Durante las últimas décadas Mario Vargas Llosa llevó a cabo una puntillosa discusión del estado actual de las cosas, su paso por la política se le recuerda con más pena que gloria. Sin embargo, esto le permitió reinventarse y convertirse en el rockstar de la literatura que a la postre se tornó
Por Hernán Ochoa Tovar
El pasado domingo, el gran escritor peruano Mario Vargas Llosa, pasó a mejor vida. Uno de los escritores más brillantes de su generación, baluarte y último resquicio del boom latinoamericano, había dejado de existir. A lo largo de la semana se han hecho diversas semblanzas, con distintas perspectivas, tanto elogiándolo como vituperándolo. A continuación, daré mi perspectiva al respecto desde un ámbito personal. Intentaré ser objetivo -como intento serlo cuando realizo esta serie de colaboraciones- no obstante que fuera uno de mis escritores predilectos.
Comencé a leer a Mario Vargas Llosa cuando estaba estudiando la licenciatura. Mi primer acercamiento con el autor -aunque ya había escuchado su nombre al escudriñar en los escondrijos del tema- fue por medio de la periodista Carmen Aristegui, quien, en una entrevista realizada por una publicación de circulación nacional, dijo que uno de sus libros favoritos, era, precisamente, La fiesta del Chivo, del peruano. En mi curiosidad juvenil, pude buscar y leer la obra, la cual me pareció fascinante y atrayente, pues narraba, con una pluma majestuosa, la biografía y el contexto de la República Dominicana en la época de Trujillo.
En las postrimerías de dicha narración, pude percatarme del pensamiento político de Vargas Llosa, y el motivo por el cual se había tornado en una especie de enfant terrible de la literatura hispanoamericana. Resulta que, como muchos literatos e intelectuales de la denominada generación silenciosa -y anteriores-, Vargas Llosa simpatizó con las izquierdas y la Revolución Cubana durante su primera juventud, defendiéndola a través de su fecunda narrativa. Empero, la compleja evolución de este proceso hizo que se desencantara, motivo por el cual terminó rompiendo con la misma y dando un viraje en su perspectiva político.
Esto llevó a Vargas Llosa a hacerse liberal. Para el escribiente, esto no tiene nada de malo, pues diversos intelectuales, desde Dos Passos hasta Vasconcelos, habían dicho giros semejantes a lo largo de su trayectoria. No obstante, para las izquierdas fue una especie de osadía. El hecho de que se visualizara a la Revolución Cubana y a su derrotero como objeto de veneración ante el imperialismo yanqui, hizo que Mario Vargas Llosa fuese mirado -así fuese subrepticiamente- como traidor a la causa.
A pesar de que no se amainó -pues su pensamiento conservó su congruencia y su contundencia-, en los últimos años dio deslices cuestionables. Si hace una década había apoyado a Ollanta Humala, endosando también la causa del matrimonio entre personas del mismo sexo y el feminismo (actitudes que se esperarían de una persona liberal o progresista), en el período post-pandemia cayó, a mi juicio, en dislates terribles. A pesar de que ya había apoyado a candidatos de talante liberal (cercanos a la derecha) en décadas pasadas, en los últimos tiempos brindó su retórica a sujetos no brillaban por sus luces democráticas.
Desde mi perspectiva, no es lo mismo un Iván Duque o un Mauricio Macri, que un Jair Bolsonaro o José Antonio Kast. Los primeros son políticos tradicionales que, con sus yerros, evocaron e implantaron la agenda neoliberal en América Latina. Los segundos, en cambio, son nostálgicos de las dictaduras y observadores del adversario como enemigo (Kast, incluso, es un nostálgico del pinochetismo). Populistas contemporáneos, pues. Y si eso le agregamos que se inmiscuyó en la narrativa anticomunista, comprando un discurso que parecería digno del finado senador McCarthy y la cacería de brujas -cuando, en sus mejores tiempos, Mario Vargas Llosa elogió a las izquierdas modernos-, puedo decir que el gran escritor, con su brillantez, acabó dando lástima en el terreno político.
Empero, quizás eso no era del todo novedad. Si, durante las últimas décadas llevó a cabo una puntillosa discusión del estado actual de las cosas, su paso por la política se le recuerda con más pena que gloria. Sin embargo, esto le permitió reinventarse y convertirse en el rockstar de la literatura que a la postre se tornó.
Pero su paso de la política no fue del todo grato. Su biografía menciona que, siendo un residente limeño de prosapia, el entonces Presidente del Perú, Fernando Belaúnde, le brindó el ofrecimiento de ser Primer Ministro (figura que existe en la nación andina y es objeto de mucha controversia), pero el Doctor en Literatura declinó el ofrecimiento. Tiempo después, al ver el caos económico y social que había generado el primer gobierno del finado Alan García, sobre todo en lo tocante a la nacionalización bancaria, decidió él mismo lanzarse en pos de la Primera Magistratura del Perú. Recibió el apoyo de los partidos tradicionales, de los poderes fácticos y de los medios de comunicación hegemónicos, pero no le alcanzó a vencer en primera vuelta (en el Perú existe ese sistema electoral) y se vio en la obligación de batirse en las urnas con un desconocido Alberto Fuimori, académico de una universidad agraria peruana quien no formaba parte de las élites políticas y económicas de su país.
Acerca de la derrota vargasllosiana, se esgrimen diversas hipótesis. Una de ellas, que el escritor, al ver una afrenta, decidió retirarse. Pero, por otro lado, se cuenta que sus paisanos no votaron masivamente por él debido a que lo veían como un aristócrata; mientras Fuimori era visto como un candidato más cercano al pueblo (aunque no era ningún proletario). Aunado a ello, Vargas Llosa, acostumbrado a moverse en las lides intelectuales, planteó su programa neoliberal de manera claridosa; mientras Fuimori supo ganarse al electorado peruano, aunque, a la postre, terminara aplicando el Fujishock que el propio Vargas Llosa había propuesto en su campaña.
Como se puede ver, Vargas Llosa fue un personaje complejo. Gran escritor, con un pensamiento político que evolucionó y, tal vez, involucionó. Pero creo que cualquier personaje histórico tiene claroscuros y don Mario no es lo excepción. De su narrativa, me quedo con la que hizo de manera tardía (creo que sus últimas novelas son las mejores); mientras, de su pensamiento, considero que el más sensato fue el que tuvo en el interludio de su carrera, mas no al final, cuando aún tenía esta apertura que hacía de él un personaje dialogante.
A este respecto, alguna vez, al calor de las elecciones presidenciales de México en 2018, el premio nobel de literatura 2010 criticó acremente las pretensiones de Andrés Manuel López Obrador, dejando entrever que si los mexicanos lo elegíamos como mandatario “nos daríamos un balazo en el pie” (sic). Bajo esta tesitura – y aunque luego tuvo diferencias de peor calado con AMLO- el expresidente López Obrador dijo que “era un buen escritor, pero un mal político”. Creo que mejor resumen no pudo hacer, pues resumió las luces y sombras de su trayectoria en una frase, al calor de un contexto adecuado. Se nos va un grande de la literatura universal. El mejor homenaje que podemos hacerle es seguir leyendo y comentando su obra ¡Dejemos los estigmas de lado¡ ¡Es cuanto¡
