Opinión

Palabras que incomodan, palabras que resisten: la disputa por lo decible




octubre 13, 2025

Frente a un Estado que legisla el silencio, hablar con inclusión es ejercer un acto de desobediencia simbólica… Nombrar es resistir. Y resistir, en este caso, es la única forma de hablar verdaderamente desde lo humano.

Por Salvador Salazar Gutiérrez

La aprobación en el Congreso de Chihuahua de una ley que prohíbe el uso del lenguaje inclusivo, bajo el argumento de que constituye una “ideología de género” que “deforma el español”, no es un hecho aislado, sino un síntoma de las disputas contemporáneas en torno a los límites del lenguaje, la producción del sentido y las formas en que se ejerce el poder sobre lo decible. La iniciativa, que pretende resguardar un supuesto “buen uso del idioma”, exhibe en realidad la profundidad ideológica de la relación entre lenguaje y poder. Es decir, no se trata de un debate gramatical, sino de un intento por preservar una forma particular de orden simbólico. Para entender este fenómeno, resulta ilustrativo dos recorridos a partir de la lectura de Slavoj Žižek en El sublime objeto de la ideología (1989) y de Judith Butler en Palabras que hieren (1997). Zizeck y Butler, desde tradiciones teóricas distintas, permiten iluminar los mecanismos por los cuales el lenguaje se convierte en campo de disputa política y afectiva, y muestran que la neutralidad lingüística es una de las formas más eficaces de la dominación simbólica.

Desde la perspectiva zizekiana, la ideología no debe entenderse como una simple manipulación o un engaño producido por quienes detentan el poder, sino como el entramado inconsciente que da forma a la realidad social. En contra de la concepción clásica que asocia la ideología con la falsedad, Žižek plantea que lo ideológico es aquello que estructura nuestra experiencia de lo real y la hace soportable. La ideología opera precisamente en el punto en el que creemos estar más libres de ella: cuando afirmamos que solo defendemos la “verdad”, la “razón” o la “gramática correcta”. En este sentido, el discurso que sostiene la fundamentación de esta ley  —la defensa del lenguaje como entidad neutra amenazada por una “ideología de género”— constituye un ejemplo perfecto de lo que Žižek denomina el cinismo ideológico contemporáneo: “ellos saben muy bien lo que hacen, y aun así lo hacen”. Me parece que el diputado y quienes apoyan su iniciativa no ignoran que el lenguaje está históricamente configurado por relaciones de poder, pero actúan como si no fuera así, reproduciendo una estructura simbólica de exclusión bajo la apariencia de sensatez, racionalidad y la defensa del “buen uso” o “uso correcto” del lenguaje

La ideología, para Žižek, se encarna en las prácticas cotidianas, en los hábitos, en los gestos y en los usos del lenguaje que nos hacen experimentar el mundo como natural. No es un velo que oculte una verdad externa, sino la sustancia misma de la vida social. En consecuencia, cuando el discurso político defiende el “buen uso del idioma” frente a la “deformación” del lenguaje inclusivo, lo que en realidad hace es preservar el orden simbólico patriarcal inscrito en la gramática. El masculino genérico, al que se atribuye neutralidad, funciona como un universal falso que borra la diferencia y excluye a quienes no se ajustan a la norma binaria. La ideología dominante consiste, entonces, en hacer pasar esta exclusión por un principio natural, en ocultar el carácter político de lo que se presenta como puramente lingüístico. Desde esta lectura, la ley no solo regula el habla, sino que regula lo pensable delimitando el marco de lo que puede ser dicho, y por tanto, de lo que puede ser reconocido.

La segunda ruta de lectura, complementaria a la anterior, se abre con los planteamientos de Judith Butler en Palabras que hieren. Butler desplaza la pregunta por el lenguaje desde su estructura ideológica hacia su dimensión performativa. El lenguaje, sostiene, no es una herramienta neutra que simplemente nombra un mundo ya dado o establecido; es una práctica que crea realidades, una forma de acción que puede herir, excluir, producir o posibilitar cuerpos y sujetos. Decir es hacer, ese es el planteamiento clave. Las palabras no solo comunican, sino que instauran los límites de lo reconocible. Desde esta perspectiva, el lenguaje inclusivo es una intervención política que busca desarticular los regímenes de inteligibilidad que determinan qué vidas pueden ser nombradas y, en consecuencia, reconocidas. Butler afirma que “nombrar es conferir existencia” y que negar el nombre es negar el derecho a existir. La violencia del lenguaje no radica únicamente en los insultos, sino también en el silenciamiento y en la prohibición de nombrar.

En su texto, Butler examina cómo ciertos discursos producen daño no solo porque ofenden, sino porque sitúan a los sujetos dentro de marcos de poder que los constituyen como inferiores, desviados o inexistentes. Así, una ley que prohíbe el lenguaje inclusivo no solo restringe una forma de expresión; es un acto performativo que refuerza jerarquías sociales y reinstaura la hegemonía del sujeto masculino como medida universal del habla legítima. La censura, en este caso, es una práctica de sujeción. Al impedir que se nombren las identidades disidentes o no binarias, se perpetúa la matriz de poder que las excluye del espacio público. Como señala Butler, el poder del lenguaje no proviene únicamente de la intención del hablante, sino del régimen social que lo dota de fuerza. Prohibir ciertas palabras equivale a reforzar los marcos que otorgan poder a otras. Por eso, frente a la ley chihuahuense, el lenguaje inclusivo se vuelve una práctica de resistencia,  un modo de reconfigurar los límites de lo decible y de disputar el monopolio de la palabra legítima.

En términos generales, ambas rutas considero convergen en un punto crucial: el lenguaje no es un territorio neutral, sino el escenario mismo de la lucha ideológica y política. Para Žižek, la ideología se encarna en la cotidianidad del lenguaje que naturaliza la exclusión; para Butler, el lenguaje es el campo performativo donde esa exclusión puede ser interrumpida. Žižek muestra cómo el poder se disfraza de neutralidad; Butler, cómo esa neutralidad puede ser subvertida desde el acto mismo de hablar. Desde una lectura conjunta, la ley que prohíbe el lenguaje inclusivo se revela como un intento de restablecer el orden simbólico de la ideología dominante, mientras que el uso del lenguaje inclusivo encarna la posibilidad de un gesto emancipador que revela el carácter político del decir.

Defender el lenguaje inclusivo, por tanto, no implica imponer una ideología, sino reconocer la ideología que ya habita el lenguaje. Frente a un Estado que legisla el silencio, hablar con inclusión es ejercer un acto de desobediencia simbólica. En un contexto donde se pretende prohibir el nombrar, insistir en el uso del lenguaje inclusivo es insistir en la existencia misma de quienes el poder quisiera borrar. Nombrar es resistir. Y resistir, en este caso, es la única forma de hablar verdaderamente desde lo humano.

Para finalizar,  resulta casi cómico —si no fuera trágico— que quienes celebran la aprobación de esta ley lo hagan convencidos de haber derrotado una “ideología”, sin advertir que su júbilo es la puesta en escena más clara de la ideología que dicen combatir. Ese gesto de triunfo, envuelto en una moral de pureza lingüística, es el rostro cínico del poder que festeja su propio autoengaño. Pero la ironía es que su expresión de victoria, es muestra de su propia fragilidad. Frente a la imposición del silencio, persistirá el murmullo plural, irreverente y abierto de quienes, desde las grietas del lenguaje, defienden la inclusión como principio democrático.

***

Salvador Salazar Gutiérrez es académico-investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Integrante del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores nivel 2. Ha escrito varios libros en relación a jóvenes, violencias y frontera. Profesor invitado en universidades de Argentina, España y Brasil. En el 2017 fue perito especialista ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos para el caso Alvarado Espinoza y Otros vs México.

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