Vislumbramos dos relatos en pugna. La de aquellos que se resisten a abrazar al pluralismo y atacan a una poderosa minoría creciente. Y a otros que, conscientes de su status ciudadano, se resisten a la vicarial discriminación y al racismo sistémico.
Por Hernán Ochoa Tovar
Al leer y observar lo ocurrido en los Estados Unidos, en una suerte de manifestación que comenzó en Los Ángeles, California; pero se ha extendido a otras urbes como Nueva York, y Omaha, Nebraska, la presente coyuntura me remite a varios fantasmas. Como en el célebre cuento de Dickens, las protestas de Los Ángeles parecen evocar el espectro de Rodney King, y en menor medida, el de George Floyd. Digo esto porque ambos casos tuvieron como punto en común que ambos fueron afroamericanos arbitrariamente detenidos por la policía de sus regiones (en el caso King, fue la propia corporación policiaca californiana) y llevaron a brotes de inconformidad que clamaban justicia.
Por otro lado, también me viene a la mente la imagen de los derechos civiles, contenido en las manifestaciones disímiles -pero concordantes en objetivos- de Malcolm X y el doctor Martin Luther King. Aunque el talante dispuesto en los últimos días está más cerca del carácter violento que propalaban las Panteras Negras que del pacifismo de Luther King, en ambos casos parece volver a aflorar el fantasma de los derechos civiles. Un fantasma que se creía del pasado y, sin embargo, retorna en esta modernidad perfecta para avisar que el aún país más poderoso del mundo, aún enfrenta asuntos pendientes de resolver, y que ha preferido patear el bote en lugar de resolverlos de manera efectiva y estructural (como, de alguna manera, sí pudo hacerlo Nelson Mandela en la Sudáfrica post-Apartheid, no exento de contradicciones y claroscuros, como cualquier proceso humano).
Seguida y paradójicamente, las manifestaciones en cuestión también me remiten al fantasma del fascismo. Las escenas visualizadas en las últimas fechas remiten más a la película de El Pianista, de Roman Polanski, que a los annales de una democracia moderna y consolidada. Y es que ver a un Donald Trump empoderado, enviando a la Guardia Nacional norteamericana a disolver las concentraciones, amenazando con detener al gobernador californiano, Gavin Newson; así como a la alcaldesa angelina, Karen Bass; evoca a los episodios más negros del nazismo, que una confrontación en suelo democrático. Dichas escenas parecían proyectar lo sucedido en la Alemania Hitleriana, mas no en la democracia más añeja del mundo, aquella que Alexis de Tocqueville llegó a admirar por su perfecta sincronía y su buena división de poderes. Ese espíritu parecía diluirse, con un Trump rehuyendo a los controles, y gobernando con los máximos poderes, como un dictador tropical que desestima a la democracia de su nación.
En otras cuestiones, y dejando de lado la presencia fantasmal, considero que las presentes manifestaciones están poniendo el dedo en la llaga sobre una delicada situación: el rechazo sistémico al cual se ha enfrentado la comunidad mexico-americana desde que los Estados Unidos se constituyeron como nación. A juicio del escribiente, uno de los problemas de origen que observa el vecino país del norte, es que nunca se visualizó como una nación plural, sino que enaltecieron a la comunidad blanca, en detrimento de las otras. Y no sólo a la población blanca, sino que, en la misma había habitantes de primera y de segunda, pues mientras los anglosajones eran recibidos con la puerta abierta en el Estados Unidos decimonónico; aquellos migrantes de origen latino o católico (destacadamente los italianos, irlandeses y en menor medida, españoles) eran tratados con desdén. Esto se puede ver en Gangs of New York, de Scorsese, donde se proyecta el maltrato, el racismo y la lleva padecida por los irlandeses que llegaban de su empobrecida tierra a Staten Island, siendo llevados al ejército y azuzados por personas sin escrúpulos.
Algo semejante les sucedió a los mexicanos. Algunos historiadores cuentan que, aquellas personas que decidieron permanecer allende al Río Bravo una vez que se hubieron firmado los Tratados de Guadalupe- Hidalgo entre los Estados Unidos y México, las personas que optaron por quedarse allá recibieron un trato cruel y displicente. Mientras que la creciente comunidad migrante, que se multiplicó a lo largo del siglo XX, era consuetudinariamente maltratada, y, en muchas ocasiones, trabajaba sin los estándares mínimos y al borde de la legalidad.
Aunado a ello, aunque ha habido tiempos en los cuales se ha intentado regular la migración desde las altas esferas (destacadamente el programa bracero que existió de 1942 a 1964) no llevaron a que hubiera una relación más cordial entre migrantes y receptores. Mientras que, a partir de la década de 1960, muchos de los paisanos prácticamente arriesgan su vida para ir a trabajar a la nación fronteriza, arriesgándose a padecer de maltratos, regateos, y, en el peor de los casos, de deportaciones por parte del gobierno norteamericano, apartado en el cual Mr. Trump ha dispuesto su energía y su atención entera.
Curiosamente, dos gobiernos antitéticos, el de Vicente Fox y el de Andrés Manuel López Obrador, quisieron enmendar dicha situación. Sin embargo, a pesar de sus grandes intenciones, ninguno pudo lograrlo. Fox, mediante su canciller, Jorge Castañeda, le apostó a la Enchilada Completa, arguyendo que, de inicio, existía una buena relación entre las administraciones de Fox (2000-2006) y de George W. Bush (2001-2009). Aunque pareció haber una buena comunicación, la emergencia del 9/11 y la Patriot Act trastocaron los planes del foxismo. Posteriormente, en el gobierno de AMLO, el ex Presidente puntualizó sobre una verdad que ahora cala hondo ante la emergencia de las protestas en Norteamérica: la mano de obra mexicana es necesaria para llevar a cabo diversos trabajos que los norteamericanos se resisten a realizar. Por tal motivo, AMLO le apostó a la diplomacia y hasta se llegó a soñar en una fase recargada del añejo Programa Bracero. Sin embargo, y por desgracia, todo quedó en mucho ruido y pocas nueces, pues la contraparte norteamericana sí estuvo de acuerdo en tender algunos lazos de más, más no en signar un entendimiento de larga duración, como en los tiempos del Gral. Ávila Camacho y Franklin Delano Roosevelt.
El hecho es que, a día de hoy, vislumbramos dos relatos en pugna. La de aquellos que se resisten a abrazar al pluralismo y atacan a una poderosa minoría creciente. Y a otros que, conscientes de su status ciudadano, se resisten a la vicarial discriminación y al racismo sistémico. En su momento, los afroamericanos salieron a las calles y lograron derribar la segregación y las leyes de Jim Crow. Kennedy y Lyndon Johnson fueron sensibles y acabaron con un siglo de balcanización racial. A día de hoy, parece que los chicanos están inconformes, y, aunque efectivamente, hubiera podido haber brotes de violencia (que no se justifican para nada, reitero), se vislumbra la necesidad de ser escuchados y abrazados por aquella que es su patria-destino. Veremos cómo termina esta historia. Sin embargo, Gavin Newson y Karen Bass parecen haber tenido una sensibilidad de la cual han carecido Trump y sus partidarios. Al tiempo.





