Explicar la génesis del conflicto judeopalestino no resulta algo sencillo, pues es un hecho que tiene ramificaciones en el ámbito religioso e histórico, que van más allá de la política contemporánea
Por Hernán Ochoa Tovar
En los últimos días, diversas naciones de Europa Occidental han dejado de lado el tradicional soslayo hacia Palestina, reconociéndola oficialmente como un estado independiente, y proponiendo a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que haga lo propio, dando así un bandazo al liderazgo israelita. Líderes como Keir Starmer, Pedro Sánchez y Emmanuel Macron se pronunciaron en ese sentido; mientras sus pares nórdicos se decantan por imponer sanciones más severas a Benjamín Netanyahu, el polémico rimer ministro de Israel que, a través de su guerra total, ha puesto en un brete el prestigio de su joven nación.
Debo decir, con toda franqueza, que explicar la génesis del conflicto judeopalestino no resulta algo sencillo, pues es un hecho que tiene ramificaciones en el ámbito religioso e histórico, que van más allá de la política contemporánea. Ejemplo de esto es que Israel siempre fue un territorio muy disputado. Desde los romanos, en la antigüedad; hasta los turcos; pasando por el Mandato Británico de Palestina en los albores del siglo XX, la otrora Tierra Prometida fue desde su gestación un factor de división y pugna entre lugareños y potencias. Si, en el ámbito milenario, la poderosa Canaán había sido el sitio a donde arribaron los judíos luego de huir de los egipcios, después de vagar años por el desierto, pronto Jerusalén, su conspicua capital, se convirtió en sitio emblemático no sólo para los cristianos, sino para los judíos y hasta los musulmanes.
Luego de siglos en esta situación, quizás pudo pensarse que el siglo XX podría traer la anhelada paz con la descolonización y una ulterior independencia del territorio. Sin embargo, no fue del todo así. Tras la Segunda Guerra Mundial, decenas de judíos, cuyos ancestros habían emprendido la consabida diáspora, retornaron a Palestina para fundar ahí su patria, luego de vivir en carne propia los horrores y el calvario del Holocausto. Con esa acción, las naciones que integraban la naciente ONU se dividieron, pues mientras algunas pensaron en la solución de dos estados, otras apoyaron la gestación del moderno Estado de Israel, entre quienes se encontraban la superpotencia emergente: Estados Unidos. Así, Israel fue ampliando sus linderos y la soberanía, mientras los palestinos eran atacados y confinados. La convivencia fue tornándose cada vez más compleja y estuvieron a un paso de la guerra (literal y de baja intensidad) durante muchos años de su controversial existencia.
A pesar de todo, hubo un tiempo en el cual se albergó la esperanza. Líderes disímiles como Shimon Peres y Yaser Arafat buscaron llegar a un acuerdo. Conversaron en Noruega y estuvieron a punto de darle vuelta a la página del ancestral conflicto. Sin embargo, los intereses y los rencores pudieron más que lo que había sido un buen acuerdo. De ambos lados había actores que estaban interesados en que el conflicto no se solucionara, sino que perviviera para séculae secúlorum. Entre ellos podemos citar a Benjamín Netanyahu y a Mahmud Abbas, curiosamente ambos gobernantes en funciones de sus territorios (Israel y Palestina).
Aunque cada vez fue adoptando posturas más extremistas, Bibi Netanyahu siempre preconizó el sionismo más radical. De manera semejante, Abbas parecía invocar, en su retórica, a una guerra santa contra los invasores que habían allanado su territorio. Con dos actores tan radicalizados, lo menos que se podría esperar sería el diálogo. Y, en efecto, así ha sido. Mientras estuvieron personajes como Peres o Sharon, las conversaciones entre pares no sonaban como algo tan improbable. Empero, la entronización de Netanyahu en detrimento de Tzipi Livni –una política moderada, del grupo de Ariel Sharon– parece haber abierto la caja de Pandora en el pequeño pero complejo estado situado en los confines del Medio Oriente.
A día de hoy, la situación en Israel es compleja. Netanyahu parece ser un factor real de poder en la política interna, pero, a nivel global, es cada vez más un paria. Peleado con media docena de líderes internacionales –hasta Lula ya le dio la espalda–, se encamina a reducir el prestigio de Israel a algo menos que cenizas discursivas. Cuando hasta el papa León XIII ha criticado su oscuro devenir, es un indicativo de que las cosas en medio oriente están peor de lo que las imaginamos. Así, como podemos ver, Netanyahu podrá presumir su belicismo, pero ha perdido la batalla cultural en todos los sentidos. Esto porque, si antes la causa de Palestina era privativa de una parte de las izquierdas (Olivier Besancenot, otrora líder del Nuevo Partido Anticapitalista Francés, preconizaba, desde la primera década del 2000, que había que reconocer al pueblo palestino) ahora ha calado hondo en la intelectualidad orgánica y en las figuras señeras del liberalismo mundial. A pesar de esto, Netanyahu parece tener un as bajo la manga, pues conserva el respaldo de Donald Trump, no obstante el repudio que se está granjeando a lo largo y ancho del planeta.
Finalmente, terminaré con una cereza en el pastel. Creo que, como lo dicen la mayoría de los países de Europa Occidental, la solución más cabal para salir de este embrollo es la salomónica decisión de los dos estados. Si ya se intentó en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y, en la antigüedad, ya estuvieron divididos en dos reinos –Israel al norte y Judá al sur– ¿Porqué no volverlo a internar en esta compleja vigésimo primera centuria? Más vale un mal arreglo que un buen pleito como el que estamos viviendo. Y lo que es peor, está arrastrando al resto del mundo a su diatriba. Es cuanto.
PD. El líder de MC, Jorge Álvarez Máynez, exhortó a la presidenta de la República, la doctora Claudia Sheinbaum, a romper lazos con el gobierno israelí. Viendo la masacre que este sujeto está cometiendo en oriente, creo que lo mejor que puede hacer el gobierno de México es romper todo nexo con él, no obstante sea un valeroso aliado de Estados Unidos (nuestro principal socio comercial). Si Slobodan Milosevic fue catalogado como el carnicero de los Balcanes a mediados de la década de 1990, Bibi Netanyahu se encamina a un derrotero semejante, pudiendo ser recordado, tristemente, como el carnicero de Medio Oriente.
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Hernán Ochoa Tovar. Académico y analista político. Antropólogo y doctor en Pedagogía Crítica. Ha sido docente en la ENAH Chihuahua, el Centro de Investigación y Docencia, y en el Centro Montessori de Estudios Superiores, desempeñándose actualmente en la Escuela Normal Superior José E. Medrano (ENSECH) en Chihuahua capital. Sus temas de interés son la historia contemporánea, la coyuntura política y el devenir educativo.





