Opinión

Siete años incomodando al poder: La Verdad Juárez y el periodismo que no calla




junio 23, 2025

Ciudad Juárez nos recuerda que la palabra sigue siendo peligrosa… sigue siendo necesaria. El periodismo que incomoda, que denuncia, que recuerda, es parte de nuestra última línea de defensa contra la barbarie. No el que disfraza la violencia, sino el que la revela. Porque sólo nombrando podemos comenzar a transformar

Por Salvador Salazar Gutiérrez

Escribir en México es, cada vez más, escribir frente a un monstruo que devora la verdad y la justicia. La indispensable posición de dar cuenta contra el olvido, contra el miedo, contra el poder que todo lo invade. Y esto se ha vuelto indispensable en Ciudad Juárez donde la violencia ha dejado cicatrices sobre la ciudad y sobre los cuerpos de sus habitantes. Para muchos compas periodistas,  ejercer su trabajo de forma ética y crítica se ha vuelto un reto casi demencial ante las fauces de la fiera que controla y domina casi todo el entramado social, económico y político.

Desde hace décadas, distintas voces del pensamiento crítico latinoamericano han advertido que los medios de comunicación en la región no son espacios neutrales, ni escenarios abstractos de deliberación. Por el contrario, son territorios disputados, campos de batalla simbólicos en los que se define qué se nombra, qué se silencia y, sobre todo, desde qué lugar se cuenta lo que se cuenta. Jesús Martín-Barbero y Beatriz Solís Leree, por ejemplo, han insistido en que los medios tienen una responsabilidad no sólo informativa, sino histórica: dar cuenta de los procesos de exclusión, de resistencia, de memoria y de lucha que configuran nuestros países desde abajo.

Pero esta responsabilidad choca todos los días con una realidad brutal: el periodismo en México es una de las profesiones más peligrosas del continente. Más de 160 periodistas han sido asesinados en las últimas dos décadas. Las amenazas, los desplazamientos forzados, la censura oficial o empresarial, el miedo, la precariedad laboral, todo conspira para silenciar la palabra. Y sin embargo, sigue habiendo quienes escriben, quienes documentan, quienes se niegan a que la muerte sea también un silencio.

En Ciudad Juárez, donde la muerte parece haberse vuelto parte del paisaje cotidiano, el desafío es doble. El periodismo hegemónico ha contribuido por años a construir un relato plano, morbosamente repetitivo y bajo la complicidad con grupos de poder que viven de explotar las condiciones de vida de la población al grado de volver rentable sus propias muertes. La violencia se convierte en cifra, en nota roja, en lugar común. Se pierde la historia de vida, el rostro, el contexto. Y con ello, desaparece también la posibilidad de comprender, ubicar, y plantear una mirada crítica de mayor alcance que nos permita pensar en otro mundo posible como sociedad. Porque comprender —como dice la historiadora y escritora Celia del Palacio— es el primer paso hacia la memoria, y sin memoria no hay justicia posible.

Del Palacio ha trabajado ampliamente sobre la violencia contra periodistas en México, pero también sobre el papel que juega el periodismo en la construcción de la memoria colectiva. Su perspectiva es clara: una prensa que no incomoda, que no cuestiona, que no arriesga, termina siendo cómplice. Y lo vemos cada día en las grandes cadenas que reproducen boletines oficiales sin más, que prefieren el entretenimiento al análisis, y que construyen un sentido común profundamente conservador. Frente a eso, el periodismo crítico —el que nace desde abajo, el que se hace en colectivo, el que escucha antes que hablar— se convierte en una trinchera ética. Medios como La Verdad Juárez, colectivos de periodistas independientes o redes como Periodistas de a Pie han demostrado que es posible narrar desde otro lugar. No desde el espectáculo de la sangre, sino desde la escucha atenta de las víctimas; no desde el discurso del poder, sino desde la resistencia cotidiana. Son espacios pequeños, a veces frágiles, pero absolutamente fundamentales.

Porque en un país como México, donde la impunidad es la regla, contar lo que pasa no es suficiente. Es necesario contar por qué pasa, a quién le conviene que siga pasando, y qué voces están siendo silenciadas. Y eso exige, inevitablemente, tomar postura. No una postura partidista, sino una postura ética: estar del lado de quienes sufren, de quienes buscan, de quienes no se resignan. Como escribió Eduardo Galeano, “la libertad de expresión no vale mucho cuando no hay libertad después de la expresión”. Bolívar Echeverría lo advirtió con claridad: vivimos en sociedades donde el dolor se convierte en mercancía, donde el sufrimiento se consume y se olvida con rapidez. Y los medios, si no resisten esa lógica, terminan por reproducirla. Por eso necesitamos una prensa que desobedezca. Que no tenga miedo de llamar por su nombre a los feminicidios, a las desapariciones, a la corrupción. Que se atreva a construir otras narrativas, más lentas, más profundas, más humanas.

Esto no es ingenuidad. Sabemos que muchos periodistas son explotados, mal pagados, expuestos a riesgos que deberían ser inadmisibles. Sabemos que sin garantías mínimas de seguridad, libertad y dignidad laboral, es difícil pedir una prensa libre y comprometida. Pero también sabemos que hay quienes, pese a todo, siguen ejerciendo un periodismo que hace temblar al poder. Y eso, en un país como el nuestro, es un acto de valentía que merece ser defendido. Ciudad Juárez, con su historia de muerte y resistencia, nos recuerda que la palabra sigue siendo peligrosa. Y precisamente por eso, sigue siendo necesaria. El periodismo que incomoda, que denuncia, que recuerda, es parte de nuestra última línea de defensa contra la barbarie. No el que adorna la realidad, sino el que la enfrenta. No el que disfraza la violencia, sino el que la revela. Porque sólo nombrando podemos comenzar a transformar. Felicidades a las compas de La Verdad Juárez por su séptimo aniversario, se han vuelto indispensables.

***

Salvador Salazar Gutiérrez es académico-investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Integrante del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores nivel 2. Ha escrito varios libros en relación a jóvenes, violencias y frontera. Profesor invitado en universidades de Argentina, España y Brasil. En el 2017 fue perito especialista ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos para el caso Alvarado Espinoza y Otros vs México.


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