Opinión

Mujica: el adiós a un grande




mayo 16, 2025

José Mujica deja un legado interesante. Contrario a algunos líderes, que trocan en caudillos pero no construyen relevos generacionales ni forman discípulos, el Pepe hizo lo contrario

Por Hernán Ochoa Tovar

Luego de estar convaleciente por una larga temporada, el expresidente de Uruguay, José, Pepe, Mujica, pasó a mejor vida el pasado martes 13 de mayo. Triste pérdida y, paradojas del destino, de haber seguido viviendo habría cumplido 90 años, el día 20 del año en curso.

Más allá de realizar una semblanza tradicional, como en ocasiones las realizo en la presente colaboración, en esta ocasión partiré de una perspectiva más personal. Ello porque el gran Pepe Mujica es uno de los políticos a los que les he guardado una gran admiración, misma que intentaré plasmar a lo largo de la construcción de este texto.

¿Porqué lo admiro? Para comenzar, debo decir que Pepe Mujica era una especie de rara avis de la política. En un mundo en el cual la política es asociada a ambición desmedida, robos y corrupciones, Mujica siempre pareció ser una excepción a la regla. A pesar de haber sido un lobo de mar, y alguien con toda la experiencia del mundo, fue alguien quien nunca perdió sus principios, su idealismo y no se dejó obnubilar por el poder, al cual llegó después de ser septuagenario.

Debo decir, la historia de Mujica es interesante. Emula más a la biografía de Mandela que a la de cualquier líder político o de izquierdas latinoamericanos. Esto porque, si el sudafricano, quien llegó a Robben Island por ser un activista contra el apartheid, y luego de dejar la prisión, ganar el Nobel de la Paz y llegar al poder, bregó por la paz en lugar de por el odio y la polarización; Mujica llevó a cabo hechos semejantes.

A pesar de haber sido guerrillero en su juventud, y de haber estado en prisión durante una larga temporada, en los oscuros tiempos de la dictadura militar uruguaya (1973-1985), Mujica salió de aquel lugar con resiliencia, sabiéndose adaptar a los nuevos tiempos, los cuales le brindaron réditos con creces.

El advenimiento de la izquierda uruguaya, desplazando al bipartidismo tradicional, lo llevó a estar en el primer plano de la palestra.  Llegó a ser senador y ministro de agricultura durante la primera gestión de Tabaré Vázquez (2005-2010), finado médico socialista quien ha sido el primer mandatario izquierdista del Uruguay contemporáneo. Aunque fueron pertenecieron a la generación silenciosa y eran correligionarios, Vázquez y Mujica llegaron a tener diferencias de pensamiento y planteamiento. Vázquez era más un izquierdista tradicional, pero Mujica era alguien compenetrado con la agenda moderna, quien abogó por los nuevos derechos, así como por la liberación de las drogas, el ambientalismo y el diálogo franco entre civilizaciones.

Aunque tenía una gran popularidad por su estilo campechano y poco tecnocrático, Mujica no era el delfín de Vázquez. Éste era el desaparecido economista Danilo Astori, catedrático universitario de izquierdas, más cercano a la socialdemocracia que a la combativa izquierda de décadas anteriores. Empero, el talante democrático pudo más, y cuando Mujica ganó la interna del Frente Amplio para ser el candidato presidencial, Vázquez lo apoyó y pudo, así, refrendar el gobierno, teniendo en la suya la segunda gestión frenteamplista.

Lo interesante de Mujica es que su estilo se contrapone totalmente a lo que significa hacer política hoy en día. Si los predecesores de Mujica (aunque Vázquez se cuece aparte) vivían en el Palacio Presidencial, tenían seguridad y vestían como petimetres, el Pepe se negó a seguir el protocolo. Contraviniendo reglas no escritas, no quiso habitar el inmueble en mención y siguió viviendo en su chacra. Más habituado a la camisola que al traje, declinó utilizar corbata, a la cual se refería jocosamente como un trapo amarrado en el cuello. Aunado a ello, se negó a utilizar custodia y donó todo su sueldo para organizaciones altruistas.

En un medio en el cual la falsedad es habitual, Mujica nadó a corriente. Predicó la austeridad y la vivió gustoso y con bonhomía. Los medios internacionales de la época llegaron a vislumbrarlo como “el presidente más pobre del mundo”, pero él no se inmutaba, pues, decía que, en un país en el cual la mayoría de la población pertenece a la clase trabajadora -a pesar de que el Uruguay posee un buen nivel económico-, él debía buscar vivir como las mayorías y no como las aristocracias o a las elites. Esto hizo que algunas personas lo vieran como un loco o un desadaptado, pues aducían que, pudiendo vivir a cuerpo de rey, se resistiese  a los placeres de la dolce vita y quisiera vivir como un pobre campesino, no obstante haber sido un connotado político de la tierra de Benedetti y Galeano.

Aunado a ello, Mujica fue un sujeto abierto al diálogo. En un tiempo en el cual empezaba a campear la polarización, y algunos sectores de la izquierda latinoamericana se caracterizaban por su cerrazón y su intransigencia, Mujica aceptó la conversación franca y se sentó a hablar, incluso, con sus opositores. Ello lo llevó a ser respetado por tirios y troyanos. A este respecto, en alguna ocasión, al tener una charla con el senador y expresidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, ambos coincidieron en que podían pensar distinto, pero no por eso no iban a poder sentarse a conversar. En el mismo tenor, su trayectoria impecable lo llevó a ser respetado por personajes de distintas ideologías. Para muestra, que dos declarados adversarios de la política mexicana, como lo son los ex mandatarios Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, le prodigaban su admiración, y ambos se llevaron la mejor impresión cuando les tocó conocerlo. Su congruencia y su camaradería eran algo admirable que, por desgracia, no se da en maceta y es un bien cada vez más escaso entre los políticos contemporáneos.

Finalmente, el plano administrativo. Mujica supo hacer las cosas bien y dejar un país con menor desigualdad y con cierto crecimiento. Si algunos líderes dan un traspié cuando pasan del mitin al despacho, Mujica lo supo hacer bien. Fue un buen político y, al parecer, un administrador adecuado. En este sentido, llegó a parecerse más a Lula que a Chávez, y emuló a Evo en algunas medidas progresistas. Su capital político abonó a que la izquierda siguiera gobernando, y, a pesar del desgaste, que refrendara el gobierno por un quinquenio más.

Debo decir, Mujica deja un legado interesante. Contrario a algunos líderes, que trocan en caudillos pero no construyen relevos generacionales ni forman discípulos, el Pepe hizo lo contrario. Gente como Daniel Martínez y Yamandú Orsi son personas que buscan continuar con su legado. Y aunque aún es pronto para saber si tendrán el mismo impacto que el Pepe o Tabaré, creo que la semilla del maestro ha sido sembrada.

Ojalá hubiera más políticos con su talento y su talante. Gente como él requiere este mundo, en lugar de egocéntricos o de santones atemporales. ¡Hasta siempre, Mujica! Tu legado pervivirá.

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