Opinión

Más allá de Macuspana. La dimensión cartográfica de la Guerra Cultural




junio 30, 2020

Si bien la Guerra Cultural ha tenido una mayor cobertura mediática y en redes, las declaraciones de Castañeda, Quadri y Dresser muestran una jerarquización implícita que contiene un profundo desprecio hacia el Sur Global y lo indígena

Eduardo Barrera Herrera

Primer mañanera de la semana y AMLO menciona el tweet de Julián Atilano, investigador en estancia postdoctoral en el Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) que dirige John Ackerman.

Atilano twitteó el pasado viernes: “Castañeda dice que Putla es horrible, Quadri dice que Oaxaca y Chiapas son una carga para México, y Dresser le dice al presidente que su visión no va más allá de Macuspana. Si la oposición clasista así se exhibe en público, imagínense lo que dicen en privado. Son patéticos”.

El más reciente incidente fue la mesa redonda en la que Jorge Castañeda dijo: “Héctor (Aguilar Camín) se acuerda muy bien, mi hija Javiera, cuando terminó la Facultad de Medicina aquí en la UNAM se fue a un pueblo horroroso en Oaxaca, Putla si no me equivoco, y luego gracias a Héctor y su amistad con Diódoro, creo que la pudimos mandar a otro pueblo un poquitito menos horroroso, pero que haya ido con un gran entusiasmo ¡No!”. Aguilar Camín y el conductor Leo Zuckerman festejaron al ex Canciller de Fox.

Castañeda no solo ostentó cínicamente el influyentismo, sino que exhibió su elitismo y etnocentrismo. Pasaron apenas unas horas para que el monero orgullosamente Reforma, Paco Calderón (admirador de Franco y Netanyahu), defendiera y reforzara el dicterio de Castañeda. Este incidente y los otros mencionados en el tweet aludido por AMLO no son casuales. Son solo instancias de la dimensión territorial de la actual Guerra Cultural. Aunque hay múltiples posiciones en el espectro político de México afuera de la polarización 4T vs. conservadurismo, el grueso de la población se ha aglutinado en ella, sobre todo en medios y redes sociales. 

El término Guerra Cultural se viene utilizando en EEUU desde los sesentas, cuanto los movimientos de derechos civiles, el feminismo y la contracultura lograron reivindicaciones que incluían reformas para reconocer el pluralismo, la diferencia y la heterogeneidad identitaria. La reacción de la derecha fue defender el canon académico blanco, capitalista, judeo cristiano, patriarcal y heteronormativo.

L@s artist@s y los medios masivos públicos vieron esfumarse el financiamiento a partir del reaganismo neoliberal que eventualmente se globalizó como Consenso de Washington. El arte fue arma de guerra fría y recibió infinidad de recursos en esa época para que el expresionismo abstracto y el arte Pop fueran estandartes de la creatividad y libertad del capitalismo. Durante la Guerra Fría, EEUU pasó por una reorganización territorial en su eje partidista. Fue la estrepitosa derrota de Barry Goldwater en 1964 la que llevó a l@s conservador@s a la Estrategia Sureña que eventualmente maduró para el reganismo y convirtió al sur, históricamente demócrata, en republicano explotando el rancio racismo de la región.

La Guerra Cultural ya había tenido episodios en la esfera del arte mexicano como fue el desplazamiento del muralismo de izquierda militante por las sandías de Tamayo y los gatitos de Cuevas por políticas de EEUU a través de José Gómez Sicre (OEA).

En México ha existido la Guerra Cultural por debajo del radar desde la destrucción de los altepemes (ciudades agua-montaña) en los cinco lagos, el Sistema de Castas en el siglo 16, pasando por la pugna Liberales/Conservadores durante las guerras de Reforma con su dimensión Catolicismo/Liberalismo secular (les historiador@s tienden a invisibilizar a l@s anarquistas a la izquierda de l@s liberales). El positivismo pretendió superar la oposición binaria liberal/conservador, aunque es simplemente la continuación secular del segundo polo. Ambas posturas eran etnocéntricas de manera diferente y el positivismo inmanentemente racista y clasista. Esta filosofía, importada por Gabino Barreda, tuvo en Ezequiel Chávez un tajante exponente con las consabidas pretensiones científicas y reformuló la dimensión territorial en 1900:

“Para el indio, desprovisto en general de cultura y atado por viejísimos tradicionalismos, así como por las paralizantes lianas de la superstición y por indestructibles hábitos, no puede haber muchas sino al contrario bien pocas emociones… el indio no defiende espontáneamente y por su sola iniciativa el territorio nacional: no sabe que a tanto se extiende su patria; defiende nada mas su montaña, su terreno que conoce bien”.

Marx formuló la acumulación originaria como la etapa que da lugar a la migración rural-urbana en Inglaterra.  EEUU se convierte en una sociedad urbana e industrializada desde principios del siglo veinte y en México ocurrió hasta ya más entrado el siglo, haciendo que el “peladito” urbano “desarraigado” desplace al indígena en el imaginario popular como el paria estigmatizado. Lo indígena queda reducido a reliquia muerta y las comunidades vivas arraigadas en su terruño tradicional son vistas como incómodos remanentes que ya no son dignos herederos del Solón y la Atenas del nuevo mundo, tropos favorecidos por los criollos independentistas.

La etapa postrevolucionaria se caracteriza por dos procesos interdependientes descritos por el geógrafo David Harvey: desarrollo desigual y la acumulación por despojo. El desarrollo desigual se impulsa deliberadamente en México al destinar mayores recursos en centros urbanos y con menor densidad de población indígena. El desarrollo desigual del campo se explica por la supervivencia del modo de producción campesino en comunidades indígenas aunado al desarrollo de infraestructura hidráulica en los estados de la frontera norte para evitar el uso de la línea divisoria como refugio y fuente de abastecimiento para potenciales movimientos revolucionarios, como lo señaló Miguel Wionzek.

La acumulación por despojo implica la apropiación y descontextualización de prácticas culturales imbricadas en todo un modo de vida que antes eran específicas del sitio:

“los artefactos culturales y las costumbres locales, las redes sociales y otras cosas por el estilo, proveen objetivos más directos para las actividades de apropiación… El despojo de historias culturales, la colección y exhibición de artefactos únicos (museos de todos los tipos) y el mercadeo de lugares con ambientes de alguna manera únicos, se ha convertido en un gran negocio en años recientes… la creatividad arraigada en la trama de vida, apropiada por el capital y devuelta hacia nosotros en forma de mercancía, como para permitir la extracción de un valor excedente. Esto es apropiación por el capital de la creatividad y las formas culturales afectivas y no creación directa por el capital mismo”.

Es este tipo de despojo el que vemos desde la Guelaguetza hasta el “Coco” de Disney.

La gentrificación de “Pueblos Mágicos”, centros históricos, desarrollo de clubes campestres de golf y enclaves de Gran Turismo representan otro frente en la dimensión territorial de la lucha cultural. Harvey señala como las ciudades, inmobiliarias y corporaciones transnacionales se apropian de dichos lugares como parte de la economía basada en la industrias creativas, el subsidio con la promesa que será redituable y porque “la ciudad debe aparecer como innovadora, excitante, creativa y un lugar seguro para vivir o visitar, para jugar y consumir, como festivales, espectáculo y lucimiento, eventos culturales son crecientemente apropiados como símbolos de una comunidad dinámica… el terreno urbano es abierto para el despliegue, moda y la “presentación del yo” en un entorno de espectáculo y juego”.

La primera gran pugna de AMLO con la cúpula empresarial fue acerca de la ubicación del NAIM entre Texcoco y Santa Lucía. La elección de Texcoco gestada en las administraciones de Fox, Calderón y Peña Nieto exhibía un afán de lucro desbocado y un grosero desdén a la conservación del medio ambiente. Estos mandatarios son fieles herederos de Cortés, quien destruyó el sistema de las ciudades acuáticas de los altepemes de Netzáhualcoyotl (Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco), continuada por los virreyes y rematada por la desecación del Lago de Texcoco en el porfiriato.

El proceso se inicia, como explica Eduardo Galeano, porque “España se llevaba mal con el agua, que era cosa del Diablo, herejía musulmana, y del agua vencida nació la Ciudad de México, alzada sobre las ruinas de Tenochtitlán. Y continuando la obra de los guerreros, los ingenieros fueron bloqueando con piedras y tierras, a lo largo del tiempo, todo el sistema circulatorio de los lagos y ríos de la región”.

El otro gran proyecto de la 4T, el Tren Maya, también patentiza la arbitraria selectividad de los criterios de l@s conservador@s. Si bien no hay un estudio con la debida profundidad sobre los impactos ambientales y culturales, y se debió tener una consulta más exhaustiva y aseada en las comunidades indígenas de la península, l@s detractor@s han sido omis@s en los estragos causados por Monsanto, las colonias menonitas, la contaminación y el Gran Turismo, cuando menos no con una estridencia similar a la manifestada en relación con el Tren Maya.

Desde el rechazo inicial al Tren, había argumentaciones regionalistas desde el norte. También desde al norte se ha coqueteado con un proyecto neovidaurrista por parte de los gobernadores Cabeza de Vaca (Tamaulipas-PAN), el “Bronco” (Nuevo León-“Independiente”) y Riquelme (Coahuila-PRI).

Recientemente, AMLO también ha denunciado las concesiones otorgadas en los últimos sexenios de gran parte del territorio nacional al capital transnacional extractivista, incluyendo territorios sagrados para pueblos originarios.

Si bien la Guerra Cultural ha tenido una mayor cobertura mediática y en redes, en el frente del racismo de Chumel y sus fans y apologistas, las declaraciones de Castañeda, Quadri y Dresser muestran una jerarquización implícita que contiene un profundo desprecio hacia el Sur Global y lo indígena. La estratificación cartográfica de est@s conservador@s no es más que la continuidad de los Corteses, liberales como Lerdo de Tejada y los Ezequieles Chávez.

Las dimensiones étnicas, de género y territorial de la Guerra Cultural despliegan la importancia material, corporal y afectiva de los polos en conflicto más allá de las ideas, pero más acá de Putla y Macuspana.

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