Sociedad

El humo, el santo y el algoritmo: la fe en tiempos no sagrados




noviembre 1, 2025

En los últimos años, prácticas como el chamanismo, la brujería y los rituales espirituales han dejado de pertenecer exclusivamente al margen. Esta crónica recorre tres escenarios —una casa de barrio, un mercado popular y una red social— donde lo esotérico se despliega con fuerza renovada. A través de entrevistas, observación directa y exploración digital, el texto muestra cómo la fe, el dolor y la búsqueda de respuestas encuentran refugio en lo simbólico.

Por Tania González / Fotografías: Fernando Casarín / Zona Docs

La casa es discreta. De un solo piso, con fachada blanca y portón de barrotes café, se pierde entre el paisaje urbano como una más. El techo de tejas rojizas parece guardar años, no secretos. No hay símbolos, ni humo, ni plantas colgantes: nada que anuncie lo que ocurre dentro. Es, simplemente, una casa.

Me abre la puerta una mujer mayor, de unos sesenta y tantos, voz suave y manos firmes. Me pide no revelar su nombre. Será ella quien “me atienda”. Trabaja sola, por cita. Cuando entras, el espacio es solo tuyo.

La sala es gris, decorada con muebles modernos. El comedor, sobrio pero cuidado, contrasta con la fachada sin pretensiones. A la izquierda está su oficina: escritorio ordenado, dos sillas, un sillón ligeramente desgastado. Dos poodles blancos la siguen en silencio, como sombras pequeñas. Antes de comenzar, los saca de la habitación.

Sobre el escritorio, todo está dispuesto con orden quirúrgico: un ramo de romero atado con listones rojos, una piedra de alumbre, una vela blanca sobre un plato rodeado de sal, y un pequeño recipiente con incienso y un trozo de palo santo a medio quemar.

A un costado, un altar discreto a la Virgen de Guadalupe: una veladora encendida, una copa con agua, un vasito con sal. Me explica que los cuatro elementos deben estar presentes. Agua, tierra, fuego y aire. Es para su protección. Se cubre el ombligo, el cabello y las muñecas al trabajar—por ahí, dice, es por donde entran las energías.

Luego toma dos barras metálicas, largas, delgadas, parecidas a agujas gigantes. Las mueve lentamente alrededor de mi cuerpo. Las llama “barras energéticas”. Según ella, se desplazan con libertad, pero también con intención. Indican dónde está el malestar. No hacen ruido, pero algo en su forma de usarlas crea una tensión silenciosa en el aire.

Saca un cordón rojo y me ata las manos con delicadeza. En la otra mano sostiene unas tijeras.

—¿Me das permiso de cortar el lazo? —pregunta, mirándome con una seriedad que no necesita explicación.

Asiento con la cabeza. Ella corta el hilo y comienza la limpia.

***

Desde charlatanes hasta brujos con contacto directo con el mal: así se describía a los chamanes en la Siberia del siglo XVIII, la lejana región de donde proviene originalmente el término. Una palabra nacida entre rituales de hielo y bosque, pero que, de algún modo—como si viajara en el eco de los tambores o el humo de las ofrendas—terminó por nombrar a los guías espirituales de prácticamente todos los pueblos indígenas de México.

Para principios del siglo XX, el vocablo “chamán” ya no era exclusivo de Asia. Había cruzado océanos y culturas, y servía para referirse también a prácticas de América y África. Así lo explica el investigador Roberto Martínez González en su libro Lo que el chamanismo nos dejó: cien años de estudios chamánicos en México y Mesoamérica. Aunque no hay un momento preciso que marque su llegada al país, él señala que probablemente fueron los antropólogos norteamericanos quienes trajeron consigo esa etiqueta, colocándola sobre figuras ancestrales que, hasta entonces, tenían otros nombres.

Ya en 1904, se utilizaba el término para designar a los terapeutas huicholes y tepecanos. No existía una definición exacta de lo que era un chamán, pero sí una constelación de sinónimos que lo orbitaban: “sacerdote”, “adivino”, “astrólogo”, “curandero”. Palabras que, como espejos fragmentados, intentaban reflejar una sola esencia de la misma.

A lo largo del tiempo, la idea del chamanismo ha cambiado de forma y fondo. Ha sido descrita como técnica, como habilidad, como práctica espiritual. Hoy, en el imaginario colectivo, un chamán es alguien dotado de poderes sobrenaturales: un ser capaz de sanar, adivinar o invocar fuerzas invisibles.

Pero esa visión se vuelve más compleja en las palabras del psicólogo y antropólogo Jacobo Grinberg. En una entrevista para la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Grinberg pinta al chamán como una figura más sutil: un médico-curandero con habilidades abstractas, un puente entre realidades, un maestro de mundos que coexisten más allá de lo evidente. Es guía, es sanador, pero también es arquitecto de la percepción.

Para él, existen dos grandes categorías: el chamán y el chamán-nahual. Este último es algo más que un sanador: es un maestro, un líder espiritual, un transmisor de linaje. Enseña a otros chamanes, y cuando alguno de ellos alcanza su nivel, se convierte también en chamán-nahual, repitiendo el ciclo como parte de una tradición que no se escribe: se hereda.

No sé si quien me hizo la limpia se considere una chamana. Tal vez no le interese definirse así. Lo que sí me quedó claro es que cree firmemente en las energías que alteran el cuerpo y el ánimo. Su respuesta es puntual: una limpia para cortar con lo que pesa.

***

Inoel tiene una presencia que impone. A primera vista parece un hombre sencillo, pero basta con verlo caminar entre los pasillos del Mercado Corona para saber que hay algo más detrás de sus pasos firmes.

Es alto, de complexión robusta, cabello negro y rígido, peinado en un copete impoluto. Su piel pálida, casi translúcida, resalta bajo el rojo encendido de su uniforme, donde dos parches bordados brillan con orgullo en la parte elevada de su playera tipo polo: “El Colibrí”, a la izquierda, e “Inoel”, a la derecha.

Sus ojos, entre azul y gris, observan con una calma antigua, como si guardaran secretos de otro tiempo. En sus comisuras, las arrugas profundas se acomodan con naturalidad, y sus labios delgados apenas se curvan cuando habla.

—Yo trabajo específicamente con la Santa Muerte y con el Diablo. Ellos son mis santos—, explica con voz, grave y rasposa como el arranque de un motor viejo que parece arrastrar consigo años de historias no contadas. Sus palabras brotan primero en murmullos ásperos, pero pronto ganan cuerpo, ritmo, un cierto tono ceremonial.

—Lo que más vendemos tiene que ver con el Diablo y la Santa Muerte… La gente viene por protección, por fe, por moda. Buscan refugio en ellos. En estos santos—.

Inoel lleva más de veinte años dedicado a lo que se llama “lo oculto”, y menciona: es por herencia. Es dueño de dos locales en el tercer piso del Mercado Corona, ese templo comercial en el corazón de Guadalajara que, según él, es “el mayor referente del esoterismo a nivel nacional”.

Y lo dice con certeza, como quien sabe que su palabra tiene peso. Asegura que hasta extranjeros llegan buscando respuestas que no encuentran en otro sitio.

El recorrido por el mercado es una experiencia sensorial. El primer piso es un caleidoscopio de colores, texturas y ruidos: puestos de fruta, ropa, mochilas, adornos. Pero es el olfato quien guía la mirada hacia arriba, cuando el olor a tortilla frita y guisados rompe el aire.

El segundo piso, accesible por unas escaleras eléctricas que rompen con el aire antiguo del edificio, está lleno de fondas, cocinas y mesas compartidas. Pero si uno es curioso, si uno permite que la intuición lo empuje un poco más, entonces alza la mirada una vez más y sube otro piso.

Allí, el aroma cambia: incienso, velas derretidas, aceites florales. Todo se mezcla en un vapor invisible que flota entre los pasillos. A simple vista, parece una zona naturista. Plantas, ungüentos, infusiones para el insomnio o el dolor de espalda. Pero si uno se adentra, si camina más allá de lo evidente, es como atravesar un umbral. Una especie de Narnia, pero espiritual.

Estatuas de la Virgen conviven con imágenes de la Santa Muerte y figuras demoníacas. Santos católicos, orishas afrocubanos, deidades sincréticas. Algunas figuras son pequeñas, otras imponentes, del tamaño de una persona. Letreros hechos a mano anuncian: “lectura de cartas”, “trabajos espirituales”, “limpias con huevo y copal”.

En uno de esos locales, está Inoel. El hombre que no duda al hablar de sus santos, ni de su fe.

—Antes todo esto era tabú —responde, cuando se le pregunta por el contraste actual—. La gente tenía miedo. Era el “qué dirán”. Hoy ya se destaparon. Ya se cuelgan el collar del santo como si nada.

Mira —dice, alzando la mano—, yo traigo este anillo del Diablo, y una pulsera de mi Santa Muerte, y no me importa lo que digan. Es ignorancia. La gente le teme a lo que no conoce, pero ellos son santos, igual que cualquier otro. Mientras tengamos claro que Dios está por encima de todo, y debajo de él están ellos, todo está bien.

Porque sí, Inoel también es católico…

—Muchos llegan aquí buscando algo. Algunos decepcionados, otros desesperados. Dicen que Dios no los escucha. Y terminan aquí. Pero siempre les digo lo mismo: Dios está arriba. Si no tienes eso claro, aquí tampoco vas a encontrar nada.

En sus palabras hay resignación, pero también certeza. Como si supiera que cada persona que llega a su puerta lo hace por necesidad, por vacío, por esperanza. Según cuenta, la mayoría de su clientela son mujeres. Los trabajos más solicitados tienen que ver con el amor: amarres, endulzamientos, dominaciones. Rituales para atraer, para retener, para no ser olvidado.

Quizá por eso, lo que antes era marginal hoy se volvió cotidiano. La normalización llegó con la repetición, con el flujo constante de nuevos creyentes. Y también, como casi todo en estos tiempos, con la exposición en redes sociales. Porque hoy la fe también se comparte por TikTok.

***

Con millones de reproducciones y hashtags como #hechizocasero, #limpiacasera, #amarrefácil y #trabajosdebrujería, TikTok se ha convertido en una auténtica enciclopedia esotérica del siglo XXI.

Y aunque el fenómeno no es exclusivo de esta red social, sí es, por su naturaleza visual y formato breve, una de las plataformas más concurridas por este tipo de contenidos. Son cápsulas de video que funcionan como recetas rápidas: tips para hacer tus propios rituales desde casa, paso a paso.

Figuras como el Brujo Mayor de Catemaco (más de 600 mil seguidores), Jessica Esotérica (1.8 millones) y Víctor Tarot (4.7 millones) han encontrado aquí su vitrina más poderosa.

A través de clips cortos o transmisiones en vivo, ofrecen servicios que podrían clasificarse en tres grandes categorías. La primera: los rituales gratuitos, tutoriales que explican qué materiales necesitas y cómo ejecutar el proceso mágico, desde un amarre hasta una limpieza energética.

La segunda: las consultas en directo. Durante los lives, los brujos interactúan con su audiencia y los invitan a enviar “regalos” —monedas virtuales que se convierten en dinero real—. Una vez recibido el obsequio, escogen al azar a uno de los donadores para leerle el tarot o responder a sus preguntas con ayuda de las cartas. Un caso célebre es el de Esencia Paranormal (más de 280 mil seguidores), famoso por su tono tajante y supuesta precisión al adivinar sobre temas específicos que formulan los consultantes.

—¿Estás segura de que quieres que exponga esto? —pregunta.

Del otro lado de la pantalla, una voz responde positivamente con firmeza.

—Tú sabes bien que tu hermana no fue del todo víctima de lo que le pasó… Yo veo claro que, cuando desapareció, la levantó un carro oscuro, y también está involucrada una moto. Veo el auto. Veo cómo se la levantan. Tú sabes que tu hermana andaba con alguien metido en la maña.

La voz, al otro lado, asiente nuevamente. Confirmando cada palabra del brujo-influencer.

La tercera categoría incluye las consultas privadas, que pueden ser virtuales o presenciales. En las biografías de sus perfiles hay enlaces o números telefónicos para agendar directamente con ellos.

Los comentarios en sus videos son un ecosistema en sí mismo. Hay quien pide informes, quien agradece, quien deja su pregunta en espera de una respuesta que probablemente nunca llegará:

@poleth_32: Hola, ¿cómo te puedo contactar? Algo que quisiera saber. Soy de Ecuador.

@gaby43450: Hola, ¿cómo hago yo para participar en una consulta?

También hay quienes condenan con fervor religioso lo que ven. Desde trincheras católicas y cristianas, lanzan mensajes como si estuviéramos de regreso en los tiempos de la Inquisición:

@michelvicencio975: ¿Por qué buscan a brujos y todo tipo de santería para que los sane? ¡Simples mortales! Si por eso está Dios, nuestro creador.

@mariamedina1963: Brujo Mayor, te desafío. Voy a orar por tu alma. Te vas a convertir en cristiano para testimonio.

@sulvey.violeta.sa: Busca a Jesucristo. Arrepiéntete y dile que renuncias a toda tiniebla. Pídele que te lleve de las sombras a la luz. Solo él puede liberarte de ese pacto.

Y, por supuesto, están los escépticos. Quienes no insultan desde el dogma, sino desde la burla:

@sarys.garciaa: Dicen que es un charlatán y que el verdadero Brujo Mayor es otro.

@azrael.padilla7: ¿Cómo la gente cree esto?

@mboiray03: Más falso que zapatillas chinas.

Al final, cada quien elige qué creer y qué rechazar, qué le parece plausible y qué ridículo. Pero hay algo que es irrefutable: detrás de cada consulta, detrás de cada video y cada transferencia monetaria, hay una persona que acude a estos espacios movida por el dolor, la desesperación, una enfermedad, una pérdida o el deseo de poder. Como lo decía Inoel, acuden en busca de lo que no han podido encontrar en ningún otro lado.

Y basta con leer los comentarios en los videos para encontrar confesiones que revelan el trasfondo humano de este fenómeno digital:

“Tengo una enfermedad y necesito ayuda.”

“Quiero saber por qué me va tan mal y no consigo trabajo.”

“Mi pareja me dejó y quiero que regrese.”

“Tengo dolores constantes y los médicos no saben de qué se trata.”

“Mi familiar está desaparecido y quiero saber si sigue con vida.”

En TikTok, el algoritmo no solo alimenta la curiosidad; también escucha —o al menos finge escuchar— las súplicas de quienes ya no saben a quién más recurrir.

***

En medio de esta marea digital, entre videos que prometen resolver el amor, la salud y la suerte con un puñado de hierbas y una vela blanca, hay también encuentros reales. Experiencias íntimas que no caben en un clip de 60 segundos ni en una sección de comentarios. Como la mía en aquella casa blanca.

—Estás muy cargada de energía, mi niña —dice.

Primero me humea con palo santo. Me advierte que el problema está en mi espalda. En ese momento, un escalofrío me recorre de arriba abajo, como si algo invisible despertara. Mientras susurra el padre nuestro mezclado con palabras que no conozco, me envuelve en humo. Luego toma unas hierbas amarradas con listones y comienza a golpearme suavemente, en un ritmo casi ritual. Me pasa una vela por todo el cuerpo.

—Esta es tuya. Llegando a tu casa la vas a prender hasta que se consuma —me indica.

Después, toma un huevo. Apenas lo pasa por mi cabeza, sentimos un chispazo: un toque eléctrico que nos sacude a las dos. Según ella, eso no es normal. Continúa con la limpia y, al recorrer mi espalda con el huevo, siento una especie de burbujeo bajo la piel. Como si algo se moviera.

—Ya sé qué tienes. Ya lo había visto antes —sentencia, segura.

Rompe el huevo en un vaso con agua. Dos yemas flotan en el centro.

—Tú estás muy bien protegida. Traes una doble protección, y eso es bueno —dice, señalando el vaso con el dedo.

Al final, me explica que la mala energía está en mi cabello. Podría ser mal de ojo, o quizá las vibras pesadas de la persona a quien pertenecían las extensiones que llevo. Me da recomendaciones, una piedra de alumbre, y me pide que me bañe con ella.

—Por eso te dolía la espalda y la cabeza —me asegura—. Al final de cuentas, es donde traes el cabello y donde cae.

Suena convincente.

Lo cierto es que yo sí creo en estas cosas. No fue la primera vez que me hacía una limpia. He acudido a trabajos más fuertes, y he visto, de cerca, lo que la brujería puede provocar. Tenía semanas con un dolor de espalda y de cabeza que no cedía con nada. Lo más extraño de todo es que esta vez fue ella quien me buscó. Ya la conocía, había acudido antes con ella, pero no en mucho tiempo. Me escribió:“no le gustó algo que me vio”.

Tres días después de la limpia, el dolor desapareció.

No tengo una explicación. Solo la certeza de que, a veces, lo invisible también pesa. Que lo que no se puede nombrar, también se carga. Y que, en una casa común, detrás de una puerta cualquiera, alguien puede cortar un lazo…

…y, con ello, aliviar un dolor.

***

Este trabajo fue publicado originalmente en Zona Docs que forma parte de Territorial Alianza de Medios. Aquí puedes consultar su publicación.

Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

lo más leído

To Top
Translate »