Camus y Sartre nunca se reconciliaron… Entre ambos se extiende el mapa entero de la condición humana. En sus diferencias se juega todavía nuestra pregunta más antigua: ¿cómo vivir cuando el mundo ha dejado de tener sentido?
Por Miguel A. Ramírez-López
Hubo un tiempo en que Albert Camus y Jean-Paul Sartre fueron inseparables. París, después de la guerra, era un hervidero de cafés, humo y debates que soñaban con rehacer al hombre desde las ruinas de Europa. Sartre tenía el gesto severo del intelectual comprometido; Camus, la sonrisa triste del mediterráneo que intuye que toda filosofía nace de una emoción. Entre ambos se abrió un abismo: el sentido del sinsentido.
El existencialismo de Sartre y el absurdismo de Camus nacen de una misma herida —la crisis de sentido en el siglo XX—, pero ofrecen respuestas divergentes. En El ser y la nada, Sartre ve al hombre como un proyecto inacabado, condenado a ser libre. No hay esencia previa ni destino: somos lo que elegimos ser. En esa libertad radical se esconde también la condena de decidir sin guías. «Estamos condenados a ser libres», escribió Sartre, y esa frase bastó para incendiar generaciones. La existencia precede a la esencia; no hay Dios ni valores dados, sólo el vértigo de la elección.
Camus no lo niega, pero se detiene antes del salto. Su punto de partida es la sensación del absurdo: el enfrentamiento entre el deseo humano de sentido y el silencio del mundo.
En El mito de Sísifo, el filósofo argelino define la conciencia del absurdo como una lucidez sin consuelo: comprender que la vida no tiene razón última, y aun así seguir viviendo. Mientras Sartre se lanza al compromiso político y a la acción moral, Camus se aferra al instante, a la belleza efímera del presente. No busca una salida al absurdo, sino una forma digna de habitarlo.
Esa diferencia se hizo irreconciliable. Sartre veía en Camus un moralista estético, un escritor incapaz de asumir la praxis revolucionaria. Camus veía en Sartre un dogmático que traicionaba la lucidez filosófica al someterla a la ideología. La ruptura entre ambos, tras la publicación de El hombre rebelde, fue también una disputa entre dos maneras de concebir la libertad: la que se ejerce en la acción colectiva, y la que resiste en la conciencia individual.
El absurdismo de Camus no es una rendición, sino una rebelión sin esperanza. En su visión, el hombre absurdo es Sísifo empujando su piedra una y otra vez, sabiendo que nunca alcanzará la cima, pero encontrando en el acto mismo de empujar una forma de libertad. «Hay que imaginar a Sísifo feliz», concluye Camus. El absurdo no se vence, se asume. El hombre no se define por lo que logra, sino por la dignidad con que sostiene su destino.
En cambio, para Sartre, la acción es inevitable. El hombre que comprende su libertad no puede quedarse en la contemplación del absurdo; debe comprometerse con el mundo. De ahí su defensa del marxismo como marco para transformar la realidad, su convicción de que la literatura debe ser un arma política. Sartre es el filósofo del compromiso; Camus, el del límite. Uno llama a la historia; el otro, al presente. Uno quiere cambiar el mundo; el otro, entenderlo sin mentiras.
En el fondo, ambos son hijos del mismo desamparo. Sartre elige responder con una ética de la acción; Camus, con una estética de la resistencia. El primero construye una ontología; el segundo, una poética. Sartre piensa en categorías; Camus escribe con imágenes: la piedra, el sol, el desierto, la peste. Donde Sartre analiza la libertad, Camus la encarna. Su estilo, más que filosofía, es una filosofía que se siente.
Hoy, cuando las ideologías se disuelven y las certezas morales parecen fósiles, Camus vuelve a tener razón: el absurdo es una experiencia cotidiana. Vivimos rodeados de información, promesas y causas, pero el vacío sigue ahí, paciente. Quizá el reto ya no sea elegir —como pedía Sartre— sino resistir sin ilusiones, como proponía Camus. No buscar una verdad, sino una forma bella de soportar su ausencia.
Camus y Sartre nunca se reconciliaron. Tal vez porque no podían: uno encarnaba la claridad solar del Mediterráneo; el otro, la sombra del café parisino. Entre ambos se extiende el mapa entero de la condición humana. En sus diferencias se juega todavía nuestra pregunta más antigua: ¿cómo vivir cuando el mundo ha dejado de tener sentido?
F∴F∴ Finem Facimus
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Miguel A. Ramírez-López es escritor, ensayista, docente y reportero. Estudió Arqueología en la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México, donde se especializó en temas de mitología, pensamiento mágico y religiones comparadas. Asimismo, trata temas de poder, cultura y sociedad en tiempos del capitalismo de vigilancia/aceleracionismo/antropoceno. Una de sus pasiones estriba en el aprendizaje de idiomas y la traducción literaria. Ha publicado los libros Cuando los adolescentes… Voces chihuahuenses sobre violencia, valores y esperanza por Umbral A.C. (2012) y HÜZÜN. Cuentos, relatos y garabatos por el Programa Editorial Chihuahua (2024).



