Opinión

Fonden: el recuento de los daños




octubre 17, 2025

No hay FONDEN, pero, al parecer, tampoco hay una estrategia integradora. Algo que se vislumbra desde hace varios gobiernos, y que los de la 4T parecen no corregir –veremos si el de la doctora Sheinbaum toma cartas en el asunto–, es que los desastres naturales se siguen viendo como hechos que hay que remediar, en lugar de establecer una ruta crítica que permita contrarrestarlos

Por Hernán Ochoa Tovar

He venido manifestando que uno de los errores que cometió el expresidente López Obrador, y que, desgraciadamente, endosó la mayoría parlamentaria de ese tiempo, fue el de haber desaparecido los fideicomisos hasta entonces existentes. Me explico: es cierto que su estimación, acerca de la corrupción inherente a los mismos era acertada. Sin embargo, proceder con una cirugía mayor cuando no existía el diagnóstico adecuado, resultó un remedio peor que la enfermedad; como si, para retirar un pie con gangrena, se tuviera que hacer una amputación total de toda la extremidad. Hago esta alusión porque ahora, con las lluvias atípicas que se han enseñoreado en el suroriente de la nación, particularmente en Puebla, Veracruz, Querétaro y San Luis Potosí, el extinto FONDEN (Fondo Nacional para los Desastres Naturales), así como una política integral hacia el cambio climático, y una adecuada instrumentación del área ambiental, hicieron que los factores se conjugaran para que le estallara a la Presidencia de la República una suerte de desastre perfecto.

Menciono esta palabra porque, a partir de la segunda mitad de la década de 1980, comenzó a primar una visión más preventiva acerca de los desastres naturales. Así, el terremoto de 1985 fue una especie de punto de inflexión, para que los mismos dejasen de ser vistos como catástrofes y se pusieran sobre la mesa, acciones tendientes a su prevención y a su contención. Ello, así como la conformación del FONDEN, a finales de la década de 1990, hicieron que fuera posible mitigar los desastres, al tiempo que las instancias gubernamentales no partían de cero, y sabían que hacer en caso de que se cerniera la tragedia.

Es importante decir que por supuesto, hubo claroscuros. Ciertamente el FONDEN no estuvo exento de corrupción. Y, si el terremoto de 1985 fue un parteaguas para el resquebrajamiento del régimen y de la consolidación de la transición a la democracia, el de 2017 fue un retrato de los peores vicios del mismo. Si, se pensó, el advenimiento de la democracia sería como una aspirina para los males que aquejaban a la nación, el fenómeno telúrico de 2017 reflejó las bajezas y los intereses oscuros de una clase política ambiciosa y en decadencia. Desgraciadamente, lo que echó a perder el remedio fueron los actores, no la acción. El instrumento era bueno, pero sus aplicadores tuvieron múltiples falencias. Y quizá toda esta gama de colores fue la que el expresidente López Obrador no pudo vislumbrar, cercenando así un mecanismo que era un acicate para el combate de los fenómenos naturales, que suelen ser moneda corriente en ciertas regiones de nuestro querido México.

Ahora, no hay FONDEN, pero, al parecer, tampoco hay una estrategia integradora. Algo que se vislumbra desde hace varios gobiernos, y que los de la 4T parecen no corregir -veremos si el de la doctora Sheinbaum toma cartas en el asunto-, es que los desastres naturales se siguen viendo como hechos que hay que remediar, en lugar de establecer una ruta crítica que permita contrarrestarlos. No se trata de luchar contra la naturaleza, sino de utilizar las informaciones a nuestro favor. Y esa parte sigue la asignatura pendiente de los gobiernos federales, pues, paradójicamente, los locales (municipal y local) sí han nombrado expertos para dirigir las áreas de Protección Civil, no quedando a deber tanto como la federación misma en el asunto.

Por otro lado, está la conducción de la materia. El desdén del expresidente López Obrador a los expertos, hizo que diversas dependencias -incluso las más técnicas- se llenaran de políticos leales, en lugar de personajes que conocieran a la agencia, o a la materia, como a la palma de su mano. Y, desgraciadamente, Protección Civil fue una de esas instancias. En lugar de nominar a alguien con expertise en el ramo, el ex mandatario llevó ahí a Laura Velázquez Alzúa, una antigua funcionaria de los tiempos del PRD, quien es conocida en las lides políticas, mas no por su capacidad técnica. Quizás necesitando operadores en áreas clave, AMLO la resucitó políticamente, pues tenía rato distanciada de la primera línea del quehacer político. Sustituyendo a David León, quien cayó en desgracia por unos videos que lo convirtieron en una suerte de René Bejarano del gobierno pasado, Velázquez entró como su relevo. Y aquí va una paradoja: León no se estaba desempeñando mal, pero la divulgación de ese material lo convirtió en una suerte de paria de la política. Con su trayectoria hecha añicos, Velázquez entró como su estafeta. Sin embargo, se ha caracterizado por ser una funcionaria cuyo desempeño ha oscilado entre lo gris y lo malo. Gris, porque nunca ha destacado; malo, porque, a pesar de su incompetencia, sigue ahí, y no tiene el decoro para presentar su dimisión. Algo así como el dinosaurio de Monterroso, pues el sexenio cambió y ella continuaba ahí, a pesar de las circunstancias.

Resulta justo decir que, al inicio de su gestión, intentó hacer algo, quizás tratando de probar que no era una novata o una improvisada. Quizás creyendo emular a Laurence Golborne, quien fuera el Ministro de Minería durante la primera gestión del finado Sebastián Piñera, Velázquez se apersonó en Coahuila (junto al gobernador de dicha entidad, así como de Luisa María Alcalde y Rosa Icela Rodríguez) para rescatar a unos mineros que habían quedado atrapados en un socavón. Sin embargo, ahí se vio una paradoja: mientras Golborne -que, según la película de Los 33,  jamás había pisado una mina- tuvo éxito, Velázquez no obtuvo la misma respuesta favorable y tuvo que retirarse calladamente del lugar, sin hacer demasiada alharaca. Sonó una contradicción, pues, mientras Pasta de Conchos fue uno de los casos emblemáticos propugnados por la izquierda cuando era oposición, el caso anteriormente mencionado no pudo resolverse siquiera, y, al parecer, se le concedió, un puesto en el reparto del olvido. Y mientras Golborne ganó la gloria y estuvo cerca de ser candidato presidencial, Velázquez recibió el ostracismo -que no el despido- y continuó haciendo su labor con un ostracismo impresionante, dejando ver su incompetencia cada vez que una tragedia enmudecía a los habitantes de la República Mexicana.

Ignoro porqué la doctora Sheinbaum no le ha pedido la dimisión a esta funcionaria, que, para variar, le está haciendo quedar mal ante la opinión y el electorado. Si ya se fueron Romero Oropeza y López Gatell, mientras a Manuel Bartlett ya le dieron las gracias ¿Porqué Velázquez Alzúa no ha sido detectada y relevada por el dedo flamígero de Omar García Harfuch -su superior inmediato y quien ha llevado a su equipo a la SSC? Quizás sea cuestión de tiempo. Sin embargo, las cosas no pueden seguir así. Un área de oportunidad que tiene el gobierno de la doctora Sheinbaum, y aún puede resolver, es poner un experto -y no un político- en el área de Protección Civil. Claro que ni Felipe Calderón, ni Enrique Peña Nieto, ni Andrés Manuel López Obrador hicieron la tarea. Pero la doctora podría marcar la diferencia en la materia. Que su quehacer académico se vea reflejado ahí. Y si ya actuó en consecuencia en la UIF, creo que Protección Civil es la dependencia que sigue. Para la reflexión. Al tiempo.

***

Hernán Ochoa Tovar. Académico y analista político. Antropólogo y doctor en Pedagogía Crítica. Ha sido docente en la ENAH Chihuahua, el Centro de Investigación y Docencia, y en el Centro Montessori de Estudios Superiores, desempeñándose actualmente en la Escuela Normal Superior José E. Medrano (ENSECH) en Chihuahua capital. Sus temas de interés son la historia contemporánea, la coyuntura política y el devenir educativo.

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