Las madres buscadoras interpelan a las instituciones desde la dignidad y la memoria. Sus cuerpos cansados, sus voces quebradas, sus cruces y fotografías, inscriben una forma de protesta que nace del amor, pero que no se conforma con consuelos simbólicos. Reivindican el derecho a saber, a encontrar, a llorar con justicia
Por Salvador Salazar Gutiérrez
La celebración del 10 de mayo en México tiene sus raíces a principios del siglo XX, cuando en 1922 se institucionalizó por primera vez como un homenaje nacional a las madres. La iniciativa surgió de una campaña impulsada por el periódico Excélsior y respaldada por el entonces secretario de Educación, José Vasconcelos, en un contexto en el que se buscaba exaltar el papel tradicional de la mujer como madre dentro del núcleo familiar.
Desde entonces, esta fecha se ha convertido en una conmemoración ampliamente difundida, caracterizada por celebraciones escolares, regalos y muestras públicas de afecto, aunque también ha sido objeto de crítica y resignificación por diversos movimientos sociales que buscan visibilizar otras realidades maternas, como la de las madres buscadoras que enfrentan la desaparición forzada de sus hijas e hijos.
El viernes 09 de mayo del presente año, colectivos de madres buscadoras tomaron y clausuraron simbólicamente las instalaciones de la Fiscalía General del Estado de Chihuahua Zona Norte en Ciudad Juárez. Como parte de sus acciones permanentes de exigencia de justicia frente a sus hijos e hijas desaparecidas, se trasladaron a las afueras de las instalaciones de una de las instituciones emblemáticas en la corrupción e impunidad del gobierno mexicano.
En el lugar, se expresaron públicamente por medio de pancartas, carteles con el nombre y fotografía de su familiar desaparecido, y pegando pesquisas alrededor del muro de la Fiscalía. Dentro de las consignas, leyeron un pronunciamiento que aunque breve, muestra con claridad y contundencia la posición que han defendido ante la indiferencia, indolencia y desinterés que a lo largo de años ha sido la constante por parte de las autoridades encargadas de impartir aquello que simplemente se desvanece frente a ellas, justicia.
El pronunciamiento dice lo siguiente:
“Pronunciamiento de las madres buscadoras, 09 de mayo del 2025, Ciudad Juárez, Chihuahua.
El lema para el 10 de mayo de este año es “Las Madres llegarán a la Verdad”,
una frase afirmativa llena de esperanza. Porque eso es lo que nos mueve a seguir
buscando a nuestros hijas e hijos. Nuestro deseo como madres es volver a tenerles
cerca, cocinarles su comida favorita, a volver a probar la comida que nos cocinaban,
abrazarles, saber que están bien. Que sepan que no hemos dejado de buscarles,
y que aun en la adversidad, aun en las violencias institucionales, en la inseguridad
y en el dolor, resistimos, porque les amamos.
Este año no marchamos, este año decidimos clausurar la Fiscalía por falta de justicia.
Porque también estamos enojadas y queremos que la autoridad lo sepa.
Queremos que sepa que el amor de las madres buscadoras es tan fuerte y poderoso.
Hemos hecho su trabajo por mucho tiempo, hemos buscado y hemos encontrado.
Y lo seguiremos haciendo, pero al mismo tiempo, les exigiremos lo que es
nuestro derecho y el de nuestras hijas e hijos. ¡Queremos que sepan que las madres no nos rendimos!”.
El pronunciamiento por sí solo es claro y contundente. Rendirse jamás, no pasa por su mente aún y cuando han enfrentado desprecio, burla, indiferencia y abandono por un Estado que en realidad es cómplice del acto de desaparición. En distintos momentos he tenido la oportunidad de escucharlas.
Mis palabras quedan cortas ante la valentía, la tenacidad, y la rabia vuelta acción sensible que toca las fibras de una sociedad, por lo general ausente o desvinculada frente al dolor y el sufrimiento de la pérdida y la trayectoria de exigencia de justicia.
En contextos marcados por la violencia institucional y la deshumanización, el amor puede convertirse en una fuerza profundamente subversiva. Para las madres buscadoras, cuyo dolor es tan íntimo como político, el amor por sus hijas e hijos desaparecidos no se limita al recuerdo o la esperanza: se transforma en acción, en búsqueda constante, en denuncia pública, en organización colectiva. Este amor no es pasivo ni resignado; es una acción política afectiva que confronta directamente al Estado que ha fallado en garantizar la vida, la justicia y la verdad. Amar, en estos términos, es resistir la lógica del olvido, del silencio y de la impunidad.
Las madres buscadoras interpelan a las instituciones desde la dignidad y la memoria. Sus cuerpos cansados, sus voces quebradas, sus cruces y fotografías, inscriben una forma de protesta que nace del amor, pero que no se conforma con consuelos simbólicos. Reivindican el derecho a saber, a encontrar, a llorar con justicia. Y lo hacen desde una ética que confronta a las estructuras de poder: una ética del cuidado, del compromiso y de la persistencia. El amor que profesan no se agota; se organiza, se politiza, se vuelve calle, manta, archivo, excavación.
En una sociedad donde el aparato institucional muchas veces desprotege y revictimiza, el amor se vuelve un acto de insumisión. No es sentimentalismo: es una respuesta radical al abandono. Las madres no solo buscan a sus hijos e hijas, también buscan reconstituir la comunidad fracturada, señalar las omisiones del Estado, exigir justicia para todas. En su caminar hay una pedagogía del afecto que redefine lo político desde lo cotidiano. Así, el amor de las madres buscadoras no es sólo duelo: es acción transformadora frente a un orden que les ha fallado. Amar, para ellas, es una forma de no rendirse nunca.
Sin embargo el desgaste emocional, físico y de sus redes de pertenencia -sobre todo familiares-, es algo que deben enfrentar cotidianamente. Varias han enfermado, han sufrido el agotamiento y el deterioro de sus fuerzas ante el abandono, el silencio y el olvido cómplice que deben enfrentar. Estar al borde de la rendición, no pasa por su pensamiento. Siguen adelante manifestando como el amor puede y es un acto político y de justicia. Nos sacuden la mirada, ante la ceguera colectiva que reproducimos como sociedad.
Ellas con un acto de tomar nuestras manos y expresar en sus miradas una maternidad que no se vence, nos llaman a no ser indolentes, a no perder de vista que la humanidad se sostiene en el amor y en la acción desinteresada ante el dolor y sufrimiento.
Ante ellas, ¿qué lugar ocupamos como sociedad? ¿Seguiremos permitiendo que la indiferencia institucional y sus violencias, clausure la justicia, o tomaremos parte en la tarea colectiva de restituir memoria, verdad y dignidad?.
Las madres buscadoras han sostenido tareas que deberían ser obligación del Estado, ha llenado los vacíos de justicia con dignidad y ha convertido el duelo en acción. Estoy convencido que no basta con admirarlas desde la distancia, ni con solidarizarnos de forma intermitente: es urgente romper la comodidad del silencio.
El amor como acto político puede clausurar la indiferencia, puede encender en nosotras y nosotros la responsabilidad de actuar. ¿Estamos dispuestos a acompañarlas en la búsqueda o seguiremos siendo testigos mudos de una tragedia que nos atraviesa a todas y todos?
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*Salvador Salazar Gutiérrez es académico-investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Integrante del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores nivel 2. Ha escrito varios libros en relación a jóvenes, violencias y frontera. Profesor invitado en universidades de Argentina, España y Brasil. En el 2017 fue perito especialista ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos para el caso Alvarado Espinoza y Otros vs México.
