Si algo nos enseñó Pepe Mujica es que hay que quitar el ruido para enmarcar nuestras búsquedas, individuales y colectivas
Por Leobardo Alvarado
Pepe Mujica nunca vino a Ciudad Juárez, pero sí fue a Tijuana. Ahora que murió, internet está lleno de sus frases llenas de sentido, pero harto difícil de atender.
Esas expresiones que fue pronunciando a favor de la vida y la felicidad, y que ya muerto, nos recuerdan lo efímero del hombre y su pensar.
La vida siempre detrás de cada una de las palabras bonitas con las que nos alentaba a buscar. Advirtiéndonos que nos impresionaríamos de la “enorme riqueza desperdiciada que tienen sepultada adentro de ustedes mismos”.
El entonces presidente de Uruguay podía decir eso porque de su vida fue la acción y la reflexión.
Allá cada quien que se atreva a buscar la congruencia en sí mismo, después del agradable leer o escuchar a Pepe Mujica.
Los Tijuanenses le llevaron a un estadio. Por qué diablos hicieron eso, quién sabe. Pero es notorio el hecho y cierta actitud banal en la novedad con la que la Universidad Autónoma de Baja California quiso festejar su 60 aniversario.
Recuerdo que al saber de su presencia en aquella ciudad me pregunté por qué a Ciudad Juárez a nadie se le ocurría traerle. Unos meses antes, el Papa Francisco había estado en Juárez. Si cuando Francisco se fue nos comparó con Nínive, ¿cómo nos vería Pepe?.
No está demás recordar ahora, que dos grandes seres humanos nos han dejado en un mundo que necesita de la esperanza y lucidez de sus palabras.
Cuando José Mujica fue a Tijuana había cobrado notoriedad. Eran tiempos en que las redes sociales en internet daban cuenta con celeridad de sucesos virales menos tóxicos.
Pepe, como solía llamársele en familiaridad por su discurso, se había posicionado como el hombre que con base a una honestidad extraña nos unía en la esperanza de su vocabulario.
La celebración en Tijuana fue parte de ese trendic topic. Al grado de ocurrírseles que diera una conferencia con sus bonitas palabras en medio de un estadio semivacío:
“No soy profeta, ni una estrella de rock a pesar de este estadio…”, les dijo.
Había un vaciamiento del discurso que sucedía en aquel evento en el estadio de Tijuana. No por Pepe Mujica, sino por eso que sucede en ciudades como aquella o Ciudad Juárez.
Ese algo que expropia el contenido de las cosas por adecuarlo a la rapidez del lugar donde trabaja la “mano de obra barata y de calidad mundial”.
Frente aquel distante público y la frialdad del espacio, contrario a la calidez del orador, Pepe Mujica recordó la importancia de “la soledad del calabozo” que para él fue haber estado en prisión para dedicar tiempo a sus reflexiones y “el camino que hay que seguir”.
¿Cuál es nuestro calabozo?. El propio. Lo que llevamos dentro: La ciudad por ser el lugar que habitamos. Donde el único consenso entre los diferentes sectores sociales es que Juárez es una ciudad jodida.
La desinformación de la que somos presa y que alienta el rencor por el odio sembrado entre facciones políticas, quienes nos recuerdan que ellos siempre fueron los que fallaron pero la culpa la cargamos nosotros la ciudadanía.
La lentitud de entendernos con los caminos que andamos para organizarnos porque nos avasalla el mar de contradicciones discursivas y se dificulta leer la brújula del horizonte colectivo en el vaivén del oleaje político.
Si algo nos enseñó Mujica es que hay que quitar el ruido para enmarcar nuestras búsquedas, individuales y colectivas.
De allí la austeridad en todos los sentidos y a favor de la vida. De la felicidad. Del reconocer que no se cambia nada, pero se lucha porque la dignidad es el motor del ser buena persona.
Traje a colación lo sucedido en Tijuana por ser lo más cerca para comparar lo que allá dijo Pepe Mujica, con lo que pudo haber dicho acá si se le hubiera traído.
Incluso no dudaría en que de habérsele traído acá también se le hubiera puesto en el estadio de esta ciudad que se cree resiliente.
Que su promoción hubiera sido bajo ideas como la del “Amor por Juárez”.
Obvio, insistiendo en que por eso se necesita un Centro de Convenciones en el Chamizal o el Parque Central para realizar eventos de primer mundo.
Estas ciudades fronterizas, tal vez como ningunas otras, entran en contradicción con cada palabra planteada por José Mujica en vida.
Finalmente, insistiré en el inicio de este texto sobre la muerte de Pepe Mujica.
Fue un gran hombre quien nos habló bonito de revoluciones posibles. Aunque no sirvan nomás que para ser felices y llenar de esperanza a quienes las deseen.
Que nos enseñó que no es fácil atender a las cosas que él decía y por eso con humildad reiteraba, para sí mismo y para quien en el mundo quería escucharle.
Quizá esa haya sido la mayor lección que nos dejó.
