¿Conviene votar en el proceso dominical, sobre todo tomando en cuenta la complejidad intrínseca del mismo?
Por Hernán Ochoa Tovar
El próximo domingo, una jornada inédita tendrá lugar en nuestro país. Diversos cargos judiciales serán electos por primera vez en la historia. Sin embargo, esto no deja de causar resquemor y polarización, sobre todo en la comunidad de los analistas, pues, como es habitual, una parte de la población parece estar ajena a tan complejo proceso político-electoral.
Desde los estertores del sexenio de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024) se dio el banderazo para romper cartabones centenarios. Sin embargo, no pocos creen que está dándole un tiro de gracia a la democracia nacional, pues se estarán rompiendo estructuras y valladares que se habían conservado, por lo menos, desde la transición democrática nacional y habían garantizado la cabal división de poderes. Por lo anterior, es menester cuestionarnos: ¿conviene votar en el proceso dominical, sobre todo tomando en cuenta la complejidad intrínseca del mismo? A continuación, mi interpretación al respecto.
Debo decir, la jornada a realizarse está llena de claroscuros como cualquier proceso histórico. Esto porque permitirá renovar y ventilar las estructuras del Poder Judicial, un ente donde los intereses y las componendas se han arraigado desde hace decenios. Sin embargo, lo que le han reprochado con creces al expresidente es la manera en la cual concibió dicha reforma, pues incluir al electorado en la delicada selección de especialistas del ámbito jurídico, pudiese que se le está lanzando a realizar una encomienda compleja para la cual no se encuentra preparado.
En este sentido, la defensa que algunos intelectuales orgánicos han hecho del proceso, es que se pretende democratizar al poder en cuestión. Sin embargo, las tareas ejercidas por el Poder Judicial no son las mismas que posee el Ejecutivo o el Legislativo, a pesar de que los tres se retroalimenten mutuamente. Esto porque, mientras el grueso de la población puede dirimir quién ocupará una alcaldía, una diputación, una senaduría o una gubernatura; dilucidar quien se hará cargo de una magistratura judicial no entraña un proceso sencillo, sino todo lo contrario. A contrapelo de los cargos anteriores, el derecho tiene muchas ramas y las mismas tienen especializadas abocadas al desarrollo de las mismas.
No es lo mismo el derecho civil, el penal, que el agrario o el corporativo. Sin embargo, eso no le podría quedar claro a muchos ciudadanas y ciudadanos, incluyendo a aquellas personas que hacemos análisis político. Esto, porque el derecho es, como muchas disciplinas, un ámbito muy complejo que sigue sus tradiciones y tecnicismos.
Por tal motivo, creo que la elección del domingo será una misión poco exitosa. En oposición a los procesos electorales tradicionales, las boletas que se pretende utilizar romperán paradigmas, pues tendrán una gran longitud, incorporando una plétora de nombres para ser seleccionados por los electores que decidan asistir. Si a ello le añadimos que incorpora múltiples áreas y disciplinas del ámbito judicial (incluyéndose candidatos para ocupar los asientos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Tribunal Federal Electoral, así como el naciente Tribunal de Disciplina Judicial, que sustituirá al Consejo de la Judicatura) podría resultar un galimatías, así como un verdadero quebradero de cabeza para aquellas personas que decidan asumir semejante desafío.
Aunado a ello, entre el universo de contendientes existe de todo: desde personajes con carrera judicial, hasta políticos decadentes que desean volver a saborear las mieles de viejas glorias, hasta algunos pocos bisoños que desean ingresar al sistema –la extinta carrera judicial– a través de una gran catapulta, la cual no les garantiza una estadía de larga duración como antaño, pues la selección podría extinguirse en un quinquenio, o, más tardar, en una década o en tres lustros a lo sumo. Por lo tanto, mi recomendación iría en este sentido: leer las trayectorias de las y los candidatos, para dirimir quienes son los más preparados y preparadas para ocupar tales encargos. Probablemente entrañe una tarea titánica, más aun para quienes no somos expertos. Pero dejar todo en charola de plata será peor que no ejercer nuestra responsabilidad ciudadana. Esto porque dependerá del electorado que los mejores perfiles arriben a los juzgados a partir de septiembre próximo.
Es posible que, entre el puñado de postulantes existan sujetos con currículo cuestionable o ligados a alguno de los partidos políticos existentes -no obstante, según esgrime la oficialidad, ese es uno de los vicios que la presente reforma pretende atajar-. Creo que a través de un análisis sistemático podríamos detectar a los mejores. Aunque la inexperiencia en la materia siempre será un bemol para decidir quiénes, en efecto, son los idóneos para llegar al Olimpo.
Con base en lo anterior, recomiendo ir a votar. Estoy consciente de que los ciudadanos no somos expertos en la materia. Pero sería peor que un colosal abstencionismo hiciera caer una reforma planteada desde el idealismo, más que desde la propia razón. Viendo todo desde una óptica positiva, la presente enmienda podría servir para oxigenar al Poder Judicial, sacándolo del marasmo y promoviendo un mejor estado de las cosas. Sin embargo, también podría servir para arraigar vicios existentes y hacer caer más en el fango a un poder que ya de por sí está desacreditado. Estamos al filo de la espada de Damocles. Ejerzamos nuestra misión con voluntad ciudadana. Es la única esperanza al respecto.
