de décadas, Madrazo, quien tenía un triste historial como gobernante y líder político, decía en un programa televisivo que muchos de sus compañeros de oficios no se concentraban en su función porque estaban pensando en el salto al siguiente cargo, deslizando que “un alcalde piensa en ser gobernador, y un gobernador en presidente de la República”, observando que el presente suele ser una acción vedada para muchos políticos contemporáneos, para quienes la caducidad de su poder, su hegemonía y su bienestar económico, suele ser un escenario no contemplado en su historia o en su plan de vida.

Debo decir, ahora la situación es peor. Si bien, la tendencia comenzó a presentarse, con mayor énfasis, a partir del nuevo milenio, la ambición de los políticos de nuevo cuño parece cada vez más desatada y descarada. Me explicaré: si bien, los antiguos regentes del Distrito Federal o algunos de los alcaldes de Chihuahua capital, históricamente pensaron en dar el siguiente paso en su trayectoria profesional –en este caso, la gubernatura de Chihuahua o el Palacio Nacional– la mayoría guardaban las formas y esperaban los tiempos para saciar sus ambiciones.

Ahora, en cambio, no parece ser así. Y, como su causal, yo anotaría un par de factores: primeramente, parece que a muchos de los políticos del presente no les bastó con repartirse el pastel del presente, sino que imaginan las rebanadas de un suculento manjar aun no salido del horno. Y hacen todo lo posible por conseguirlo y prepararlo –incluso una recopilación temprana de los ingredientes–, aunque esto implique la violación de los códigos y reglas históricamente respetados por los actores.

Quizás un factor para llegar al estado actual de las cosas, fue el actuar consistente del expresidente López Obrador. Desde sus tiempos como líder opositor, el exmandatario se la pasó recorriendo el país por casi dos sexenios; primero, para informar de sus actividades; luego, para conformar al actual partido gobernante. Ello le permitió ser la figura política más conocida del país, aun sin pagar publicidad, pues su estrategia le permitió ser conocido a ras de suelo, disputando la popularidad del expresidente Enrique Peña Nieto. Sin embargo, AMLO supo conducir su estrategia: nadie pudo acusarlo de actos anticipados de campaña porque el informar de acciones o conformar un partido no es algo prohibido por la ley; y él utilizó ese recoveco.

Sin embargo, al llegar a la presidencia, AMLO rompió cartabones. Si, hasta Enrique Peña Nieto, los tiempos legales y electorales estuvieran perfectamente delimitados (por lo menos en la formalidad), López Obrador no siguió dichos preceptos, por lo menos cabalmente. Si antes, la campaña terminaba con la victoria electoral, y se trabajaba en “armonía” hasta el siguiente proceso electoral, AMLO hizo crujir esa estructura, enzarzándose en una campaña permanente, en la cual el adversario lo era más allá de la propia coyuntura de los comicios. Y si bien, la estrategia le funcionó –prueba de ello es que el oficialismo se coronó como la nueva hegemonía–, esto no quiere decir que la misma no tenga claroscuros. En primera instancia, vislumbrar una campaña permanente suele ser agotador para la sociedad, que no encuentra una tregua en un metarrelato opositor. En segunda lo que pasa en la actualidad: que otros actores y actrices pudiesen seguir una estrategia semejante, sin un mínimo de decoro y cobijados por la ambición y el hambre de poder.

Con base en lo anterior, creo que sería menester redefinir lo de actos anticipados de campaña, y también fomentar el decoro en la clase política. Lo primero parece una vacilada ante una legislación permanentemente esquivada. La segunda, un valor en extinción que debería recuperarse, más por convicción que por asuntos legaloides.

La clase política debería entender que su trabajo habla más que banners, anuncios o spots vacuos; y que una elección se gana con elementos, no queriendo ser el maratonista que llega a la meta, a base de rebasar por el atajo a los contrincantes.

Finalmente, cierro esta colaboración con una frase de Winston Churchill: “los estadistas se preocupan por las siguientes generaciones, en lugar de por las siguientes elecciones”. Ojalá el grueso de la clase política nacional, tan inmersa en la inmediatez y en la eterna campaña, puedan sopesar la frase churchilliana.

No todos los problemas se resuelven hasta los siguientes comicios. Algunos requieren de una mentalidad a largo plazo, que, en muchas ocasiones, parece haber sido abandonada por un cúmulo de funcionarios y funcionarias. Es cuánto.

lo más leído

To Top
Translate »