“Este domingo 2 de noviembre, el terrible, condenable y muy lamentable asesinato de Carlos Manzo, Alcalde de Uruapan, permitió a los diseñadores de narrativas impulsar lo de la narcodictadura que, además, es incongruente en sí misma y se entiende mejor en un día así…”
Por Alejandro Páez Varela
Este no es un texto sobre Simón Levy. Es sobre Sergio Sarmiento, Mario di Constanzo, Laura Zapata, Enrique Krauze, Chumel Torres, Martín Moreno, Beatriz Pagés, Javier Lozano, Carlos Alazraki, Héctor Aguilar Camín, Pedro Ferriz, Azucena Uresti, Lilly Téllez, Carlos Loret, Elena Chávez, Federico Döring y muchos otros que usan a gente como Simón Levy para diseñar historias fantásticas que algunos creen porque se acomodan a lo que quieren creer.
La mejor manera de explicarlo es con Massive Caller. Sus predicciones eran la burla de millones de mexicanos, pero Xóchitl Gálvez contó que cuando salió a declararse ganadora (ay, momento más penoso) fue porque los líderes del PRIAN le mostraron la encuesta de salida de Massive Caller. Luego del escarnio público, el dueño de Massive Caller se disculpó por difundir mentiras, pero meses después el PAN lo contrató para que le ayudara con su relanzamiento. ¿Cómo se llamó la obra o, más bien, cómo se llama este teatro donde los actores, tramoyistas, escenógrafos y una parte del público diseñan justos la fantasía que han decidido creer?
Como es fácil de comprender, una gran mayoría de los que se acercan a los que diseñan estas puestas en escena no tienen boletos de primera fila. Y entonces no entienden que las obras son fantásticas y diseñadas en consenso. Pero no por ser fantásticas o de diseño, son inocentes. Detrás de la fantasía “Es un peligro para México”, por ejemplo, se escondía una confabulación sofisticada en la que participaban empresarios, intelectuales, dueños de medios, académicos, periodistas, lideres de opinión, Vicente Fox y los supuestos árbitros plurales (como Luis Carlos Ugalde), que jugaron un rol en el fraude electoral de 2006 para imponer a un presidente. No es menor. Crecieron la fantasía al punto de que millones se la creyeron y entonces no sólo impusieron al espurio Felipe Calderón, sino que se repartieron recursos de la Nación. ¿Un ejemplo? Sí, los 400 mil millones de pesos en impuestos que dejaron de pagar los de mero arriba por participar en el engaño de los de mero abajo.
Los que no tienen boletos de primera fila no pueden enterarse de inmediato que detrás de cada fantasía diseñada en escritorio está un interés puntual, específico. La mentira del “López se quiere reelegir” era apenas una parte de una sofisticada campaña que tenía como objetivo revocar el mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador (aunque luego –no se hagan, que conozco buena parte de la historia–, cuando revisaron bien sus números, se dieron cuenta de que no podrían tumbarlo en las urnas).
Había muchos empresarios dispuestos a pagar la campaña; había esbirros para operarla (intelectuales, académicos, periodistas). Les faltó lo principal: quién les creyera. Y esto último ha sido, desde hace algunos años, el balde de agua fría para la mayoría de los proyectos. Hay muchas ideas para nuevas fantasías; ideas que vienen desde muchos frentes. Pero como la “hazaña” de 2006 es difícil de repetir y ha quedado casi totalmente socializada (se le descubrió el truco al mago, diría), ahora falta quién pague.
El último gran intento por unirse en torno a una idea fantástica lo encabezó Claudio X. González. Alguien me había advertido, tiempo atrás, que empresarios y políticos no veían mal que él mismo encabezara un nuevo esfuerzo por contener a la izquierda. Iniciativas como Sí X México, Va X México y otras potenciaron la “X” de Claudio “X” y puede usted verlo como una bonita casualidad, si quiere. No creo que lo sea. Una mayoría exorcizó el engaño en gestación, pero estaba bien construido. El perfil de Claudio daba para mucho, si López Obrador no lo desmonta. Era un Corina Machado cualquiera: hijo de empresario destronado, financiado por los poderes de facto y por Washington, haciéndose pasar por un “ciudadano preocupado por la democracia”. Lo mismo.
Hay que recordar que Corina, como Claudio, se define liberal, a favor de la despenalización del aborto y de las drogas y coquetea incluso con el matrimonio igualitario. Claudio se dice “de izquierda”. Son historias paralelas, pero acá se adelantó el desprestigio y en el caso de ella, el desprestigio nunca le importó a sus patrocinadores, acostumbrados a aliarse con la escoria de derechas del mundo. Pero fíjese usted cómo Claudio y Corina corean juntos lo de las “narcodictaduras”. Son siameses. Nuestro personaje pudo ser el Premio Nobel de la Paz: ¿A poco no habría excitado a Ernesto Zedillo o a Enrique Peña, para quienes trabajó, o a Krauze, a Aguilar Camín, a Carlos Salinas, a Calderón o al periódico Reforma? Carajo, por eso odian a López Obrador, porque los descarriló, a él y a los otros. Ahora nuestro Claudio no es premio de nada. Es apenas “el junior tóxico”.
Después de fracasar con la historia de la reelección de AMLO, entonces se concentraron en lo de la dictadura. Y como la dictadura no llegaba, hubo que agregarle un mayor dramatismo, un prefijo pegador: narco. Narcodictadura. En 2023-2024 no pudieron traducir ese discurso en votos aunque invirtieron millones en redes; sin embargo, a finales de 2024 algo cambió: llegó Donald Trump y retomaron la idea. Lo de “narcodictadura” es un discurso muy de Washington. En eso andan. Allí es donde Simón Levy, con supuestos nexos en el Departamento de Estado, se les volvió importante. Hábil, construyó historias y “listas negras”. Periodistas, intelectuales, académicos y medios de comunicación encontraron su nuevo Massive Caller: una mentira que los uniera, otra mentira que pudieran vender.
Este domingo 2 de noviembre, el terrible, condenable y muy lamentable asesinato de Carlos Manzo, Alcalde de Uruapan, permitió a los diseñadores de narrativas impulsar lo de la narcodictadura que, además, es incongruente en sí misma y se entiende mejor en un día así. Nadie puede explicar por qué si la presidenta Claudia Sheinbaum es la cabeza de una dictadura al servicio del narco no puede controlar a los que cometen asesinatos de alto impacto, como el de Manzo, que afectan tanto al Gobierno. Nadie puede explicar cómo los que supuestamente manipulan al narco (porque son una narcodictadura) se dan un balazo en un pie, matando gente que es tan pública.
Cualquiera podría decir que qué narcodictadura más chafa, que no controla al narco y tampoco es dictadura, en estricto sentido, porque celebra elecciones y, de hecho, quiere más consultas públicas que las que permitieron los gobiernos del pasado inmediato. Cualquiera puede decir que algo no cuadra en el argumento de la narcodictadura porque quien inició la guerra contra las drogas fue un presidente espurio, es decir, que llegó al poder por un fraude electoral; y su operador de la guerra contra las drogas, Genaro García Luna, está condenado a prisión de por vida en Estados Unidos porque era, sin más, un narcotraficante.
Ese cualquiera puede simplemente atar cabos y decir: robarse elecciones, lanzar una guerra y poner en la policía a un narcotraficante es de dictadores; o mejor dicho: es de narcodictadores. Y ese cualquiera también puede preguntarse si quién acusa de una narcodictadura no oculta que, en realidad, venimos de una verdadera narcodictadura y a esa narcodictadura es a la que quieren regresar. Porque a eso quieren regresar. Lo dicen abiertamente: quieren volver a lo que tenían en el pasado y lo que había, cualquiera puede decidirlo, era una especie de narcodictadura.
Entonces, ese cualquiera ha dado en el clavo. Ahora puede entender que hay quienes impulsan la narrativa de que las encuestas de Massive Caller y la narcodictadura son reales, aunque también hay quienes lo creen porque lo quieren creer. Hay muchos Simón Levy que son usados o que se dejan usar para apuntalar historias fantásticas, en un teatro donde participan actores, tramoyistas, escenógrafos y una parte del público. Y ya con esa infraestructura puesta, ya con telones y tramoya, cualquier cosa se puede decir o cualquier cosa se puede vender como verdad porque la verdad y la realidad ya no importan.
Y Di Constanzo puede decir por años que el Gobierno está quebrado sin probarlo; o Azucena puede decir que AMLO le quitó el programa que conducía en Milenio aunque todos sepan que llegó a un acuerdo; o Elena Chávez puede decir que hay un “rey de cash” aunque nunca ponga una sola prueba, y publicar un segundo libro con más acusaciones y menos pruebas. Y puede hablarse de “listas negras” y de narcodictaduras, de peligros para México y de encuestas fantasiosas donde gana el PRIAN, aunque cada vez menos gente se las crea.
Porque cada vez menos gente les cree y están en una espiral hacia el abismo. Y pregúntenle a los experredistas si no, o pregúntenle a los priistas si no, o pregúntenle a los panistas si no, o a los medios, o a los intelectuales si no. O, todavía mejor: pregúntele a Simón o Claudio. Ellos tienen referencias muy, pero muy frescas.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.




