César Fierro vivió cuatro décadas en una prisión de Texas, donde 14 ocasiones esperó que le aplicaran la pena de muerte por un crimen que no cometió. Sus únicas compañías: una preocupación, la salud de su madre, y un tatuaje de la luna. Al ser liberado en 2020 regresó a un Ciudad Juárez desconocido
Por Andro Aguilar / Animal Político
Durante cuatro décadas, la única forma en que César Fierro vio la luna fue a través del tatuaje que tiene en la muñeca izquierda, mientras esperaba la ejecución de la sentencia que lo condenó a muerte en una cárcel de Estados Unidos, acusado sin pruebas de haber matado a un hombre.
La segunda mitad de su encarcelamiento padeció un aislamiento estricto, sin contacto físico con otras personas ni exposición a la luz natural.
En 14 ocasiones esperó que le quitaran la vida en las fechas ya programadas que su defensa logró aplazar hasta alcanzar su anulación, y posteriormente su libertad.

Durante esos años, relata en entrevista, más que miedo a la muerte, César Fierro tuvo preocupación por la salud de su madre.
“Lo que me apuraba era mi mamá, porque lloraba mucho, se asustaba. Yo quería consolarla y decirle que no iba a pasar nada. No sé si me crean porque dicen que la muerte asusta, pero yo decía ‘tengo que salir un día’”.
Al ser liberado 41 años después, César Fierro volvió desde Texas a su natal Ciudad Juárez, Chihuahua, pero ya no alcanzó a su madre ni a sus hermanos.
—Ya no’más quedo yo —dijo—. Tampoco encontró muchos de los sitios que existían casi medio siglo atrás.
—Fuimos a Juárez y pensaba: ‘esto no estaba cuando yo vivía aquí; tienen una cosa nueva acá, ¿dónde quedó lo que yo conocí?’ Ando perdido, como quien dice. Ahí vamos poco a poco. Pero está difícil.
El caso de César Fierro ha sido retratado por el cineasta Santiago Esteinou en dos documentales, Los años de Fierro (2013) y La libertad de Fierro (2024), próximos a exhibirse en salas comerciales a partir del 10 de octubre.
En este último filme, el director retrata las distintas batallas de César Fierro tras salir de prisión. Su lucha para que el Estado le brinde una reparación del daño por sus actos y omisiones, su camino para recuperarse del impacto psicoemocional y cómo adaptarse a un mundo completamente distinto al que conoció antes de ser encarcelado.

Una de las principales complicaciones para César Fierro es el desarrollo tecnológico y la prisa con la que vive la gente. Cuando fue encarcelado en 1979, el ritmo del mundo no era tan apresurado. Al recuperar su libertad en 2020 —en plena pandemia de covid— notó cómo las personas se comunican a miles de kilómetros a través de pantallas y permanecen hiperconectadas con teléfonos que concentran buena parte de sus vidas.
“El teléfono todavía no lo puedo usar bien —explica— y me da mucha desesperación estar entre mucha gente, me pongo muy nervioso. No me puedo adaptar al 100 %. Yo creo que nunca voy a llegar a adaptarme de nuevo porque, pues no sé… quedé traumado, me imagino”.
“Para consolarme me ponía a cantar”
César Fierro fue detenido en El Paso, Texas, en 1979 y condenado a muerte un año después, por presuntamente ser responsable del asesinato de un taxista. Su confesión fue obtenida bajo coacción, luego de que la policía de Ciudad Juárez —en colusión con la estadunidense— arrestó de forma arbitraria, amenazó y torturó a su madre Socorro Reyna Romero y a su padrastro Alfredo Murga García.
La violación al debido proceso fue reconocida en apelaciones estatales, pero durante todos esos años la Corte se negó a otorgarle un nuevo juicio. De forma paralela, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que Estados Unidos violó el derecho de César Fierro a la asistencia consular tras su detención.
César Fierro recuerda de sus años en reclusión lo común de las agresiones de los custodios. Le lanzaban gas directo para molestarlo o le oprimían la tráquea hasta que ya no podía respirar.
Para conciliar el sueño, desnudo dentro de su celda, hacía ejercicio hasta ya no poder más, fuera de día o de noche. También cantaba las canciones que aprendió en su niñez y juventud.
“Para poder quedarme dormido, porque no me dejaban, iban a molestar, me puse a hacer ejercicio. Y para consolarme se me venían canciones de allá de los sesenta, los setenta. Me ponía a cantar. Así me consolaba. Todo salió bien, nomás que ahora ya todo salió mal —dice y se sostiene el vientre mientras ríe— ya no hago ejercicio”.
Cuando cumplió 40 años en prisión, en diciembre de 2019, la Corte de Apelaciones Criminales de Texas anuló la pena de muerte, porque las instrucciones dadas al jurado durante la sentencia del juicio no consideraron las circunstancias atenuantes del delito, algo violatorio de la Octava Enmienda de la Constitución de Estados Unidos. César Fierro fue deportado a México.
Era mayo de 2020. Salió de madrugada, vestido con prendas más grandes que su talla, en plena contingencia por la pandemia de covid, con comercios y centros de reunión cerrados.
Un agente migratorio le pidió que se pusiera un cubrebocas, lo encaminó cerca de los límites de México en Tamaulipas y le señaló el puente fronterizo que debía cruzar.

Reparación del daño, un pendiente
En 2024 la Comisión Nacional de Derechos Humanos atrajó el caso y emitió una recomendación contra autoridades mexicanas. Acreditó violaciones graves a la libertad, integridad y seguridad personal, al debido proceso, seguridad jurídica, a la dignidad y al proyecto de vida de César Fierro por la comisión de actos de tortura por policías municipales de Ciudad Juárez, Chihuahua, lo que derivó en la confesión coaccionada.
El organismo también determinó que la Comisión Estatal de los Derechos Humanos de Chihuahua vulneró los derechos a la seguridad jurídica y a la legalidad al desestimar el caso.

El cineasta Santiago Esteinou subraya cómo la burocracia para atender a las víctimas se vuelve una nueva forma de violencia.
La respuesta efectiva de las autoridades de Chihuahua para atender la recomendación ha sido lenta, pero más de un año después ya hay un acuerdo que derivó en que la Comisión Estatal de Atención a Víctimas Estatal comience a brindar las medidas de atención urgente, que por lo pronto sólo durarán ocho meses.
“Tú no puedes esperar que una persona que ha estado sometida a confinamiento solitario, por 20 (años) en absoluto confinamiento, y otros 20 con 17 horas de confinamiento al día, a los 69 años de edad, va a salir y va a tener 10 ofertas de trabajo y va a ser completamente autosustentable económicamente. Hay que asumir las consecuencias de ese crimen, que fue la detención arbitraria de la mamá y del padrastro de César para coludirse con la policía norteamericana y obligar a César a confesar. Ahí sí está en la batalla, no te puedo decir que no hay respuesta del estado de Chihuahua, pero esa lentitud burocrática sí es una forma de violencia”.
La libertad de tomar un café
Luego de pasar la mayor parte de su vida preso por un crimen que no cometió, César Fierro describe la libertad como la posibilidad de realizar actos en apariencia intrascendentes, como tomar un café, pasear, comer chilaquiles en su restaurante favorito o incluso cocinar, como lo hizo en su juventud.
“Es lo máximo, porque aquí puedo pedir un café, puedo pedir qué comer, puedo salir a pasear. Si quiero hacerme loco, me hago loco, hago lo que quiero ahora (…) Ahora trato de pasarla lo mejor posible para aprovechar lo que me queda de tiempo, porque ya no soy un jovencito”.
***
Este contenido es publicado por La Verdad con autorización de Animal Político. Ver su publicación aquí.



