Se ha llevado a escena el espectáculo del fuerte disenso entre el senador morenista Javier Corral Jurado y su par, el panista Mario Vázquez Robles… ambos carecen de toda autoridad moral para respaldar sus dichos y sus historias no los dejan, de ninguna manera, bien parados. Los dos cargan en su pasado un fatigoso costal de traiciones
Por Jaime García Chávez

El lenguaje fija los estereotipos, se ha afirmado por no pocos. Es todo un tema, a no dudar. Bajo esa divisa se ha denostado a las comadres; sí, a las mujeres, porque dicen: “riñen las comadres y dícense las verdades”. Pero resulta que quienes hacen eso con maestría singular son los hombres, los varones que se consideran impolutos y distantes de ese vicio del parloteo con el que lo mismo se denigra que se humilla, que calumnia y exhibe al otro, colocando en la esquina del ring social al oponente, exponiéndolo al escarnio, valiéndose a veces de mentiras, a veces de verdades, que se habían depositado en calidad de cómplices en un seguro cofre sellado y hermético.
Hasta aquí lo dicho no es ninguna novedad. Cuando esos descalabros se practican por mujeres y hombres ordinarios no pasa de ser un factor perturbador en la vida cotidiana, privada y reducida a un pequeño círculo.
Pero todo cambia cuando viejos amigos, cómplices, camaradas partidarios se divorcian y hablan, revelando muchas cosas que estaban en el arcano y que valdría la pena que se hubieran dicho con oportunidad, si es que se quería abonar con bienes la vida social y política. Cuando esto sucede, aflora el ruin carácter de los políticos involucrados, más si están en activo, en un puesto público que a todos nos cuesta.
Hoy se ha llevado a escena el espectáculo del fuerte disenso entre el senador morenista Javier Corral Jurado y su par, el panista Mario Vázquez Robles. Ambos tienen como denominador común una añeja militancia en Acción Nacional a donde llegaron y permanecieron con la primacía de ocupar los mismos liderazgos.
Estos que pelearon son miembros que ocupan sendas curules en la llamada Cámara Alta del Congreso de la Unión, en vivo y a todo color, para verse reflejados en todos los medios a nivel nacional. El suceso ha sido tendencia momentánea, no da para más.
La materia fue la dimensión que ambos aprecian sobre eso que aún se llama “poder judicial”, en todos sus apartados competenciales. En realidad, lo más importante no es que recíprocamente se hayan sacado los trapitos al sol, como lo hicieron recriminándose de ida y vuelta en un debate que, de inmediato, pinta a estos políticos de la vida local como lo que son, pues no han pasado de ahí, y así han sido.
Para los que seguimos la vida pública de Chihuahua de manera permanente o acuciosa, no se dijeron los senadores rijosos nada que no se supiera, lamentablemente por muy pocos.
El ruin debate Vázquez-Corral, más allá de las puyas o de las ofendículas que se cruzaron, ambos dijeron verdades del tamaño de una pirámide egipcia de la mejor dinastía. Que Mario Vázquez Robles, la gobernadora María Eugenia Campos Galván y sus cómplices fueron protegidos por el duartismo, que celebraron arreglos carentes de toda limpieza, que recibieron dinero público de manera ilícita, es cierto. Pero también lo es que el senador Corral se apoyó en ellos para conducir su campaña a gobernador en 2016, que a la postre ganó.
Corral tenía un expediente suficiente para descarrilar a Campos Galván, ese año, de su candidatura a la alcaldía de la capital y no lo hizo porque la necesitaba para ganar. Se sobrepuso, sin sonrojo, y por su utilitarismo y complicidad a esa circunstancia, porque privilegió llegar a la meta, haiga sido como haiga sido, cancelando para sí el sentido de los principios que dijo profesar en todas las plazas públicas, y no lo hizo. Eran los tiempos en los que Corral cantaba el tango Cambalache, se nutría de esa fuente como única filosofía y lo glosaba en sus artículos en El Heraldo de Chihuahua, presumiendo de impoluto.
Se pelearon los compadres y…
Ahora bien, la miga de la disputa tocó la situación del Poder Judicial del Estado de Chihuahua, y es cierto: Vázquez Robles, como líder partidario, y María Eugenia Campos Galván y César Jáuregui, le dieron un tremendo golpe a ese poder, según ellos, “lo oxigenaron”, convirtiéndolo en un vil aparato en manos de Duarte, aboliendo la independencia judicial. A cambio recibieron dos magistraturas y un paquete de cargos menores.
Francisco Barrio Terrazas, mentor de Corral, señaló eso en su momento como un “atraco”. Pero Corral, ya investido de gobernador, no lo hizo mejor desde ningún aspecto: claudicó de la defensa en tribunales federales la disputa por el Poder Judicial en Chihuahua; no dio ni las gracias a un equipo de abogados que le entregó todo un proyecto de alta calidad para reformar a ese Poder Judicial en el estado.
Mantuvo la dependencia de este poder al Ejecutivo que él tenía en sus manos, y lo controló a través de Pablo González, un funcionario fraudulento, y de la inefable Lucha Castro, electa sin cumplir el requisito de la edad para el puesto, lo que se le pudo dispensar, pero nunca tolerar la intriga que patrocinó como nadie en el Poder Judicial.
El quinquenio corralista fue aciago en esta materia, circunstancia que, vale decirlo ahora, no se vio ni en los tiempos del PRI omnipotente.
La siniestra fábula habla de los dos senadores. Ambos carecen de toda autoridad moral para respaldar sus dichos y sus historias no los dejan, de ninguna manera, bien parados. Los dos cargan en su pasado un fatigoso costal de traiciones, y la práctica de un pragmatismo rampante y pernicioso. Son empleómanos, no saben hacer política si no están apoltronados en un puesto y disfrutando de jugosos ingresos, lícitos o ilícitos.
Son parte de una clase política decadente y podrida que sólo hereda odios, que no tiene porqué permear a la vida ciudadana; pero eso hoy está muy lejos.
A Vázquez lo condena su historia de alianzas con el PRI en Chihuahua, donde el viejo partido hoy cogobierna, y lo que sería impensable, tomando en cuenta las ideas del padre fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, tan traído y llevado, pero al que ni siquiera lee, estoy seguro.
Que Corral es un traidor, lo sabe todo Chihuahua, de Ciudad Juárez a Escalón. En la Ciudad de México aún no lo conocen a plenitud. Corral hizo de su modesta vida política un papalote guinda y lo echó a volar, y eso es del dominio público. Por eso su personalidad es irrespirable en estos lares.
A Vázquez Robles difícilmente se le puede catalogar de orador y polemista, pero al menos no presume de ser ni lo uno ni lo otro. En cambio, Corral ya es tiempo que asuma la lección que nos describió Alexis de Tocqueville: “Guardar silencio es el servicio más útil que un orador mediano puede prestar a la cosa pública”.
Al senador morenista que presume de orador, sin serlo, como clown parlamentario, hay que decirle que cuando en sus montajes de histrionismo se quite intempestivamente los lentes, lo único que indica es que nunca los ha necesitado para ver la realidad que lo circunda. Eso no le importa.
Riñen las comadres y también los compadres, y aunque no son de Windsor, dícense las verdades.
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.
