Opinión

¿Neopanismos en el siglo XXI?




octubre 10, 2025

“Creo que el blanquiazul debe seguir orbitando en donde está. Definirse como un partido de derecha moderna, y no buscar robarle banderas a Eduardo Verástegui o a Jorge Serrano Limón… ayudará el hecho de que el partido de Gómez Morín se abra a la sociedad”

Por Hernán Ochoa Tovar  

Recientemente en una entrevista, el exgobernador de Querétaro y ex líder nacional del PRI, Mariano Palacios Alcocer, dejó entrever que varios males aquejaban a los partidos políticos contemporáneos, destacando el transfuguismo (chapulinismo), así como la falta de cuadros propios, lo que lleva a que se importe cascajo en aras de tener candidaturas, y que las ideologías, antes sólidas, se desdibujen; yo añadiría, ante esta modernidad líquida (Zygmunt Bauman, dixit), pues, si hasta antes de la caída del Muro de Berlín, había credos fuertes que se aglutinaban en los diversos partidos, desde el consabido Fin de la Historia preconizado por Francis Fukuyama a inicios de la década de 1990 –y que fue un hit en términos metodológicos–, las mismas se fueron desdibujando hasta extremos infranqueables.

Quizá por eso, institutos que hasta la década de 1990 tenían un ideario sólido, lo han ido modificando con base en las necesidades del electorado. Eso no es tan malo, pues, contrario a lo que se cree, las sociedades tienden a ser cambiantes y los preceptos no pueden quedar escritos en piedra. Sin embargo ¿qué tan positiva es la liquidez absoluta? A continuación hablaré del caso del blanquiazul, el cual, de acuerdo a su dirigente actual Jorge Romero, busca abrir las candidaturas a la sociedad, rebasando por la izquierda al resto de los institutos ¿Es positivo o no lo es? Veamos.

Durante años, el blanquiazul tuvo una ideología definida. Si el viejo PRI encarnaba al centro político –con todos sus vaivenes y argamasas–, el blanquiazul representaba el costado derecho, así como a la sempiterna oposición al viejo régimen. Y aunque no estuvo exento de pugnas internas, pues en él coexistían el liberalismo de Gómez Morín, con el conservadurismo del bajío propugnado por José González Torres, básicamente era una lucha ordenada en el seno de los grandes partidos opositores.

Las primeras pugnas vinieron en la década de 1970, cuando, el grupo regiomontano, comandado por José Ángel Conchello, buscaba acciones más determinantes para enfrentar a la hegemonía tricolor, arguyendo que, durante casi cuatro décadas, el crecimiento electoral del tricolor había sido nimio. En tanto, otro sector, buscaba seguir enarbolando la democracia cristiana, argumentando que el tener una ideología clara y concisa era más pertinente que los resultados electorales contundentes.

Dicha pugna siguió y se fortaleció durante la década de 1980, teniendo como parteaguas la crisis de 1982 y la ruptura del gobierno lopezportillista con el empresariado. Al ver que las decisiones tomadas por la cúpula gubernamental eran lesivas para la iniciativa privada, un sector de los capitanes de la industria abandonaron su alianza pragmática con el tricolor y comenzaron a apoyar la democratización de México.

Dicho discurso prendió más en algunas entidades, destacando Chihuahua, donde el blanquiazul ganó un cúmulo de municipios, destacando los más relevantes económicamente en el estado, tales como Chihuahua, Juárez, Delicias, Parral y Camargo (el famoso corredor azul). Esto, y factores como el Verano Caliente del ’86, llevaron a que el blanquiazul comenzara a tener fuerza en algunos bolsones, y ciertos personajes, denominados los neopanistas, empezaron a llegar al partido, así como a disputar comicios competidos. Entre los mismos, podemos citar a Manuel Clouthier, Vicente Fox, Francisco Barrio, Ernesto Rufo, así como Rodolfo Elizondo; la mayoría de ellos norteños -salvo Fox, que es guanajuatense- que tenían una visión más pragmática acerca de los fenómenos electorales, así como un sentir más cercano al popular.

A pesar de esto, dichos personajes encarnaban una paradoja. No obstante ser más populares que muchos de los santones del blanquiazul, parte de su militancia los rechazaba, pues los visualizaba como oportunistas quienes veían la praxis, más allá de la doctrina. Y dicha división llegó hasta los altos mandos del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, pues mientras una parte de los mismos propugnaban por poner el bagaje ideológico por delante; otros pensaban que había que ponderar los fenómenos reales en lugar de las disquisiciones. La discusión la ganaron los neopanistas, encabezados por don Luis H. Álvarez –curiosamente, un cuadro histórico del partido– bajo cuya dirección, el blanquiazul comenzó a tener más curules y a ganar gubernaturas, además de avalar algunas de las reformas económicas y sociales enarboladas por el salinismo.

Aunque esto les permitió ser la catapulta que ganaba elecciones, y eventualmente ganar la Presidencia de la República en el año 2000, no todos los militantes estaban de acuerdo con ese derrotero. Como muestra, destacados personajes como Jesús González Schmall y Bernardo Bátiz –destacados cuadros de la democracia cristiana– terminaron militando en las izquierdas; mientras Pablo Emilio Madero, viejo líder, antecesor de don Luis, acabó su carrera política como candidato presidencial del PDM ( el gallito colorado un extinto partido de corte cristero y de ultraderecha, con raigambre en el Bajío y los Altos de Jalisco) en 1994. Sin embargo, la tendencia era la modernización. Y lo fue, en lo subsecuente; hasta que comenzaron a perder elecciones.

Por su parte, el arribo de Vicente Fox a la Presidencia, en el año 2000, no calmó los debates internos. Si ya antes, Felipe Calderón había dicho que “había que tener el gobierno sin perder el partido”, Vicente Fox deslizó que era menester mandar a la doctrina de “vacaciones” y privilegiar la praxis. De hecho, las pugnas entre Fox y Luis Felipe Bravo Mena, a la sazón líder nacional del PAN, fueron respetuosas, pero memorables, no teniendo parangón en la historia moderna –pues, hasta el salinismo, el partido oficial era una extensión de los designios presidenciales, hecho que se ha replicado un poco con los gobiernos de la 4T–. Y aunque Calderón sí era visto como uno de sus cuadros históricos, y no como un neopanista, el consabido desgaste había comenzado a cobrarles factura.

A partir de entonces, el debate acerca de la naturaleza blanquiazul ha pervivido. Y aunque la visión moderna ha pervivido –hecho que celebro–, sí existen trasnochados que quisieran despertar a los cristeros de las catacumbas. Para muestra, cuando Salvador Abascal, dirigente del partido español Vox (de corte fascista), fue recibido por una parte de la bancada senatorial blanquiazul, destacando a Lilly Téllez y Julen Rementería (quien luego se desdijo). Aunque dicha acción fue reprobada por cuadros destacados del blanquiazul, destacando al exsenador Gustavo Madero y al expresidente Felipe Calderón; si existen grupúsculos tratando de medrar con estas pulsiones nefastas.

Entre los personajes aludidos destaco a la propia Lilly Téllez, además del exgobernador queretano Ignacio Loyola; pudiendo incluir ahí, al propio diputado local, Carlos Olson. Esto, porque pretenden combatir una agenda de izquierda, con atisbos que no destacan nada por su talante democrático o liberal. De hecho, los anteriormente aludidos se vislumbran como notables enemigos del liberalismo nacional, y se oponen a muchos de los avances de la sociedad contemporánea.

Con base en lo anterior, creo que el blanquiazul debe seguir orbitando en donde está. Definirse como un partido de derecha moderna, y no buscar robarle banderas a Eduardo Verástegui o a Jorge Serrano Limón. Considero que, sin duda, ayudará el hecho de que el partido de Gómez Morín se abra a la sociedad, pues, de acuerdo a algunos politólogos, era de los más refractarios a hacerlo. Empero, creo que deberían cuestionarse qué tipo de ciudadanos quisieran jalar para incorporarlos a su militancia. Efectivamente, en la sociedad civil hay grandes cuadros que pudieran hacer un excelente papel en los gobiernos locales y nacionales. Sin embargo, para adherirte un partido, creo que debería ser condicionante compartir tus valores, y no portar su camiseta como si fuera un mero partido de futbol.

Considero que es bueno caminar siempre adelante y aprender de los errores del pasado. Una democracia de más calidad la merecemos todos, y si esta acción va a caminar en este sentido, la celebro. Por lo tanto, y con base en lo anterior, les concedo el beneficio de la duda. Para la reflexión y al tiempo…

***

Hernán Ochoa Tovar. Académico y analista político. Antropólogo y doctor en Pedagogía Crítica. Ha sido docente en la ENAH Chihuahua, el Centro de Investigación y Docencia, y en el Centro Montessori de Estudios Superiores, desempeñándose actualmente en la Escuela Normal Superior José E. Medrano (ENSECH) en Chihuahua capital. Sus temas de interés son la historia contemporánea, la coyuntura política y el devenir educativo.

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